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¿Eran Iván el Terrible y Stalin «hermanos de sangre»?

Pese a que cuatro siglos les separaron, las crueldades con las que impusieron sus respectivos mandatos hicieron intuir algún lazo consanguíneo
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Pese a que cuatro siglos les separaron, las crueldades con las que impusieron sus respectivos mandatos hicieron intuir algún lazo consanguíneo
No fue casual que la película del cineasta soviético Serguéi Eisenstein rodada entre 1944 y 1945, Iván el Terrible, fuese galardonada con el Premio Stalin. Igual que el zar Iván IV Vasilievich se ganó el apelativo por su terrorífico reinado en la segunda mitad del siglo XVI, su compatriota Stalin se haría célebre por purgar a los suyos en pleno siglo XX. Déspota y soberbio hasta la extenuación, Iván El Terrible (1530-1584) obligó a que los nobles se presentasen en Moscú con todas sus hijas casaderas. De entre todas eligió a Anastasia Romanova, a la que se mantuvo unido durante trece años. La pobre mujer intentó atemperar sin éxito las orgías de sangre con las que se refocilaba su marido, hasta morir envenenada por él.
Con la espalda curvada, el ceño fruncido y la mirada sombría, el soberano de 35 años parecía tener 50. La milicia policial creada por él cumplió la orden de dividir Rusia en dos mitades, como por un hacha: una para los boyardos, y la otra exclusiva para el disfrute del dictador, que comprendía algunos barrios de Moscú, 27 ciudades, 18 distritos y las principales vías de comunicación.
Asesino implacable
Años después, este sanguinario gobernante exterminó a 60.000 habitantes durante la ocupación de la ciudad de Novgorod. Era un asesino implacable, que en septiembre de 1568, tras apuñalar al príncipe Federov, hizo que lo descuartizasen en el patio del Palacio Imperial. Luego, acabó con la vida de su viuda, con la de sus hijos y la de toda su familia.
Ordenó también el estrangulamiento del arzobispo metropolitano Felipe, y organizó un auto de fe en la plaza de Kitaii-Gorod, durante el cual hizo descuartizar al príncipe Viskovati. A continuación, violó a la viuda de éste, mientras su hijo, el zarevitch, hacía lo mismo con la hija mayor del príncipe ejecutado.
Iván el Terrible alcanzó su pináculo homicida en 1581, cuando asesinó con la temible maza de hierro de la que jamás se separaba a su propio hijo mayor, llamado Iván, como él.
Cuatro siglos después, dirigía los designios de Rusia otra especie de Vasilievich. A Stalin (1879-1953) le acomplejaba su corta estatura. Su jefe de seguridad, Pauker, dispuso que se le fabricasen unas botas especiales con las que «crecía» algo más de tres centímetros. También ordenó que colocasen una pequeña tarima de madera en el Mausoleo de Lenin para que resultase diez centímetros más alto cuando presidiera los desfiles militares en la Plaza Roja.
Gracias a estas argucias muchos ciudadanos rusos creían que su líder era más alto de lo que era. Para acrecentar esta ilusión, Pauker mandó al sastre de Stalin que le hiciera el abrigo más largo de lo normal, de forma que casi le llegara hasta los talones.
Con Stalin, la pena de muerte abolida por Lenin el 25 de julio de 1917 con gran indignación de los bolcheviques, para no repetir el Thermidor francés, fue restablecida. El reglamento sobre «los crímenes de Estado contrarrevolucionarios y a los crímenes contra el orden establecido», adoptado el 25 de enero de 1927, instauraba la pena de muerte en la URSS.
Su aplicación en casos de robo y hurto se establecía en el decreto del 7 de agosto de 1932, publicado en Izvestia. La sustracción de cualquier mercancía transportada por vía férrea, marítima o fluvial, así como la de bienes de los koljoses y de las cooperativas (cosechas, ganado, depósitos) era castigada con la muerte, salvo cuando concurrían circunstancias atenuantes, en cuyo caso se contemplaba la reclusión del condenado durante al menos diez años, sin posibilidad alguna de amnistía.
Otro decreto del 16 de junio de 1934 castigaba también con la pena de muerte la fuga al extranjero. La «justicia» soviética era infernal, igual que el decreto del 7 de abril de 1935 sobre la represión de la criminalidad infantil, publicado en Izvestia al día siguiente, que establecía:
«Los niños (desde la edad de doce años) culpables de robos, de violencias, de golpes y de tentativas de asesinato, serán juzgados ante los tribunales criminales y pasibles [sic] de todas las penas que el Código Penal prevé para los adultos». Un decreto sin precedentes en ninguna legislación del mundo.
Estos desmanes «legales» de Stalin se completaban con increíbles disposiciones como esta: «Pena de muerte por atesorar moneda de oro o de plata, pena de muerte por hechos de sabotaje, pena de muerte por matanza ilícita de ganado, negligencia en labranzas y siembras, o mal cuidado de los caballos, pena de muerte por hechos de huelga...». Todo un «demócrata».
Tampoco el insigne dramaturgo Vsievolod Meyerhold –imagen– se salvó de Stalin. ¿Su delito? Acusar al régimen de arruinar el arte teatral con «producciones insípidas y aburridas». Bastó esa crítica para firmar su sentencia de muerte. Poco antes de morir, escribió esta angustiosa carta a Molotov desde la cárcel: «Emplearon la fuerza conmigo, un enfermo de 65 años. Me tendieron boca abajo y me golpearon en la planta de los pies y en la espalda con una correa de goma [...] Unos días después, cuando tenía las piernas plagadas de hemorragias internas, volvieron a golpearme con la correa encima de las moraduras, y el dolor era tan fuerte como si me hubieran derramado agua hirviendo en las zonas sensibilizadas. Aullaba y lloraba de dolor...». Meyerhold sería fusilado el 2 de febrero de 1940, después de que su interrogador, como dejó por escrito el condenado veinte días antes, le orinase en la boca.
@JMZavalaOficial

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