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El pintor que era escritor

De Dora Maar a Franco: Se publica todo lo que escribió Picasso

Akal publica en un volumen la totalidad de la producción

literaria del pintor malagueño, incluyendo su teatro, sus poemas y sus prosas

Una de las imágenes de Pablo Picasso captadas por Lucien Clergue.
Una de las imágenes de Pablo Picasso captadas por Lucien Clerguelarazon

En 1935, una de las personas que mejor conoció a Pablo Picasso, su secretario y hombre de confianza Jaume Sabartés, publicaba en «Cahiers d’Art» un pionero artículo dedicado a la que por entonces era una de las facetas más ocultas de su querido amigo. Sabartés exponía que «Picasso escribe no como un escritor; no para ser un poeta, sino porque es un poeta, y para completar la expresión de realidad obligado por su afán incomensurable de sinceridad». El texto llevaba por título «La literatura de Picasso».

Probablemente sea esta aún, dentro de la gran creatividad del genio, uno de los aspectos en los que menos se han centrado los estudiosos picassianos, con algunas excepciones. Para muchos podría ser como una diversión, como una mera distracción del artista entre pinturas, grabados, dibujos, esculturas y cerámicas. Pero Picasso se tomó muy en serio el enfrentarse a la palabra. Buena prueba de ello es la producción dejada y que no se había publicado en nuestro país de manera completa sorprendentemente hasta ahora. Coincidiendo con el cincuentenario de la muerte de Picasso, Akal ha acometido la labor de publicar por primera vez en castellano esa obra completa literaria. Eso es lo que tenemos en «Escritos. 1935-1959». En sus 800 páginas nos encontramos con un paseo por los temas que interesaban al pintor, algunos redactados en castellano –aunque habría que matizar y hablar de malagueño– y francés. Con introducción y notas de Marie-Laure Bernadac y Christine Piot, el volumen es una puesta al día del pionero libro «Écrits», publicado por Gallimard en 1989 como un gran y caro libro de arte, alejado del gran público, algo que no ha pasado con la edición de Akal. Cabe decir que únicamente las obras de teatro –«El deseo atrapado por la cola» y «Las cuatro niñas»– y la prosa «El entierro del conde de Orgaz» había sido objeto de publicaciones individuales. Tampoco puede olvidarse como precedente a todo esto el libro «Abecedario Picasso Poeta» realizado por el museo que lleva el nombre del pintor en Barcelona y que recopilaba los temas literarios, así como algunos manuscritos.

Lo que el lector encontrará es un viaje literario que se inicia en 1935, aunque tiene como precedente 1894 cuando el niño Pablo Ruiz Picasso, en aquel momento vecino de La Coruña, puso en marcha una revista totalmente hecha a mano en la que, a manera de un cronista del momento, iba recogiendo en viñetas y textos, todo lo que ocurría en la ciudad gallega. Tituló aquella publicación, que Picasso guardó con él hasta su muerte entre sus papeles, «Azul y Blanco», a la manera de parodia infantil de la revista «Blanco y Negro».En ella encontramos, por ejemplo, hasta los telegramas imaginados que llegaban a la inexistente redacción: «A la hora de entrar en máquina este periódico no se ha recibido ningún parte telegráfico a causa del mal estado de las líneas». Todo ello iba seguido de una nota de actualidad firmada por P. Ruiz: «Pues Señores, no tenemos nada de particular que decir a Vds».

Olga y Pablo Picasso
Olga y Pablo Picassolarazon

Pero viajemos a 1935, el momento en el que Picasso decide a tantear la literatura como forma de expresión de su creatividad. Fue un año que Picasso definió como «la peor época de mi vida». Su matrimonio con la bailarina Olga Khokhlova se estaba desmoronando y su joven amante Marie-Thérèse Walter esperaba una hija que se llamaría Maya. El 18 de abril de ese año empezó a redactar un texto en español, sustituyendo esa labor a la pintura, a la que no volvió hasta febrero de 1936. Encerrado en su gran propiedad de Boisgeloup, tan lejana del ruido de París, Picasso comenzó a escribir de un tirón, como si llevara tiempo pensando su contenido, un texto sin signos de puntuación, casi irrespirable si se quiere leer de viva voz. A la manera de la escritura automática de los surrealistas de Breton, el 18 de abril de 1935 inicia una potentísima prosa poética en la que se pregunta «si yo fuera afuera las fieras vendrían a comer en mis manos y mi cuarto aparecería si no fuera de mí otros sueldos irían alrededor del mundo hecho trizas». El pintor no podía dejar de serlo, incluso cuando se enfrentaba a esas cuartillas en blanco. Así que ese jueves en el que, como él mismo escribía, hacía frío y todo permanecía cerrado, «el sol azota al que yo pude ser».

Picasso había encontrado su voz literaria. A finales de ese nefasto 1935, con Jaume Sabartés ya armado como su fiel sombra y escudero, el pintor le entregaría sus poemas para que empezara a pasarlos a limpio.

Animado por su entorno literario, especialmente su querido Paul Éluard, en 1936 siguió escribiendo, pero también publicó algunos de esos trabajos en los que aparecen, por ejemplo, «puñados querubines y angelotes sin culitos».

