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Estreno

Crítica de "La mujer de Tchaikovsky": una pasión disidente ★★★★

Dirección y guion: Kirill Serebrennikov. Intérpretes: Alyona Mikhailova, Odin Lund Biron, Miron Fedorov, Nikita Elenev, Ekaterina Ermishina, Filipp Avdeev, Andrey Burkovskiy. Rusia, 2022. Duración: 143 minutos. Drama.

Un fotograma de "La mujer de Tchaikovsky"
Un fotograma de "La mujer de Tchaikovsky"Imdb

No puede haber película más oportuna. En “La mujer de Tchaikovsky” confluyen la intención de denunciar el modo en que Rusia insiste en blanquear su devenir histórico y canalizar esa denuncia hacia una crítica a un patriarcado caníbal. Así las cosas, el amor que Antonina Miliukova siente por el compositor de “El lago de los cisnes”, luego transformado en pasión autodestructiva, es, en sí mismo, una forma de disidencia política. No es difícil reconocer en ella a Kirill Serebrennikov, exiliado en Berlín después de convertirse en paria para el régimen de Putin: el director de “Leto” es esa mujer apegada a un objeto de deseo que la rechaza, la aplasta, la borra de la vida pública, pero no ceja en su empeño de reivindicar su espacio en un discurso en el que se siente con pleno derecho a pertenecer.

Más allá de su substrato político, la película se refugia en las formas más góticas y siniestras de la novela romántica -derivándola sin complejos hacia el relato de fantasmas: ese hipnótico funeral de Tchaikovsky donde el músico, incluso después de muerto, sigue abominando de su mujer-, acercándose más al imaginario de la literatura de Emily Brontë y de películas como “El diario de Adèle H” que a los excesos de Ken Russell en “La pasión de vivir”. En ese sentido, la película también puede leerse como un melodrama exacerbado, el retrato de una mujer (a la que Ayona Mikhailova encarna con una desbordante entrega) que no acepta que su marido es secretamente homosexual -dato que los censores soviéticos de la época decidieron eliminar de sus biografías oficiales-, y cuyo destino es una locura que le impide distinguir lo que es realidad y alucinación, inmersa entonces en un universo fantasmagórico que es el de los exiliados que se niegan a aceptar su condición.

Lo mejor:

La interpretación de Mikhailova y el modo en que utiliza la dimensión política del melodrama.

Lo peor:

Se le va la mano con el metraje.