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cultura
El villancico más triste de Karen Carpenter
La reedición del recopilatorio «Christmas Once More» expone la relevancia de una cantante reivindicada por las nuevas generaciones

Hubo un tiempo en el que hablar bien de The Carpenters no era lo adecuado entre los amantes más puristas del pop. Muchos lo consideraban música de ascensor y su éxito comercial tampoco ayudaba a mejorar las expectativas de aprecio entre ciertos sectores. Sin embargo, la llegada de nuevas generaciones, incluidas las últimas tendencias indies, han servido para reivindicar su figura y situar a su vocalista, la increíble Karen Carpenter, a la altura de una diosa. Pero detrás de una voz única se esconde también una historia trágica y un final dramático a los 32 años de edad que en 1983 conmocionó al mundo de la música.
La música navideña fue una parte vital para The Carpenters desde el principio de su carrera, con varios discos de éxito con esta temática. Remezclado y restaurado por Richard Carpenter, «Christmas Once More» presenta lo más destacado de los dos álbumes navideños del grupo, así como una nueva orquestación del «Merry Christmas Darling» con la Royal Philharmonic Orchestra. El álbum ofrece tanto favoritos personales («Sleigh Ride», «The First Snowfall/Let It Snow! Let It Snow! Let It Snow!», «Home for the Holidays») como villancicos atemporales («Little Altar Boy», «Christ Is Born», «Ave Maria»). «Con los maravillosos solos de Karen, combinados con una orquesta y un coro de estudio de gran tamaño, arreglos fabulosos y música atemporal, Christmas Portrait fue, y es, un álbum navideño casi incomparable», explica Richard Carpenter.
The Carpenters podría ser considerado como una respuesta americana a ABBA de no ser porque ellos llegaron primero y la voz de Karen Carpeter se situaba en otra dimensión, la de una cantante absolutamente distintiva y prodigiosa, con un timbre espectacular y una capacidad única para el fraseo siempre preciso. Tuvo una de las mejores voces de todos los tiempos y así lo expondría durante sus días como parte fundamental de The Carpenters junto a su hermano Richard, niño prodigio al piano. Ya desde el principio, a Karen le aterrorizaba su exposición pública, incluido actuar ante el público, pero su amor por la música la haría salir adelante pese al sufrimiento en sus comienzos artísticos.
Apenas 41 kilos
Su primera banda fue Two Plus Two, un trío de chicas con amigas de su escuela secundaria, pero se separaron después de que ella sugiriera que se uniera su hermano Richard. Después de formar el Richard Carpenter Trio con su amigo de la universidad Wes Jacobs, A&M Records finalmente los contrató bajo el nombre de The Carpenters en 1969. No se podían creer que una chica de apenas 19 años pudiera cantar con semejante perfección y calidez.
Llegarían los éxitos y esas canciones tan delicadas que, como suele ocurrir, ponían una matizada cortina que impedía advertir lo que ocurría detrás. En su papel de líder del grupo, de estrella de la canción, Karen se sentía expuesta y cohibida. Le costaba horrores lidiar con las presiones y sentía pánico a decepcionar al público. Comenzó una dieta estricta y un exigente régimen de ejercicios. «Nunca pensé que estuviera gorda, pero tenía ese complejo», recordaba Clare Baren, colaboradora de la banda. «Ahora puedes tener un trasero grande y ser una gran estrella, como Lizzo. Pero era diferente para las mujeres en los años 70. Todos los que se ocupaban de la carrera de Karen eran hombres. Estoy segura de que la gente equivocada le dijo muchas veces aquello de ‘‘tienes un trasero grande’’». Ahí comenzaría todo.
La manager de giras Rebecca Segal sería una de las primeras personas en advertir un cambio en la joven Karen. «Hubo algunas veces en la carretera en las que la miraba y pensaba que alguien tenía que hacer algo. Le dije a una persona: ‘‘Alguien debería saber que no está comiendo’’. Pero entonces no se sabía mucho sobre la anorexia y la gente no entendía el tipo de pendiente resbaladiza en la que se encontraba», explicaría. En el verano de 1975, el peso de Karen había caído en picado hasta los 41 kg y tuvo que ingresar en el Centro Médico Cedars-Sinai. Sería la primera de varias estancias en el hospital.
