El error de Urtasun de llevar la guerra cultural a los museos
El Ministro de Cultura pide la descolonización de los museos sin reparar que España no tuvo colonias y apuesta por la retórica de partido en lugar de trabajar para sacar leyes
Madrid Creada:
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Parece que el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, cumple a rajatabla el viejo dicho de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Ya incendió el debate público con una declaración innecesaria y que no aportaba (ni ha aportado) nada al ámbito cultural al referirse a la descentralización del Museo del Prado, al que entraron al trapo propios y extraños, por cierto, cuando desde hace ya bastantes años que la pinacoteca madrileña dispone de un amplio programa más que desarrollado, llamado el Prado extendido, que consiste en mantener una parte de sus fondos en ciudades de otras comunidades autónomas para divulgar y difundir su legado. Lo primero que vino entonces a la cabeza es que el ministro de Cultura ignoraba por completo esta dimensión de la institución cultural insignia de nuestro país, pero como consideramos que eso sería de una completa irresponsabilidad para una persona en su cargo, y nadie piensa eso, la pregunta que entonces quedó suspendida en el aire es: ¿A qué vino aquello? ¿Cuál era el sentido de sus palabras? La contestación la hemos obtenido todos a principios de esta semana cuando se ha referido a la descolonización.
Parece que Ernest Urtasun viene más con un programa de partido que con proyectos reales y que su vocación va a ser la de crear problemas en lugar de resolver los que ya tiene la cultura del país. Se ve que es más amigo de las palabras que de los hechos. Más proclive a la retórica y el discurso que a solucionar los asuntos pendientes. Sus últimas manifestaciones demuestran que está haciendo política con la cultura en lugar de hacer cultura sin política, que es justo lo que corresponde al titular de una cartera, porque esto es un ministerio, no el Ayuntamiento de Ada Colau. O sea, lo que pretende es llevar las guerras culturales a los museos, algo que, a todas luces, no beneficia a nadie, para empezar, a la cultura misma que se supone que viene a defender.
Entre las tareas pendientes que ha heredado están: el Estatuto del Artista, una ley sobre la que avanzó su predecesor y que supondría de una enorme utilidad a los creadores y artistas que generan cultura, y por tanto una enorme riqueza intelectual y económica dentro de nuestro país; la mítica y ya legendaria Ley de mecenazgo, lejano propósito que viene siendo una vieja reclamación del sector y que implica remangarse la camisa, o sea, trabajar, para conseguir el respaldo de Hacienda; abordar el problema del INAEM, que da mucho de qué hablar y que está lejos de conseguirse, y volver sobre la Ley del Cine, que quedó interrumpida, por no hablar de miles de iniciativas que podrían abordarse, y que serían aplaudidas ampliamente, como proteger el patrimonio arqueológico y fomentar su rescate al resultar España, junto a Italia y Francia, el que más riqueza posee en este sentido dentro de la UE. O, incluso, si se tuviera imaginación, podría ayudar a rescatar el patrimonio hundido en las proximidades de nuestras costas, que es uno de los mayores del mundo, y hacerlo, además, a través del Museo Nacional de Arqueología Subacuática, que está en Murcia, no en Madrid, lo que estaría en consonancia con su espíritu descentralizador, y, además, hasta podría elevar estas salas a las mejores de toda Europa, lo que sin duda sería encomiable.
Pero, en lugar de acometer estas batallas pendientes, Urtasun ha salido con la «descolonización». ¿De verdad? ¿No hay nada más en la agenda del Ministerio de Cultura? ¿Tan vacía está? Si se lee, por ejemplo, al historiador Eric Hobsbawm, por cierto, de izquierdas, de hecho, perteneció al Partido Comunista, se entiende enseguida que el colonialismo discurrió, más o menos, entre 1870 y 1914, un periodo en el que España estaba tan liquidada como imperio que hasta asombra encontrar referencia a ella en los libros. Ahora se intenta ensanchar la palabra «colonialismo», igual que otras tantas, más allá de las fronteras que le corresponden para abarcar también épocas anteriores, por ejemplo, la conquista española del continente americano. Podría aceptarse. Venga, vamos a darlo por bueno. Pero resulta que ahí lo que encontramos son los virreinatos y cualquiera puede leer a John Elliott para entender enseguida, a pesar de ciertas concomitancias, las enormes diferencias que existen con el periodo colonial. Si eso no fuera suficiente, además, nos encontramos con un problema añadido: no tenemos piezas procedentes de ningún expolio.
