¿Cómo se llaman las cagarrutas de las ovejas o la raya del pelo?
Un libro recoge 500 palabras para parecer más culto.
De las 93.111 palabras del DRAE, el escritor Miguel Sosa ha seleccionado “caprichosamente” 500 y con ellas ha construido un “pequeño libro” para “parecer más culto” y no pasar alipori o vergüenza porque no lo entiende cuando alguien le diga que tiene giste en el bigote o le pida que supute la cuenta del restaurante.
“El pequeño libro de las 500 palabras para parecer más culto” (Alienta) está compuesto de vocablos totalmente vigentes aunque sea infrecuente escucharlos o oirlos.
Es decir, no se trata de palabras anticuadas, sino comunes, sin prevalencia geográfica y que aparecen ejemplificadas en una selección de citas literarias pertenecientes a doscientos autores y doce premios Nobel.
“Todo el mundo sabe que el giste es la espuma de la cerveza, que la costumbre de comerse las uñas recibe el nombre de onicofagia y que suputar es sinónimo de calcular. Pero ¿cómo se llaman las cagarrutas de las ovejas, la distancia del pulgar al índice o la raya del pelo?”, propone el autor para animar a su lectura.
Más de 420 millones de hispanohablantes tienen como “código compartido” unas 90.000 palabras, pero el promedio de las que se usan roza apenas las 5.000.
La vigésima tercera edición del Diccionario de la Real Academia (DRAE) recoge 93.111 palabras, una cifra que en 1780, cuando se editó el primer diccionario español, era de 46.000.
Fetén, carroza o sicalipsis han vivido épocas de absoluto esplendor pero en la actualidad no son comunes, y hay cierto “reduccionismo” vinculado, en buena parte, al uso de las redes sociales, en las que también, se lamenta Sosa en su texto, se ha renunciado “a la belleza y la singularidad”.
“Es evidente el mucho bien -y también el mucho mal- que desde nuestras propias comunicaciones, desde los medios o las instituciones podemos hacer por nuestro idioma”, señala Sosa, fundador del Festival de Otoño de Madrid.
El autor anima a leer el diario de sesiones del Congreso de los Diputados y comparar las diferencias en los discursos de los últimos setenta años: “Nos inundará -vaticina- una rusiente sensación de alipori (o vergüenza ajena, que es lo mismo)”.
Qué decir, se pregunta, “de lo que se excreta por una tele cada vez más plana en el continente y más roma en el contenido. La televisión de mi infancia informaba, entretenía y formaba”, recuerda el autor, que se define como “madrileño, calipédico, dromomaníaco, lector voluntarioso y escritor ocasional”.