Colson Whitehead: «La esclavitud no se estudia en el colegio»
¿Puede un libro sobre una terrible lacra convertirse en «best seller» y acaparar todos los elogios? Esto es lo que ha ocurrido con «El ferrocarril subterráneo», una odisea donde una esclava escapará de sus captores en busca del ansiado norte.
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¿Puede un libro sobre una terrible lacra convertirse en «best seller» y acaparar todos los elogios? Esto es lo que ha ocurrido con «El ferrocarril subterráneo», una odisea donde una esclava escapará de sus captores en busca del ansiado norte.
A los 16 años, Colson Whitehead estaba en la cola de un pequeño supermercado cuando entraron dos policías y, sin tiempo para saber qué estaba sucediendo, le dijeron que dejase todo lo que llevaba y pusiese las manos en el mostrador. Aturdido, obedeció. Los agentes le esposaron y le sacaron fuera de la tienda. Sin decirle qué ocurría acabó por encontrarse delante de una mujer a la que acababan de robar el bolso. «¿Es éste el miserable?», preguntaron a la señora. «No, claro que no», contestó todavía nerviosa, y los policías le dejaron marchar. Esta historia no es más que una anécdota que refleja cómo el racismo está implantado en la raíz de la sociedad norteamericana, un problema que desde los años de la esclavitud ha seguido estable siempre con diferentes estrategias y manifestaciones.
Durante 17 años, el escritor siempre tuvo la idea de buscar esa raíz. De pequeño le hablaron de un ferocarril subterráneo que servía para ayudar a los esclavos a encontrar la libertad en las tierras del norte. No era un tren real, sino una red de personas que escondían y ayudaban a progresar a estas personas por los diferentes estados. Sin embargo, su imaginación infantil siempre dibujaba ese heroico tren. Cuando volvió a encontrarse con esta historia le surgió la idea, por qué no narrar la huída real de una esclava pero a través de la fantasía de ese tren. Eso es «El ferrocarril subterráneo» (Random House), Premio Pulitzer, National Book Award, y una novela adorada, entre otros, por Oprah Winfrey o Barack Obama.
–¿Qué le llevó a llevar una metáfora así a su literalidad?
–Es cierto que es una metáfora. La acuñó un esclavista que, cuando vio que una de sus víctimas habia huído gritó, «¡ha desaparecido como si la tragase un ferrocarril subterráneo.!» Me pareció una idea alegóricamente muy potente convertirlo en realidad.
–¿Afectó la actualidad, muy marcada por Trump, la violencia policial, y el movimiento «Black lives matter» en su escritura?
–En realidad no, porque desde que imaginé esta novela hasta que la escribí, nada ha cambiado realmente. Se ha hecho más visible, quizá, pero problemas como el de Ferguson salen cada x tiempo y luego se olvidan para que vuelven a salir. Está muy bien que se hable, pero la realidad sigue allí. Me sorprendió que alguien que apoya de forma tan obvia la supremacía blanca fuese presidente, pero nada más.
–Pero hay múltiples escenas en el libro que nos remiten a la actualidad, como las patrullas esclavistas que paran a los hombres negros incluso sabiendo que tienen papeles únicamente por atemorizarlos.
–Lo que ahora se llama «stop and frisk» (parar y registrar) es algo que ha sucedido siempre. A mí me han parado, me han esposado, a mis amigos también. La analogía con el presente es obvia, ni siquiera era necesario enfatizarla.
–¿La esclavitud ha sido bien entendida y estudiada en Estados Unidos?
–Hay una especie de silencio en la enseñanza media que es frustrante. No se estudia en el colegio la historia de Estados Unidos desde esa perspectiva, como tampoco se habla de la expropiación de las tierras de los indios. Hasta que no nos aproximemos al tema de forma más real y honesta el problema continuará.
–¿De dónde nace Cora, la protagonista de la historia?
–Ha sido complicado meterse en la piel de una mujer que encuentra el coraje de abandonar lo único que ha conocido, el horror de la esclavitud, y cómo se adentra en un viaje a ninguna parte, con la esperanza de llegar algún día a la tierra prometida, sólo para tropezarse una vez y otra en diferentes manifestaciones del mismo horror.
–¿Hasta qué punto su dolorosa odisea es real?
–He querido volver alegórico ciertos problemas reales. Existe una especie de exageración poética. Los negros sí fueron exhibidos en circos y ferias, incluso disfrazados con taparrabos y lanzas como si acabasen de llegar de África. Los linchamientos de negros también es cierto que se convirtieron en espectáculos, donde se convocaba a las familias para verlos. La violencia de las plantaciones, por supuesto, es real. La abolición de la esclavitud en ciertos estados, pero con la prohibición de la población negra en sus ciudades, también es real. Incluso los experimentos científicos de esterilización también se realizaron, aunque fueran unos años más tarde.
–El antagonista de la novela es el cazador de esclavos Ridgeway. ¿También eran personajes reales de una época infame?
–La novela incluye extractos reales de anuncios de prensa de esclavos escapados a los que sus dueños reclamaban, bajo recompensa, como si se les hubiese perdido un animal doméstico, un gato, pongo por caso. Intentaba pintar a Ridgeway como una especie de filósofo de la supremacía blanca, el reverso de Cora. Por eso hay un momento de encuentro entre los dos como si de un duelo dialéctico se tratase.
–Barry Jenkins, director de «Moonlight», prepara una serie de televisión. ¿Veremos qué ocurre con Cora después del libro?
–Espero que no. De momento han escrito los guiones de sus ocho episodios. Ahora hay que ver si dan luz verde a su producción. de ser así, el rodaje empezaría entonces en verano. Yo ya he acabado con esta historia.