Crítica de "Segundo premio": Los Planetas, una leyenda entre ceniceros llenos y cervezas vacías ★★★★★
Directores: Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez. Guion: I. Lacuesta y Fernando Navarro. Intérpretes: Daniel Ibáñez, Cristalino, Stéphanie Magnin. Fotografía: T. Takeuchi. España, 2024. Duración: 109 minutos. Drama.
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Cuando Godard filmó a los Rolling Stones en los londinenses Olympic Studios, en junio de 1968, grabando “Sympathy for the Devil”, estaba siendo testigo de una revolución. En los conatos de prueba y error, en los guitarreos inacabados, en la tensión subterránea de un ensayo declinado en puntos suspensivos, se gestaba un grito político. Godard demostraba, como lo hacen Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, que todo acto creativo encierra la semilla de una revolución. Así lo fue en el caso de Los Planetas, que pusieron patas arriba el universo de la música ‘indie’ española en la década de los noventa.
Por eso en “Segundo premio” es tan importante ver a este grupo que no se llama Los Planetas atrapado en la creación de un disco que se resiste a nacer. Que la cámara registre sus dudas, sus vacilaciones, sus enfados, sus fricciones, mientras llenan ceniceros y vacían cervezas, dejando que la música se abra camino sin más agenda que desbordarse, es una manera de dar cuerpo y crédito al cine desplegándose, como si aquella máxima de que una película es en verdad el documental de su propio rodaje fuera indiscutible, también, a su modo, para la grabación de un disco.
Si “Segundo premio” solo contara la historia de cómo se gestó “Una semana en el motor de un autobús”, probablemente sería tan convencional como uno de esos biopics de auge y caída (o al revés) que tanto abundan en el cine musical. Uno de los principales atractivos de la película es el trabajo con el punto de vista. Desde el momento en que lo que se narra se hace a partir de una puesta en crisis del grupo -la marcha de la bajista, la única chica de la banda-, y que el relato también asume esa perspectiva externa como una de las versiones posibles de lo que ocurrió, ahí aparece el papel de la memoria como creadora de mitos de la cultura popular.
La memoria, claro: otra artista. La que construye el imaginario de un grupo que no solo bebe de sí mismo: es precioso notar cómo la aguja del disco gira y gira, cambia de surco, y ahí suena Lorca y Val del Omar y Morente y Granada entera. También ocurría en “La leyenda del tiempo” y “Los pasos dobles”, donde los universos de Camarón de la Isla y Miquel Barceló ampliaban su campo de batalla para constituirse en constelaciones que giraban y giraban, sí, como un vinilo que se enorgullece de sus crujidos.
Pero, claro, “Segundo premio” también es una historia de amor. Empieza, tal vez, como la disolución de un triángulo amoroso, pero lo que queda del naufragio es la amistad -es decir, la traición, el respeto, la reconciliación- entre el cantante y el guitarrista (atención a los espléndidos Daniel Ibáñez y Cristalino) de este grupo que no son Los Planetas. La cámara de Lacuesta y Rodríguez escruta la intimidad lacónica de sus conflictos, pero también de su lealtad mutua, con una cercanía casi cassavetiana. Es muy hermoso el modo en que las canciones de ese álbum en construcción se convierten en su manera de comunicarse, en su idioma particular, de la misma manera que esas canciones siguen siendo algo así como el himno de una generación. No está en el ánimo de Lacuesta hacer una película generacional, pero es lo que tiene imprimir la leyenda.
Lo mejor:
Es una de las películas sobre la amistad y la creación artística más apasionantes que ha dado el cine español reciente.
Lo peor:
Sería una pena que no encontrara su público entre los más jóvenes, que tal vez identifican a Los Planetas con un grupo de otra generación.