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Historia

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El millonario que solo necesitaba volar

Se publica «La alfombra voladora», de Richard Halliburton, uno de los más excéntricos aventureros del siglo XX

Richard Halliburton, de pie, junto al piloto Maye Stephens / Agence Mondial
Richard Halliburton, de pie, junto al piloto Maye Stephens / Agence Mondiallarazon

Se publica «La alfombra voladora», de Richard Halliburton, uno de los más excéntricos aventureros del siglo XX.

«Respetemos a aquellos que sueñan... yo quería libertad, la de permitirme cualquier capricho que se me ocurriese, la libertad de buscar en los rincones más alejados de la tierra en busca de lo bello, lo alegre y lo romántico». Estas palabras proponen toda una filosofía de vida y definen a uno de los mayores aventureros del siglo XX, Richard Halliburton (1900-1939), un rico americano que, dejando atrás cualquier tipo de trabajo estable y las comodidades familiares, se embarcó en una carrera de hazañas a través de todo el mundo difícilmente igualables. Tras graduarse en Princeton prefirió la aventura y la emoción de lo desconocido a un trabajo regular. Nació en Tennesee en 1900 en el seno de una familia adinerada. En 1919 se enroló como marinero en un carguero a Inglaterra y visitó Europa, lo que creó en él la afición de viajar. Desde entonces, y con el apoyo de la fortuna familiar, realizó numerosos viajes y aventuras que recogió en fotos, películas y libros. «Tuve tiempo de reflexionar haciendo memoria sobre la libertad que había gozado durante mis días deambulando por el planeta, como marinero y vagabundo, y aprendí que nunca podría ser feliz llevando una vida menos intensa, menos audaz que aquella», escribe. Su fama lo relacionó con famosos de la época, escritores como Hemingway y Scott Fitzgerald, músicos, pintores, políticos y actores como Chaplin.

Conferenciante solicitado

Halliburton tuvo claro que para ganarse la vida, lo mejor sería que él mismo diera constancia de sus propias aventuras y escribió sin parar. Publicó cinco libros, artículos en distintos medios y se convirtió en un conferenciante muy solicitado. Su obra más famosa fue «La alfombra voladora», que con el subtítulo «Volando de Tombuctú al Everest y más allá (1930)», acaba de publicar Ediciones del Viento en una preciosa y cuidada edición.

En 1928, Halliburton se hizo mundialmente famoso por cruzar el Canal de Panamá a nado, hecho que tuvo una gran repercusión en la Prensa. Para ello se registró como SS Halliburton, teniendo que pagar el peaje establecido en función al tonelaje de un buque, que era de 63 kilos (140 libras), por lo que sólo pagó 36 centavos, el peaje más barato de la historia. Entre sus muchas aventuras está la de cruzar los Alpes en elefante, como el cartaginés Aníbal, interpretar a Robinson Crusoe en su propia isla, tropezar con piratas y cazadores de cabezas y en 1939, la singladura que acabaría costándole la vida atravesando las aguas del Pacífico. Desde Hong Kong pretendía alcanzar la costa de San Francisco a bordo de una embarcación tradicional, un junco de nombre «Sea Dragon» (Dragón Marino). El barco partió el 3 de agosto de 1939, y tres semanas después fue tragado por un tifón nunca aparecieron los restos del naufragio.

En 1930 pensó agrandar sus planes viajeros, pero para eso necesitaba «¡Alas!», como dice al inicio del libro, así se convertiría «en un vagabundo cuya patria serían las nubes y los continentes. Junglas y desiertos, África y el Himalaya, Arabia y las islas en medio del océano...Tener alas me permitiría pronunciar estos nombres y ser transportado rápidamente a tierras de aventura». Tras la búsqueda por distintos aeródromos encontró lo que buscaba, un pequeño biplano con alas doradas –«Fue un amor a primera vista»– al que bautizó con el nombre de «The Flying Carpet» (La alfombra voladora) con el objeto de seguir viajando por el mundo.

El paso siguiente era conseguir un piloto, que encontró pronto. Fue Moye Stephens, uno muy experto que trabajaba en una compañía aérea regular. Junto con él embarcó el avión en el puerto de Nueva York rumbo a Europa. Al llegar a Inglaterra comenzaría su aventura. Un viaje que comenzó volando por Francia, España, Gibraltar y Fez para cruzar el Sáhara y llegar a Tombuctú –«La ciudad de las cigüeñas»– tras una difícil y peligrosa travesía por el desierto soportando tormentas de arena y repostando combustible en los depósitos de la Shell Oil Company en Colom-Béchar, comprado a precio de oro. Allí son huéspedes del célebre monje agustino francés «Père» Yakouba, patriarca y destacado erudito de la comunidad. De Tombuctú partieron hacia Argelia para pasar varias semanas conviviendo con la Legión Extranjera francesa en Sidi Bel Abbes, una experiencia que les marcó profundamente.