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Museo del Prado

El Prado, un templo para artistas

El buque insignia de la cultura española, y uno de los museos más importantes del mundo, fue reconocido por la Fundación Princesa de Asturias con el galardón de Comunicación y Humanidades en su bicentenario.

En la sala XII, el corazón del museo, se exhibe una de las obras maestras de la colección: «Las meninas». Foto: Alberto R. Roldán
En la sala XII, el corazón del museo, se exhibe una de las obras maestras de la colección: «Las meninas». Foto: Alberto R. Roldánlarazon

El Museo del Prado es una catedral para mí, el lugar al que voy para adorar y llenar mi espíritu. Un sitio que visito continuamente, como mínimo una vez al mes. Voy allí para gozar, para disfrutar del placer del arte y de la belleza, porque para mí es un templo. Una de mis grandes experiencias la viví cuando era director Alfonso Pérez-Sánchez. En ese momento se estaban restaurando «Las meninas», de Velázquez, y él estaba hablando conmigo y con unos amigos que habíamos acudido a verle. Estábamos en el taller de restauración. En un momento determinado él abrió una puerta, con naturalidad, sin conceder apenas ninguna importancia al gesto y, cuando volví la cabeza descubrí al fondo la pintura de Velázquez. Y no solo fue ver el cuadro, sino, además, la luz que en ese momento iluminaba el lienzo, que estaba en medio de la penumbra. Lentamente me aparté de la conversación, me olvidé de lo que estaban diciendo y fui entrando en la estancia hasta casi rozar la obra. Me quedé a una distancia de pocos centímetros. Estaba completamente limpio. Ha sido uno de los momentos más intensos de mi vida. Tampoco olvidaré la primera vez que entré en el museo. Era un niño y tenía apenas nueve años. Mi padre me llevó para que lo viera y me encontré de repente con una obra de Claudio de Lorena: «El embarco de santa Paula Romana». Me produjo inmediatamente un fuerte impacto. No lo conocía. Más tarde, cuando ya era mayor, tuve la oportunidad de exponer en la pinacoteca, aunque me he sentido siempre tan unido a El Prado que era como hacerlo en una casa conocida al tiempo que muy querida. Resultó una sensación enormemente placentera, pero también bastante tranquila. Además, un cuadro mío estaba allí. La verdad es que al museo le tengo un enorme cariño. Lo quiero. Siempre veo las exposiciones que organiza, pero la mayoría de las veces que voy no lo hago por ningún asunto en particular. En ocasiones me apetece ver una obra, un cuadro en concreto, pero lo que más me gusta es pasear de una manera libre y, cuando llego a uno de mis cuadros favoritos me siento delante de él sin medir el tiempo, porque me gusta contemplar estas piezas durante largo rato. Me dejo llevar por las impresiones. Y, además, como me conozco bien la colección, voy a verlos, a dejarme seducir por el placer que me producen. Tengo bastantes cuadros preferidos, pero entre ellos, al que tengo un especial cariño es «Cristo muerto sostenido por un ángel», de Antonello de Messina, que está cerca de Fra Angélico, y que me produce una inmensa emoción; «La bacanal de los andrios», de Tiziano, que representa el arte clásico hecho forma y de cada una de cuyas siluetas aprende; y uno que jamás dejo de mirar es «El descendimiento», de Roger Van der Weyden, una de mis piezas favoritas y de las más sobrecogedoras de la colección.

*Artista. Pintor presente en la exposición de 1991 «El Museo del Prado visto por doce artistas españoles contemporáneos».