David Trueba se sale del sistema
El director rescata en «Casi 40» a Lucía Jiménez y Fernando Ramallo para hablar de sueños y frustraciones de una pareja de amigos
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El director rescata en «Casi 40» a Lucía Jiménez y Fernando Ramallo para hablar de sueños y frustraciones de una pareja de amigos.
Para David Trueba, «una cierta libertad sale cara, tienes que hacer muchas renuncias; es muy fácil de boquilla, pero ejercerla a veces te obliga a boicotearte a ti mismo». Hermano menor del oscarizado Fernando, tío del prometedor Jonás, le gusta moverse en los márgenes, incluso quedar segundo en la vida. «Yo he carecido de la dentadura para estar mordiendo. Y no me quejo porque esa marginación me gusta, pero a veces ¡qué cómodo sería no tener que empezar de cero cada vez!». Lo dice a cuento de «Casi 40», una pieza de cámara (a él le gusta llamarla «capriccio») con la que se desmarca después de los seis Goya de «Vivir es fácil con los ojos cerrados» (2013).
En el Festival de Málaga, donde cerró ayer la competición, Trueba propuso una «rebelión contra el apartamiento», un credo de «outsiders» porque, dice, «vale la pena salir y comprobar cómo se hace el cine en su desnudez más absoluta». Y lo hace rescatando a dos actores que empezaron con él en «La buena vida» (1996) y que llevan una década sin pisar un set de rodaje para cine: Lucía Jiménez y Fernando Ramallo. «Ellos han sufrido los años de apartamiento, aunque hayan hecho televisión y teatro. En este oficio cuando no te llaman y no tienes tres guiones encima de la mesa sufres mucho», señala el director. Son dos intérpretes al borde los 40 años que dan vida a un par de viejos amigos de la misma edad. Él le propone a ella, una estrella eclipsada del pop, una pequeña gira de conciertos por esa España que no sale en los telediarios, donde no sucede nada, la de la provincia. El encuentro les dará pie a cotejar sus ilusiones y expectativas con las realidades.
Aceptar el paso del tiempo
Con ellos confrontamos las distintas posturas ante la aceptación del paso del tiempo. «Él es un personaje más amargado, le molesta lo que ha incumplido él en su propia vida y lo que ha incumplido ella, que resuelve mejor los problemas de su vida, no los niega pero busca una solución, porque al final debemos resolver nuestras vida con esas frustraciones a las espadas».
A medida que el viaje avanza, entre diálogos ingeniosos marca de la casa y tres o cuatro actuaciones musicales de una muy solvente Lucía Jiménez, van cayendo todas las apariencias: «Ellos se ven y se dicen: ‘‘Yo sé lo que tú soñabas con 16 años, a mí no me lo puedes ocultar’’», explica Trueba, para quien en la sociedad vivimos «contaminados por falsas interpretaciones».
Entre ellas, por supuesto, la del éxito. En un momento de «Casi 40», en mitad de una carretera en medio de un páramo presuntamente castellano, camino a una velada musical donde no aguardan más de 20 espectadores, el personaje interpretado por Fernando Ramallo lee unas frases sobre los juglares del medievo en un libro de lance recién comprado. Queda evidente que Trueba, un hombre que, dice, realizó esta cinta sin creer del todo que fuese a ver la luz («lo hice por capricho y no lo digo por coquetería») muestra a las claras su disconformidad con el signo cultural de los tiempos: «Me gustaría reivindicar con esta película el valor artesanal por encima de lo industrial. La idea de objeto de consumo está muy inserta en la industria cultural, un término que es un oxímoron de hecho. Ahora si un músico, por ejemplo, no está dentro de la coyuntura lo tiene muy complicado». Lo suyo, quedó claro, es el mester de juglaría.