Cuando el violador tuvo por fin cara
La periodista Michelle McNamara dedicó los últimos cinco años de su vida a la investigación de los crímenes del «Asesino del Estado Dorado», que violó a 50 mujeres y mató a 10 en California, y al que no llegó a ver tras las rejas.
La periodista Michelle McNamara dedicó los últimos cinco años de su vida a la investigación de los crímenes del «Asesino del Estado Dorado», que violó a 50 mujeres y mató a 10 en California, y al que no llegó a ver tras las rejas.
a macabra historia de un violador en serie que acabó asesinando a sus víctimas con una crueldad inusitada es el relato de la obsesión de su autora, la galardonada periodista Michelle McNamara, por resolver un caso abierto. Su pasión por los asesinos nació en su Chicago natal y se convirtió en un hobby macabro cuando se trasladaron sus padres a California. Allí se obsesionó por el violador de la Zona Este que durante años aterrorizó la ciudad de Sacramento y que McNamara, treinta años después, bautizaría como el «Asesino del Golden State», zona muy próxima a donde ella vivía. El relato «El asesino sin rostro» investiga las andanzas criminales de ese hombre, que tras cincuenta agresiones sexuales, refinó su «modus operandi» y terminó por asesinar sádicamente a diez de sus víctimas. Y muestra hasta qué punto su autora, Michelle McNamara, vivió los últimos años de su vida a vueltas con este asesino que atacaba enmascarado con un pasamontañas que apenas permitía vislumbrar sus ojos y tras cegar a sus víctimas con una linterna.
«El asesino sin rostro» se publicó dos años después de la muerte de Michelle, a los 46 años, debido a una sobredosis de drogas que tomaba para vencer el insomnio y el estrés causados por su persecución de este criminal, su blog y la escritura del libro. La autopsia descubrió que había ingerido Fentanyl, una droga recreativa que mezcla cocaína y heroína; Adderall, una anfetamina; y Xanax, un tranquilizante; todo ello agravado por una enfermedad no diagnosticada: la arteriosclerosis cardiovascular.
La autora dedicó muchos años a investigar casos irresueltos de asesinos sin rostro en su blog «True Crime Diary» y publicó numerosos artículos en «Los Angeles Magazine», entre 2013 y 2014, sobre el asesino en serie que bautizó como «The Golden State Killer». Su pasión por desenmascarar a este sádico personaje la llevó a dedicar horas y más horas a desmenuzar los archivos de los casos de asesinatos de parejas, entrevistándose con policías retirados y parientes de las mujeres asesinadas por este acechador nocturno que violaba y mataba con una violencia desmesurada a las parejas que asaltaba en su casa mientras dormían.
Cuidadosa planificación
Hasta entonces, nunca había quedado muy claro si eran uno o dos los psicópatas que durante la década de los 70 atormentaron a las mujeres de la zona Norte de Sacramento, en California, y perpetraron más de cincuenta asaltos. Ambos utilizaban una máscara de punto con unos agujeros para los ojos y un orificio para la boca. Atacaban a parejas mientras dormían, obligaban a la mujer a atar al marido para violarla a continuación en otra habitación, amenazándola con matar a su familia si gritaba o lo denunciaba.
Este tipo de violadores que acaban asesinando destacan por una cuidadosa planificación: el «Asesino del Golden State» entraba previamente en las casas; memorizaba los puntos de huida; registraba y robaba piezas íntimas de sus víctimas, alianzas, baratijas y crema de manos, desinteresándose por las piezas de valor, y solía destrozar o incautarse de fotos de la víctima. Como si tuviera «una cuenta pendiente con la “unidad familiar”». En su registro de la casa encontraba el dinero escondido y lo dejaba a la vista. Sacaba la ropa interior del marido y la disponía como un reguero por el pasillo que conducía al dormitorio. «El saqueador –escribe McNamara– albergaba rencor más de que sobra». Y una paciencia malévola.
