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Entre rusos anda el juego

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Obras de Mozart, Fauré y Dvorák. Evgeny Kissin, piano. Cuarteto Kopelman. Obras de Wagner, Bruch y Shostakovich. Hermanas Labèque. Royal Concertgebouw Orchestra Amsterdam. Director: Semyon Bychkov. Auditorio Nacional, Madrid. 19 y 20 de febrero de 2018. Temporada Ibermúsica.
Evgeny Kissin, venido al mundo en Moscú en 1971, presidió la sesión del día 19 junto al Cuarteto Kopelman, fundado en 2002 por Mikhail Kopelman, antiguo primer violín del legendario Cuarteto Borodin. El pianista se erigió desde el principio como auténtico protagonista, tal es en la actualidad su fuerza, su madurez, su dominio de medios, la calidad de su sonido. Esa presencia desniveló un tanto las interpretaciones, ya que los componentes del cuarteto aparecen, singularmente Kopelman, algo mayores, sin la fuerza necesaria para cumplimentar algunos pasajes. En el “Cuarteto con piano nº 1 K 478” de Mozart, por ejemplo, el violinista tuvo algunos problemas de afinación y digitación. La debilidad se acusó también en el “Cuarteto con piano nº 1 op. 115” de Fauré, en el que el arrebato y energía vino asimismo del teclado.
Para terminar, el hermoso “Quinteto con piano nº 2” de Dvorák, inaugurado por una de las más bellas frases de chelo de la historia. A Mikhail Milman le faltó algo de brillo y de vuelo en su exposición. Pero la interpretación en conjunto fue de altura. En el segundo movimiento pudimos reparar en el hermoso sonido del viola Igor Sulyga. Los Kopelman de animaron y finalmente lo cantabile, lo sensual y lo energético de los pentagramas acabaron por envolvernos.
El enlace con el concierto de la Concertgebouw se produjo a través del primer bis ofrecido por Kissin y sus colaboradores ante la apasionada reacción del público: el “Scherzo” del “Quinteto con piano” de Shostakovich, tocado espléndidamente. Tanto como lo fue la “Sinfonía nº 5” del compositor ruso en la recreación dirigida por Bychkov, quien desplegó toda su amplia panoplia gestual y dominó con suficiencia el curso de la partitura, que se nos brindó en todo su fulgor. Aunque lo más espectacular fue el control de dinámicas conseguido por la batuta, que rozó lo milagroso en los pianísimos escalofriantes del meditativo “Largo”.
El “bombástico” –que diría el llorado Pérez de Arteaga- “Allegro” final se expuso con toda la intensidad requerida y el cierre provocó el delirio del respetable, que obtuvo la “propina” de “Nimrod”, una de las “Variaciones Enigma” de Elgar. La velada comenzó con una plausible interpretación de la obertura de “Los maestros cantores” de Wagner en la que colaboraron, casi al 50 por cien, integrantes de la Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid, de acuerdo con el proyecto “Side-by-Side” que lleva a cabo la formación holandesa en sus visitas. La primera parte se cerró con el más bien insustancial “Concierto para dos pianos op. 88 A” de Max Bruch, un ejercicio de composición de relativo interés en el que se lucieron las Labèque.

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