Pero no era solamente Picasso el único encargado de guardar todos sus manuscritos. Hubo alguien que también conservó los que fueron dirigidos a su persona. Lo hizo con una fidelidad total al hombre, pese a que este no se había comportado nada bien con ella al final de la relación que tuvieron. Ella era Dora Maar, fotógrafa y, por encima de todo, pintora, como a ella misma le gustaba decir. Tras la muerte en 1997 de Henriette Theodora Markovitch, como en realidad se llamaba la artista, se subastaron sus bienes y entre ellos aparecieron todos los textos que le dedicó Picasso entre 1936 y 1944. El pintor empleó cualquier papel para dirigirse a Dora, como el reverso de una nota de agradecimiento que le había remitido el mismísimo Sigmund Freud. Picasso le dedicó estas líneas: «Dora mía en la jaula del pájaro escapado del naufragio romperá sus alas los barrotes. El peso del perfume o del grito del arcoíris cerrando su abanico».

Fotografía de Pablo Picasso dormido en la playa "Mougins", de 1936 o 1937, por la fotógrafa Dora Maar
Fotografía de Pablo Picasso dormido en la playa "Mougins", de 1936 o 1937, por la fotógrafa Dora MaarEFE/Museo Picasso de París

Vía Air France

A veces, en sus mensajes a Dora Maar, todo se limitaba a una frase, como en el reverso de una pequeña tarjeta verde y azul de Air France del 21 de marzo de 1939 y que parece una respuesta divertida a Freud: «No insista el complejo de Edipo está en el retrete». Otras veces, por esas fechas, Pablo Picasso procuraba ser algo más lírico, como en la anotación en una caja de cerillas en la que escribió que «estaba tan oscuro a mediodía que se veían las estrellas».

Una de las particularidades de la prosa es la obsesión por hacer listas de todo tipo. Las hay de todo tipo, desde los materiales que necesita para su oficio de pintor pasando por las de remordimientos o las de «tantas necedades categóricas en equilibrio a caballo sobre la nariz del listo que se traga el resorte». De Dora Maar también hizo una en la que ella fue deconstruida. Picasso anotó de ella «sus gruesos muslos, sus senos, sus nalgas, sus brazos, sus pantorrillas, sus manos, sus ojos, sus mejillas, su pelo, su nariz, su garganta, sus lágrimas». Pero la cosa no se paró ahí porque también quiso hacer inventario de lo que rodeaba a Dora, como «el plumeti de las anchas cortinas corridas sobre el cielo transparente escondido detrás de la alambrada» o «el tazón de leche de las lágrimas arrancadas a cada risa desnudando el desnudo del peso de las lágrimas retiradas de las flores del huerto».

El libro permite constatar que Picasso empleaba cualquier material para potenciar su literatura. Por ejemplo, un ejemplar del 8 de diciembre de 1935 del diario «Le Journal» fue debidamente recortado por las tijeras del artista para poder construir varios poemas «collages» literarios. En otro periódico francés, «École et liberté», del 15 de diciembre de 1935, apuntó en su cabecera a lápiz y en español que «virginidad del toro que es la virgen puesta debajo de la copa que rodean las abejas haciendo oles».

La escritura también apareció en algunos cuadros, en ocasiones como complemento al discurso pictórico. Eso es lo que sucede con un óleo de septiembre de 1937 y en el que retrató con sarcasmo a una mujer, una peculiar marquesa simpatizante de la causa franquista. Tras ella, en un muro podemos leer la siguiente inscripción: «Retrato de la marquesa de culo cristiano echándoles un duro a los soldados moros defensores de la virgen».

Portada del libro
Portada del libroAkal

Sueño y mentira de un dictador

►Pablo Picasso fue una de las grandes voces de la causa republicana en los años de la Guerra Civil. Su gran eco internacional en el momento en el que estalló la contienda se potenció especialmente con la realización de «Guernica» para el Pabellón de la República en la Exposición Internacional que tuvo lugar en París en 1937. Como es sabido, el pintor se encerró en su parisino taller de la rue des Grands-Agustins, curiosamente el mismo lugar en el que Balzac situaba su «obra maestra desconocida», para trabajar en esa gran tela, un proceso que fue capturado por la cámara de Dora Maar. A la par que se dedicaba a pintar y repintar ese mural, entre el 15 y el 18 de julio de 1937, se dedicó a preparar una carpeta titulada «Sueño y mentira de Franco». Allí se incluían dos grabados que, a la manera de un cómic y con algunos elementos del mismo «Guernica», explicaban la epopeya de Franco. Pero no todo se limitó a una mirada gráfica porque Picasso, con el mismo título, escribió una larga prosa dedicada al dictador y que empezaba hablando de un «fandango de lechuzas escabeche de espadas de pulpos de mal agüero estropajo de pelos coronillas de pie en medio de la sartén en pelotas». El pintor empleaba el humor y la rabia para criticar despiadadamente a Franco.

Interior del Museo Picasso-Colección Eugenio Arias, en Buitrago
Interior del Museo Picasso-Colección Eugenio Arias, en BuitragoJOSE LATOVA FERNANDEZ-LUNAJose Latova Fernandez luna

Entre Velázquez, el Cid y las corridas de toros

►Picasso nunca se olvidó de sus raíces, tampoco en sus escritos, en los que juega con diferentes elementos de la cultura española. A veces los une para crear personajes únicos, como si tratara de un «collage» construido con todo lo que tenía a mano, como es el caso de un poema del 12 de septiembre de 1958 escrito con lápices de colores y que está dedicado a mayor gloria de don Rodrigo Díaz de Vivar de Silva y Velázquez, al que llama «carpintero en hojalata» y «apuntador de huevos frito con chorizo». Los toros, tan presentes en su pintura, también tienen su papel en estas composiciones literarias, como ocurre con una pequeña libreta que regala a su editor Gustavo Gili cuando termina de ilustrar «La Tauromaquia de Pepe Illo» o cuando incluye, para su amigo Arias, «un buen plato de toritos fritos».