Según los testimonios recogidos por la policía, al violador del Golden State le excitaba el interrogatorio sexual: «¿Qué estoy haciendo?», le preguntó a una víctima con los ojos vendados mientras se masturbaba con su crema de manos. Incluso la regañó «igual que un director a una actriz»: «Échale un poco de emoción –le ordenó– o voy a utilizar el cuchillo». Además de estos datos, algunas víctimas comentaron que tenía el pene muy pequeño, referencia fisiológica que suele omitirse en los casos de violación. Mientras unas decían que no las tocaba, otras sostenían que las violaba con una furia desatada. En 1977, los inspectores de Visalia y de Sacramento observaron una docena de similitudes entre el merodeador y el saqueador nocturno. La forma de entrar, desvalijar, robar objetos sin valor y abordar a las víctimas poniéndose encima de ellas a horcajadas mientras dormían, despertándolas con la luz de una linterna, mientras les tapaban la boca, era idéntico, pero el sheriff del condado de Sacramento encontró diferencias irreconciliables: seis de los nueve factores del «modus operandi» no coincidían y la descripción del psicópata tampoco.
El «Merodeador de Visalia», que fue descubierto por Carl, el novio de Glenda, a la que éste acechaba, fue descrito «como corpulento, con los hombros encorvados y las piernas robustas. Medía uno ochenta y dos y pesaba unos ochenta kilos. Era rubio y llevaba el pelo repeinado. Tenía naricilla de botón, la cara redonda e inexpresiva y le colgaba el labio inferior. Y su acento era de un patán de Oklahoma». En cuanto al «Saqueador de Sacramento», era «un bebé enorme con dedos y extremidades cortos y la tez tersa y pálida. De complexión esbelta y enclenque». Cuarenta años después la opinión sigue dividida, aunque el FBI sostiene que «alguien endomorfo no se convierte por arte de magia en ectomorfo». Ambos casos quedaron irresueltos, relegados a las cajas del almacén de casos abiertos y todavía sangrantes, porque el «Saqueador» y el «Merodeador» siguieron actuando sin ser descubiertos.
En los años ochenta, la ciencia forense dio un paso de gigante con el descubrimiento de Alec Jeffreys de las huellas genéticas o perfiles de ADN, en Luton, al norte de Londres. Posteriormente, en 1994, en Estados Unidos se estableció la autoridad del FBI para mantener una base de datos nacional: el Codis (Índice combinado de ADN). En 1996, en el condado de Orange se consiguió la primera «correspondencia en frío» que identificó a un preso como un asesino en serie de cinco mujeres. Rápidamente resolvieron seis asesinatos irresueltos.
El avance del laboratorio forense de Orange fue espectacular. Entre 1972 y 1994 se investigaron 2.479 homicidios de casos abiertos y se esclarecieron 1.591 gracias a las pruebas genéticas guardadas. En 1996 se descubrió que una víctima llamada Janelle Cruz, asesinada en su casa en 1986, coincidía con el marcador THO1 de los casos Harrington y Witthuhn de 1977. Además, su casa y la de estos dos casos atribuidos al «Acechador Nocturno» apenas estaba separada por tres kilómetros.
Para Michelle McNamara, sus últimos años fueron de una gran actividad, contrastando sus análisis con los del inspector Paul Holes, que reabrió el caso veinte años después. En julio de 1997 Holes sacó los kits del «Violador de la Zona Este» del almacén, los envió al laboratorio y obtuvo un perfil genético que coincidía con el «Acechador Nocturno». En 2001, misteriosamente, sonó el teléfono en una casa al este de Sacramento y contestó una mujer de sesenta años: «¿Sí?», una voz grave que nunca olvidaría le susurró: «¿Recuerdas cuando estuvimos jugando?». Algo infantil resuena en estas palabras del violador que contrasta con la ira que lo guía y con la furia homicida del asesino en serie.
Y algo de juego perverso hay en todo psicópata escindido cuyo mayor placer es aterrorizar a sus conciudadanos, saliéndose con la suya gracias a la nocturnidad y la alevosía de su mente perturbada, siempre pérfida y desconfiada. Finalmente, en abril de 2018 fue arrestado en Auburn, Sacramento, el escurridizo asesino sin rostro. Se llama Joseph James DeAngelo, tenía setenta y dos años y era un jubilado de la policía expulsado por robar en una tienda. Y exactamente fue en el sur donde comenzó a violar a cincuenta mujeres y a asesinar de forma continuada a sus doce víctimas. El «Asesino del Golden State» fue detenido mientras se preparaba un pollo al horno. Aún hoy permanece en una celda de Sacramento, bajo vigilancia para que no se suicide, a la espera de su juicio, que comenzará en abril del año que viene. A Michelle McNamara se la compara con la detective Mage Gunderson de la película «Fargo» por su tesón y minuciosidad analítica.