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Delulu: y el autoengaño «cool» al buscar la felicidad

¿Es en realidad una loa al delirio ilusorio? Los expertos lo ubican como una forma moderna de fingir para parecer lo que uno quiere ser
"Delulu", corriente filosófica impulsada en TikTok
"Delulu", corriente filosófica impulsada en TikTok LR

Madrid Creada:

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«Aunque suene extravagante, raro y espantoso, si lo dices con soltura sonará armonioso». Lo cantaba Mary Poppins, allá por el 64, sobre el sintagma «supercaligrafilisticoespialidoso» pero bien podría cantarlo hoy Ana Mena para referirse al término «delulu». Aunque la palabra en sí viene del entorno de la música pop coreana y se utilizaba hace ya una década para referirse despectivamente a los fans enfervorizados e ingenuos convencidos de que acabarían siendo íntimos de sus ídolos, ahora esa palabra sirve para designar a todo un movimiento, casi una filosofía de vida, que triunfa entre los más jóvenes. Delulu aparece ya en todo tipo de merchandising: camisetas, tazas, agendas, cuadernos y tote bags se llenan de frases como «deing delulu is the solulu» o «may all your delulu come trululu». Tik Tok arde. Los grandes medios, de la revista «Fortune» al «New York Times», le dedican sus páginas. Pensamiento positivo, confianza en uno mismo, enfocarse en los sueños y deseos, autoestima a todo lo que da la máquina. Pero, ¿qué es en realidad delulu? ¿Una loa al delirio ilusorio? ¿Pensamiento «misterwonderful» de nueva generación? ¿Autoengaño empoderado impermeable a la realidad? ¿Qué es delulu?
«Delulu no es más que una reformulación posmoderna de aquel aforismo: ‘‘Fake it till you make it’’ (finge hasta lograrlo)», apunta el profesor y escritor Javier G. Recuenco, experto en personotecnia. «No son pocos los pensadores que han hablado del tema: Umberto Eco lo hizo, de cuando dejas de creer en Dios, en “A passo di gambero”, sobre la Teoría del Diseño Inteligente contra el darwinismo; los complots universales tipo Protocolo de los sabios de Sión, Código da Vinci… Caro Baroja también habló del tema. Chesterton decía que “quien no cree en Dios, cree en cualquier cosa”. Incluso en aquel “El secreto” de Rhonda Byrne es ese el tema. Ella escribe: “¿Cómo llegas al punto de creer? Empieza a fingir. Sé como un niño y finge. Actúa como si ya lo tuvieras. Mientras finges, comenzarás a creer que has recibido”. Eso es delulu». Guillermo de Haro, ingeniero en telecomunicaciones, profesor universitario, articulista y escritor, enlaza este autoengaño optimista con nombre casi de regaliz con el lema de la agenda 2030, ese inquietante «no tendrás nada y serás feliz». Y para ser feliz no teniendo nada, no hay mejor modo que hacerlo que convencerse a uno mismo de que es feliz. Actuar como si lo fuera para serlo. Impermeable al contexto y a la realidad objetiva. Puro pensamiento mágico.
Un viejo modo de pensar
«Tiene algo de pensamiento mágico, efectivamente», añade Bernat Casany, escritor y profesor de Literatura en la Universidad de Barcelona, autor de los ensayos «La filosofía del miedo» y «Pensamiento crítico ilustrado», «pero creo que, aunque el pensamiento mágico es una constante universal, en este caso, nos hallamos con una especificación muy particular, la de la cultura estadounidense, en cuyo núcleo se halla la tradición filosófica pragmatista, de autores como William James o Richard Rorty. Es una tradición filosófica muy antigua. De hecho el libro “Pragmatismo”, de William James, que es apasionante, se subtitula “Un nuevo nombre para un viejo modo de pensar”. El núcleo del pragmatismo es escéptico. Su convicción de que resulta imposible lograr una total seguridad acerca de las grandes preguntas que solemos hacernos, le lleva a cambiar el centro de gravedad del proceso cognoscitivo. No se trata tanto de buscar la verdad como de buscar la utilidad. Ya no se preguntan, pues, por la verdad de las ideas, sino por la utilidad que éstas puedan tener para la vida. Un ejemplo: como resulta imposible averiguar con argumentos racionales o pruebas empíricas si existe o no la libertad, lo mejor será que nos olvidemos de esa pregunta y nos preguntemos cuál de esas dos respuestas beneficia la vida. No será tan importante, pues, responder a la pregunta metafísica de si existe la libertad, como convencerse de que actuando como si fuésemos libres, lograremos un cierto efecto de libertad o, por lo menos, una mayor potenciación de la vida. El modo en que definimos “lo útil” es esencial. No se trata de una utilidad económica sino, más bien, existencial. Pero la cultura de masas estadounidenses, de corte capitalista, ha tendido a reducir “lo útil para la vida” (como dirá Nietzsche en su segunda intempestiva) en “lo rentable para mí”. Lo que importa ver aquí es que esa idea de que lo importante son los efectos de lo que piensas acerca de la realidad, y no tanto la verdad acerca de la realidad, hunde sus raíces en esta tradición pragmatista».
Viñeta
ViñetaRebs
Se trataría, entonces, de una tradición mucho más antigua. Una que hunde sus raíces al mismo tiempo en la tradición escéptica. La de aquel Erasmo, príncipe de los humanistas, uno de los principales recuperadores del escepticismo antiguo en la época moderna, que en su debate con Lutero acerca de la libertad desplegaba el siguiente argumento: «No podemos saber si somos libres o no, pero lo mejor será actuar como si fuésemos libres, porque eso tendrá efectos de libertad». «Más adelante, Kant hará lo mismo con los postulados de la razón (ideas que acepta más por sus consecuencias beneficiosas, que por demostraciones razonables)», prosigue Castany. «Por ejemplo, cuando piensa acerca del progreso histórico, dirá que no podemos saber si existe o no, pero que aun así debemos actuar como si existiese, porque eso tendrá efectos de progreso. Y lo mismo dice Sor Juana Inés de la Cruz en uno de sus romances filosóficos más interesantes: “Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato; quizá podréis persuadirme, aunque yo sé lo contrario, que pues sólo en la aprehensión dicen que estriban los daños, si os imagináis dichoso no seréis tan desdichado.(…) No es saber, saber hacer discursos sutiles, vanos; que el saber consiste sólo en elegir lo más sano”».
También enmarca Casany el vitalismo de Nietzsche en un camino semejante. «De hecho», añade, «uno de los seguidores de Nietzsche, Vaihinger, desarrollará toda una teoría acerca del ‘‘als ob’’, que en alemán significa “como si”, y William James desarrolló esta cuestión, en conexión con la religión, en ‘‘La voluntad de creer’’. También George Sorel, un pensador muy interesante de principios del siglo XX, se planteó la cuestión de si en lugar de buscar verdades, no debíamos fundar nuevas mitologías, que lograsen movilizar la fuerza de las personas y de las sociedades, etc. Sea como sea, ese tipo de pensamiento tiene su parte de verdad, no sólo filosófica, sino biológica o evolutiva (pues resulta adaptativo un cierto optimismo, en tanto que moviliza energías que la depresión obtura). El problema es su deformación banal, o venal. Como decía Juan Carlos Onetti, no hay peor mentira que aquella que cuenta todos los hechos sin respetar el alma de los mismos».

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