Estreno
Crítica de "Blue Moon": dolor y gloria ★★★★
Director: Richard Linklater. Guion: Robert Kaplow. Intérpretes: Ethan Hawke, Margaret Qualley, Bobby Cannavale, Andrew Scott, Patrick Kennedy. Estados Unidos, 2025. Duración: 100 minutos. Drama.
“Blue Moon” nace de la confluencia de dos de las obsesiones capitales del cine de Richard Linklater: el tiempo real y el valor de la palabra. La película puede entenderse también como una meditación verbal sobre un artista en declive, justo la otra cara de la moneda del Jean-Luc Godard de “Nouvelle Vague”, el otro genio biografiado por Linklater este año en que ha decidido hablar de las luces y las sombras de la creación. El director de “Boyhood” pilla a Lorenz Hart en la zona muerta de la traición y la decadencia, la noche del 31 de marzo de 1943, en la que “Oklahoma!" -el musical en el que su amigo íntimo y estrecho colaborador durante más de dos décadas, Richard Rodgers, le fue infiel con Oscar Hammerstein- se convirtió en un éxito en Broadway.
Letrista irónico y ferozmente antisentimental, con canciones tan míticas como la del título o “My Funny Valentine” en su currículum, Hart encuentra el antídoto a su desesperación y amargura en los chupitos de whisky y, sobre todo, en un torrencial culto al lenguaje, que derrama entre las cálidas paredes de madera del club Sardi neoyorquino.
Magníficamente escritos, sus intercambios verbales, que a veces toman la forma de un monólogo recitado con sorna y melancolía, definen una personalidad atormentada, que la interpretación de Ethan Hawke, tantas veces cómplice de Linklater, matiza desde una mezcla de resentimiento y fascinación por la belleza que describe a la perfección a este artista contradictorio, gay armarizado enamorado de una musa (Margaret Qualley) solo dispuesta a entregarse al flirteo platónico, que compensa sus complejos físicos con su singular visión del mundo.
De sus palabras, que derraman el deseo de ser artista insobornable, alérgico a las exigencias del público masivo, destacan las que trafica con Rodgers (Andrew Scott). En sus sucesivos, intensos breves encuentros en la fiesta post-estreno de “Oklahoma!”, se perciben no solo dos formas opuestas de entender el arte sino, sobre todo, una amistad gigante que ambos intentan reconstruir con materiales distintos, desde lugares que se resisten a admitir el abismo que les separa. Sus conversaciones son lo más conmovedor de una película hablada que nunca se siente como una obra de teatro, aunque podría serlo. El escenario único, el bar nocturno, parece dividirse en varios espacios –la barra, las escaleras, las mesas, el guardarropa- que dinamizan el sangrante via crucis de Lorenz Hart, su prematuro certificado de defunción (murió siete meses después).
Aquí el tiempo real sirve para condensar un momento de cambio, esa secuencia de acontecimientos que, encapsulada entre cuatro paredes, despliega un devenir hacia el vacío. A Linklater no le interesan los ‘biopics’ de largo alcance temporal, los grandes relatos. Cuando se trata de acercarse al artista, hay que fotografiarle en un instante que defina su vida como una metamorfosis, pero haciéndolo en presente. “Blue Moon” es el notable resultado de esa paradoja: el cine es el tiempo trabajando, en este caso forjando el destino de un hombre que está borrando su futuro.
Lo mejor:
El excelente trabajo de Ethan Hawke y la brillantez de sus diálogos.
Lo peor:
Acaso la incesante verborrea del protagonista puede levantarse como un muro del sentido para determinados espectadores.