Karen contrató a un entrenador personal que le dijo que cambiara su dieta, lo que hizo que desarrollara músculos, haciéndola parecer más pesada en lugar de más delgada. Después despidió al preparador y comenzó su propio programa de pérdida de peso contando calorías. Pronto perdió unos 20 kilos y esperaba quitarse más. Sus hábitos alimenticios la llevarían a quitarse la comida de encima ofreciéndosela a los demás. Algunos fans escribieron a la pareja para preguntarles qué ocurría. Ella decía que simplemente estaba «agotada».
Todo se amplificaría con el insatisfecho devenir de su carrera. Durante los años siguientes, el peso de Karen fluctuaría más de lo saludable, pero todavía con cierto control. Los problemas de Richard con la adicción a la metacualona le llevaría a un centro de rehabilitación en 1979, lo que Karen vería como una gran oportunidad para grabar el ambicioso álbum en solitario que siempre había deseado. Y nada menos que con el legendario Phil Ramone en Nueva York. «A los 29 años, estaba descubriendo su sentido de autonomía como mujer», recordaría «The Guardian».
Con solo 32 años
Karen anhelaba tener todo el control sobre su arte, seguramente consciente de que ello ayudaría a lograr ese equilibrio emocional que le faltaba. Hizo un álbum de soul femenino, dicen que buenísimo, en una época en la que artistas como Donna Summer, Linda Ronstadt o Diana Ross eran estrellas y reivindicaban el poder femenino para asaltar las listas de éxitos. Pero a pesar del apoyo inicial, los ejecutivos de A&M lo rechazaron, temerosos de asumir un riesgo financiero en la nueva dirección que deseaba emprender Karen. «Estaba empezando a liberarse, pero no era libre. Tenía un pie en The Carpenters y otro en la nueva Karen Carpenter. Estaba nadando contra la corriente. No… hacia la cascada», diría su novio de entonces, el compositor Tom Bahler.
Las cosas comenzarían a desmadrarse. Casi podía meter una moneda en las cuencas de sus ojos. Richard argumentaría más tarde que ni él ni sus padres sabían cómo ayudarla. Ella le confesaría a su hermano al fin lo evidente, que necesitaba ayuda con su anorexia. Emprendería diversos tratamientos, nada funcionaría. Ya en la década de 1980, comenzaría a usar medicamentos de reemplazo de tiroides y laxantes para aumentar su metabolismo y hacer que la comida pasara rápidamente. Su condición iría empeorando sin freno. En septiembre de 1982 daría con sus huesos en el Hospital Lenox Hill de Nueva York, donde le pusieron goteo intravenoso. El procedimiento pareció funcionar y comenzaría a ganar peso, pero esto ejercería una presión desmedida sobre su dañado corazón.
El 11 de enero de 1983, Karen hizo su última aparición pública en una reunión de antiguos ganadores del premio Grammy. Se la veía frágil, pero según su amiga Dionne Warwick, todavía parecía extrovertida y le decía a todo el mundo: «¡Miradme! ¡Tengo un trasero!». El 1 de febrero de 1983, Karen vio a su hermano por última vez, Hablaron de planes para un nuevo álbum de The Carpenters. Y el 4 de febrero se desplomó en su dormitorio de la casa de sus padres. Los médicos dijeron que su corazón latía una vez cada 10 segundos. Murió en el Hospital Comunitario de Downey a las 9:51 horas. Tenía un nivel de azúcar en sangre de 1.110 miligramos por decilitro, más de diez veces el promedio. El forense dijo que la insuficiencia cardíaca fue causada por el uso repetido de jarabe de ipecacuana, un emético de venta libre que se usó para inducir el vómito. A sus 32 años había decidido que ya era hora de comenzar a descansar en paz.
Una impresionante batería
►Es una faceta muy desconocida, pero Karen Carpenter no solo era una impresionante vocalista, sino también una batería como ha habido pocas en la historia de la música. A los 15 años, tocaba en la banda de música de su instituto e idolatraba a bateristas de jazz de mediana edad como Joe Morello y Buddy Rich. A medida que se acumulaban los éxitos, su hermano y A&M presionaron a Karen para que renunciara a la batería en beneficio de su papel como frontwoman. Gran parte de su trabajo de estudio lo asumiría Hal Blaine, un destacado batería de sesión de la Wrecking Crew de músicos de Los Ángeles. Para impulsar la carrera de The Carpenters, Karen tuvo que renunciar a ese insuperable don que tenía como instrumentista y que tanto la enorgullecía. «Aquello me dolió de verdad», reconocería a sus íntimos.
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