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Crítica teatral

La emoción bajo la máscara

La compañía Kulunka recurren a un montaje con máscaras que resulta tan impactante como excepcional, sobre todo, por su puesta en escena

La representación con máscaras es un acierto en esta ocasión
La representación con máscaras es un acierto en esta ocasiónInaem

Obra: Forever. Dramaturgia: Edu Cárcamo, José Dault, Garbiñe Insausti e Iñaki Rikarte. Dirección: Iñaki Rikarte. Interpretación: Edu Cárcamo, José Dault y Garbiñe Insausti. Teatro María Guerrero. Desde el 29 de noviembre hasta el 30 de diciembre de 2023.

A pesar del merecido y descomunal éxito que han tenido, y que siguen teniendo, con los espectáculos André y Dorine y Solitudes, con los que han viajado a países y escenarios a los que no había llegado antes ninguna compañía española, no parece que los integrantes de Kulunka quieran acomodarse. Desde luego, "Forever", que así se llama su nueva propuesta, ha supuesto un ‘más difícil todavía’ desde el punto de vista técnico o formal en su trabajo con las máscaras; y el esfuerzo ha merecido la pena, porque el resultado artístico vuelve a ser imaginativo, inteligente, sobrecogedor y hermoso. No se puede pedir más porque no cabría ofrecer más.

La obra cuenta sin palabras -como es propio del teatro de máscaras- la evolución de las relaciones en el seno de una familia, formada por un padre, una madre y un hijo, desde que los progenitores empiezan a buscar el embarazo hasta los primeros conflictos del chaval adolescente con sus compañeros de clase. El paulatino deterioro en la pareja y la falta de comunicación entre los tres miembros para resolver sus problemas -nimios en principio, pero muy graves a la postre- van marcando el devenir de una función que, igual que las anteriores, conecta con el público por vía emocional de manera directa, aunque ahora la trama tenga un desarrollo más escéptico y dramático; o más bien tragicómico, porque la obra no está ni mucho menos exenta de humor. De hecho, la escena de la cena navideña, por ejemplo, es digna del mejor Chaplin en su vertiente más gamberra y divertida.

Pero la novedad más llamativa de este trabajo, en relación a André y Dorine y a Solitudes, no es el tono argumental –quizá sería cansino que fuera siempre el mismo-, sino la complejidad de la puesta en escena. Que una obra sea más compleja que otra no implica, ni mucho menos, que sea mejor; pero sí es digno de aplauso que una compañía decida arriesgar explorando nuevos caminos para ver si es capaz de llegar a esa misma excelsitud que ya conoce. Y, como digo, Kulunka lo ha conseguido, aunque no sin esfuerzo: cerca de ocho meses de ensayos han necesitado los actores Garbiñe Insausti, José Dault y Edu Cárcamo, junto al director Iñaki Rikarte, para contar esta historia sin menoscabo de la elocuencia, el ritmo y la belleza por medio de una plataforma circular y giratoria que les ha permitido idear la dramaturgia con una profusión y una disposición de escenas más propias del cine que del teatro.

Lo curioso de esta opción, y también lo dificultoso, es que los actores no solo deben estar atentos a los cambios de máscara y vestuario para incorporar todos los personajes que aparecen –muchos de ellos, de acuerdo al orden de las escenas, no pueden ser interpretados siempre por la misma persona-, sino que además deben ocuparse cuando no están participando en la acción, es decir, cuando están entre cajas, del cambio de ambientación y decorados de cada uno de los diferentes espacios que a continuación irán apareciendo a los ojos del público en esa plataforma, la cual no deja un solo instante de girar a lo largo de la representación. Si a esto sumamos que hay una partitura de Luis Miguel Cobo, preciosa como todas las suyas, que va marcando como un metrónomo el tempo en el que se mueve la plataforma, uno tiene en ocasiones la sensación de no saber si está viendo una obra de teatro o la maquinaria de un reloj suizo.

Lo mejor, en cualquier caso, es no pensarlo mucho y dejarse llevar; es el creador el único que debe preocuparse de los aspectos formales para lograr, simplemente, que el espectador disfrute lo máximo posible. Y eso es lo que hará aquí cualquiera que adquiera una entrada: disfrutar de una propuesta teatral sobresaliente, como pocas pueden verse, y de una compañía que hace ya tiempo que merecía estar en el Centro Dramático Nacional.

Lo mejor:

Sin dejar de aportar sentimiento a la historia, todo el equipo artístico hace un trabajo de una precisión técnica exquisita.

Lo peor:

Que todavía existan ciertos prejuicios con respecto al teatro de máscaras, que es en verdad uno de los géneros más aptos y reconfortantes para todos los públicos.