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Teatro

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El insulso regreso de Ibsen

La vuelta de Nora
La vuelta de Noralarazon

Lucas Hnath. Andrés Lima. Aitana Sánchéz-Gijón, Roberto Enríquez, María Isabel Díaz Lago y Elena Rivera. Teatro Bellas Artes. Hasta el 23 de junio de 2019.

A pesar del éxito que parece haber cosechado en Broadway, no creo que Lucas Hnath haya sabido aprovechar demasiado bien en su obra, o al menos no se refleja en esta versión, las posibilidades que podían ofrecer los personajes de Ibsen enfrentándose a la vida después de que la protagonista se marchase de casa dando el más famoso portazo de la historia del teatro. Porque es eso lo que plantea el texto, que 15 años después de su abrupta y comprensible huida, Nora regrese al hogar de su marido, Torvald, para formalizar los papeles del divorcio.

Y aquí está ya el primer escollo: armar todo el conflicto dramático en torno a la obtención del divorcio no resulta demasiado sólido si tenemos en cuenta que Nora, que es el personaje que quiere ese divorcio y que, por tanto, sirve de motor de dicho conflicto, es precisamente quien había roto con todo lo establecido en un ejercicio admirable de libertad individual y de desafío al orden social. Por mucho que el hecho de seguir casada le pueda perjudicar en su vida actual, resulta chocante verla ahora tan preocupada por el divorcio; tanto como lo sería ver a Curro Jiménez preocupado por hacerse con una licencia de armas, y que esa idea sirviese de base a una nueva serie televisiva. Pero es que, además, la obra se va construyendo con algunas incongruencias dramatúrgicas que no hacen sino aminorar el interés del espectador por la historia a medida que avanza la función. Un ejemplo de ello es plantear el encuentro de Nora con Torvald como algo que ella quiere evitar y que finalmente provoca el azar. Hombre..., ¡como para evitarlo! ¡Si es que ella se había metido en casa de él! Tampoco está muy acertado Hnath en recuperar el personaje de la antigua niñera antes que otros más importantes; habría estado justificado si hubiera sido capaz de dar una renovada consistencia dramática a Anne Marie que, desde luego, no tiene en esta secuela, en la que juega un papel, pretendidamente cómico a veces, que no aporta nada al meollo. No obstante, y al margen de que el material literario no sea demasiado bueno, sí hay cosas interesantes en una producción cuyo equipo artístico es de altísimo nivel. En primer lugar, sorprende la profundidad –creo que nunca vista en el Bellas Artes– que el director Andrés Lima y la escenógrafa Beatriz San Juan han sabido dar al espacio para situar la acción dentro de lo que, efectivamente, da la sensación de convertirse en una casa de muñecas. Y, en segundo lugar, Aitana Sánchez-Gijón, Roberto Enríquez y Elena Rivera saben aprovechar las contadas oportunidades que les permite el texto para dar algo de potencia y tensión al drama.