El hemofílico más celebre
El zarevith Alexis padeció desde pequeño esta enfermedad que le hizo sufrir lo indecible, hasta el punto de pedirle a su madre que le dejara morir
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La zarina Alejandra, desposada con el zar Nicolás II, anhelaba más que nada en el mundo el nacimiento de un varón que resolviese la falta de sucesión directa.
La zarina Alejandra, desposada con el zar Nicolás II, anhelaba más que nada en el mundo el nacimiento de un varón que resolviese la falta de sucesión directa. Fue entonces cuando prendió en su ánimo un supersticioso misticismo mezclado con un complejo de inferioridad que la sumió en un estado obsesivo, agravado al nacer su cuarta hija, Anastasia. Desesperada, Alejandra se refugió en la oración en espera de un milagro. La crueldad humana acentuó su malestar durante un viaje de los zares a Francia, donde algunos periódicos propagaron la calumnia de que aquella visita había sido preparada «para buscar un padre al ansiado futuro emperador». A su regreso, la zarina empezó a recibir en ininterrumpida peregrinación a sacerdotes, astrólogos, curanderos y espiritistas. Todos ellos desfilaban con falsos remedios y promesas por el palacio de Tsarkoiselo, donde Alejandra pasaba la mayor parte de su tiempo.
Entre los magos extranjeros sobresalió un supuesto médico francés, de nombre Philippe, aficionado al hipnotismo; un verdadero granuja que persuadió a Alejandra de que todos sus ruegos iban a ser por fin atendidos por la Providencia. Fue así como, poco después, Alejandra tuvo su primer embarazo imaginario que oficialmente se hizo pasar por un aborto para mantener el prestigio de la soberana. Desangelada, confió esta vez en la protección de San Serafín de Saroff, impresionada por la legión de peregrinos que le rezaban y por los milagros que se le atribuían. Pidió entonces al santo que le diese el anhelado varón y pronto tuvo la impresión de que su plegaria había sido escuchada.
Una noche, a la luz de las estrellas, la zarina se bañó en un manantial que brotaba cerca de la tumba de San Serafín, a quien impetró el favor del Cielo. Al año siguiente, cuando nació su hijo, todos aceptaron que había sido un milagro otorgado en aquel baño.
Pero Alejandra ignoraba el precepto de Quilón de Esparta, uno de los Siete Sabios de Grecia, según el cual «no hay nada tan inseguro como la grandeza de los reyes». El único hijo varón y heredero de los zares, Alexis, nacido el 30 de julio de 1904, se convirtió así en el hemofílico más célebre de la Historia.
Su desdichada vida fue llevada a la gran pantalla por el realizador Sam Spiegel, autor del filme «Nicolás y Alejandra», basado en el libro de Massie RK.
El zarevith Alexis sufrió e hizo sufrir lo indecible a su madre. A las seis semanas de nacer, presentó su primera hemorragia umbilical, atajada por los doctores Ferodov y Derevenko.
Cuando el zarevitch contaba ocho años, su madre le llevó en coche a dar un paseo con Anna Vyrubona, una dama de la corte, desde su lugar de vacaciones en Spala. El pequeño había estado dos semanas convaleciente tras un leve golpe en la ingle. Durante el viaje, Alexis empezó a quejarse de un fuerte dolor en el abdomen. Su madre, angustiada, ordenó que regresasen de inmediato a casa. Pero cada vez que el carruaje se balanceaba de un lado a otro, el zarevitch soltaba tremendos alaridos implorando a su madre: «¡Dejadme morir para no sufrir más!».
Parecía como si al niño, mientras el coche avanzaba dificultosamente por caminos pedregosos, le clavasen agujas incandescentes por todo el cuerpo. Cuando llegaron por fin a casa, el príncipe estaba semiinconsciente. El médico detectó varios hematomas en el muslo y en la ingle. Días después, el enfermo seguía quejándose, hasta que una tarde los dolores desaparecieron como por ensalmo. ¿Qué oculta razón puso fin al horrible sufrimiento del chiquillo?
La asombrosa «curación» coincidió con los telegramas que la emperatriz Alejandra cruzó con el siniestro Grigory Rasputín, pidiéndole ayuda. Tan pronto como ella cursó el primero, el príncipe recuperó prodigiosamente el color en su pálido semblante, siendo ya capaz de conciliar el sueño.
Pero aquel increíble «portento» escondía una sencilla explicación médica: en realidad Rasputín, tras serenar el ánimo del pequeño, lograba que éste se durmiera reduciendo así su presión sanguínea y, por ende, las hemorragias. Además, sus indudables poderes hipnóticos ayudaban a conseguir la vasoconstricción de las arterias, calmando así los dolores. El trágico final de Alexis y de su familia llegó la noche del 16 al 17 de julio de 1918, cuando el siniestro Jacob Yurovsky, miembro de la policía secreta bolchevique, despertó a los zares y los hizo bajar al sótano. Poco después, al comprobar que el joven Alexis seguía aún vivo en brazos de su padre, Yurovsky le dio sin contemplaciones un tiro de gracia con su pistola.