Crítica de "Disco boy": cuerpos en tránsito ★★★
Dirección y guión: Giacomo Abbruzzese. Intérpretes: Franz Rogowski,
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Ante “Disco Boy” tienes una intensa sensación de ‘dejà vu’, pero, al mismo tiempo, sientes que estás viendo algo completamente nuevo. Está, claro, la invocación del cine de Claire Denis a través de uno de sus títulos más emblemáticos, “Beau Travail”, acaso la película que mejor representó su fascinación por el cine del cuerpo, aquel que se deja llevar por el discurso de los afectos sin pasar por el filtro del lenguaje. Está, también, la novedad de trabajar ese discurso para hablar de la inmigración, de los cuerpos en tránsito, sin identidad, que pueden participar en el colonialismo del tercer mundo sometiéndose a la sumisión del primero. En “Disco Boy” el cine del cuerpo es, también, cine social, aunque, y ahí está su osadía, no desde el ‘tema’ ni el ‘texto’ sino desde la forma, el gesto y la acción.
La película empieza dividida entre dos cuerpos opuestos: el de Aleksei, lacónico bielorruso que cruza Europa para instalarse en Francia, alistarse en la Legión Extranjera y conseguir la nacionalidad, y el de Jomo, miembro de la guerrilla nigeriana cuya hermana sueña con abandonar el país. El encuentro entre esos dos cuerpos abre el filme a un terreno háptico, sensorial, donde las cámaras térmicas traducen las figuras a un magma de calor que homogeneiza identidades, que las hace intercambiables desde lo estético, y que contagia al resto del filme, y a la posterior deriva de Aleksei en París en busca de la hermana de Jomo, en un viaje fantasmagórico, atravesado por las texturas musicales de Vitalic.
En su debut en la ficción, Giacomo Abbruzzese sabe absorber las enseñanzas del cine de Denis sin resultar derivativo. Su narración, elíptica y abrupta, se beneficia de la interpretación de Franz Rogowski, tal vez el actor europeo contemporáneo que trabaja con más naturalidad -se le nota su currículum como bailarín, coreógrafo y performer- el idioma propio del cuerpo, como hacía Denis Lavant en “Beau Travail” o Tom Mercier en “Sinónimos”, otra película de un cuerpo extranjero adaptándose a la geografía parisina. Aleksei acaba comportándose como un cuerpo poseído, un fantasma, en una ciudad de interiores azules y exteriores húmedos y nocturnos. Encarna una idea extraordinaria en una película en verdad misteriosa: la idea de que la justicia social, que es, sobre todo, una forma justa del amor, se da a través de cuerpos que se buscan y se entienden más allá de razas y culturas.
Lo mejor: La misteriosa, fascinante mezcla entre cine sociopolítico y cine de cuerpos y texturas.
Lo peor: A veces se queda colgada de su propia atmósfera.