David Lynch, una exposición no es suficiente
El artista presenta en Manchester una estruendosa recopilación de sus mejores obsesiones.
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El artista presenta en Manchester una estruendosa recopilación de sus mejores obsesiones.
Esculturas, pinturas, música, cine, propio y ajeno, y charlas. A falta de nuevas películas, son ya 13 años desde la última, David Lynch presenta en Manchester una estruendosa recopilación de sus mejores obsesiones. Desde los frutos semi secretos del pintor recluido en una casoplón con vistas al Pacífico a las meditaciones sonoras de un puñado de grupos encandilados con el universo gótico de aquellas deliciosas partituras de Angelo Badalamenti. Desde el homenaje a varios de los directores y largometrajes que más lo han influido, de «Fellini, ocho y medio» a «El crepúsculo de los dioses», de Billy Wilder.
Como escribió en su día David Foster Wallace, a Quentin Tarantino le interesaba el acto de cortar una oreja, mientras que a Lynch le fascina la oreja, mutilada y autónoma sobre la sangre, como puerta de entrada a otros mundos posibles. La exposición multimedia permitirá reencontrarse con uno de los tótems indiscutibles de la posmodernidad, retirado de las cámaras desde que en 2017 estrenase la continuación de «Twin Peaks. Inland Empire», de 2006 lleva camino de convertirse en el testamento cinematográfico de quien ha ganado dos veces la Palma de Oro, mejor película por «Corazón salvaje» y mejor director por «Mulholland drive». Oscar honorífico a toda su carrera, el zorro plateado, siempre de negro, charlaba el otro día con el británico «Guardian».
Cuando le preguntaron por su amor por Manchester respondía con él mismo, años noventa, decepcionado porque el paisaje industrial que aspiraba a retratar con su cámara estaba siendo sustituido por modernas construcciones de acero pulido y/o campos muy verdes donde pastan las vacas. Bueno para el medioambiente, masculla aproximadamente, pero malo para la fotografía. Por ahí, por ese escupitajo de pensamiento no recluido a los postulados sanitarios de lo políticamente admisible cabe pensar que Lynch, a pesar de tantos pesares, sigue igual de dinámico, feroz e insobornable. Un cerebro incapaz de arrullarse con la canción de cuna impuesta por los bienpensantes y capaz de facturar delicias y bodrios sin solución de continuidad.
Quién sabe si su mejor película no fue «Una historia verdadera», la menos lynchiana de sus historias, al tiempo que el regreso al universo Peaks saludaba el ocaso. Milite uno en «El hombre elefante» o en «Carretera perdida», elijas el Lynch dodecafónico y cubista o el imprevisto heredero de John Ford, la decepción parece cantada: es muy probable que no dirija más. En Hollywood decretaron la muerte del presupuesto mediano y el guión que cuenta historias más allá del previsible blockbuster. Lynch habla de ideas y de esperar a que lleguen.
Sus palabras tienen ese punto coqueto del mito que se resiste a aceptar que su tiempo, el del cine estadounidense por y para adultos, es ya el de Norma Desmond/Gloria Swanson mientras desciende la escalera.