El historiador Esteban Mira Caballos, autor de dos exhaustivas monografías sobre Hernán Cortes y Pizarro, cuenta un detalle significativo: «En ningún museo español hay piezas rapiñadas. Sobre España no existen reclamaciones pendientes. Sí existe una reclamación sobre el Penacho de Moctezuma, pero es que este se encuentra en el Museo de Etnología de Viena, no en España. Si hubo piezas en nuestro país en los siglos XVI y XVII, se fundieron. Ahora mismo no tenemos obras robadas. En la actualidad no las hay. Es la realidad. Además, el Museo de América tiene muy bien ponderado el discurso que mantiene en sus salas sobre esas centurias al igual que las que dedica al mundo prehispánico, que está bien representado. El tesoro de los Quimbayas, que podría mencionarse, resulta que fue precisamente una donación del gobierno de Colombia, así que no existe en esta institución nada parecido a un discurso colonial. Todas sus piezas han sido adquiridas legítimamente. Se abrió con lo que trajeron expediciones del siglo XVIII y después con donaciones y compras».
Las palabras de Urtasun pueden ir en otra dirección y matizarse señalando que, en realidad, lo que se pretende es apelar a que se revisen los discursos de las instituciones museísticas de nuestro país, pero aquí puede encontrarse con una terrible paradoja y es que esté infravalorando, y afeando, el trabajo que llevan acometiendo desde hace bastante tiempo muchos directores y conservadores españoles en los museos, precisamente, en ese mismo sentido –y en otros muchos–, porque, aunque algunos no se lo crean, en nuestros museos se han hecho los deberes antes de que llegara ningún profeta. El Museo del Prado ha hecho una gran labor para visualizar a las mujeres antes de que nadie de Podemos o de Sumar llegara a instancias de ningún Gobierno y el Museo Reina Sofía, a través de su anterior director, Manuel Borja-Villel, ya visualizó el arte de las comunidades indígenas de América a través de la reordenación que hizo de sus salas. El Museo de Antropología, hace más de un año, a través de su director, ya manifestó en una entrevista de mayo de 2023 su voluntad de revisar sus fondos para subsanar cualquier lectura en esta misma dirección. Y, para ilustrar como funciona este mundo, regresemos al propio Prado, que lleva renovando las cartelas de sus cuadros desde hace tres años sobre términos que podrían herir sensibilidades adelantándose así a la modificación del artículo 49 de la Constitución que hace nada han acordado corregir el actual Gobierno, el de Urtasun, con el apoyo del Partido Popular.
Se presupone que un ministro de Cultura está para respaldar a un país, no para dejarlo en entredicho (a él y a sus instituciones museísticas). De ahí que los críticos de Ernest Urtasun le hayan respondido de dar alas a la leyenda negra difundida desde Inglaterra y los Países Bajos, que son las auténticas naciones del colonialismo, lo que no deja de tener cierta ironía, ¿a que sí? De todas maneras, ahora, muchos andan revolviendo las colecciones buscando una cartela, una palabra inadecuada, una pieza que se les haya colado o cualquier otra cosa similar, porque nadie está a salvo de errores. A lo mejor, incluso aparece una, para satisfacción de algunos.
La contradicción en todo este asunto, la comenta el propio Esteban Mira Caballos: «En cuanto a la devolución de piezas, sería España la que tendría, en todo caso, que reclamar. Para empezar a Francia, por cientos de obras nuestras que están allí, como, por ejemplo, todas las que se llevaron los ejércitos de Napoleón y los Cien Mil hijos de San Luis. Muchas piezas de España están en el Louvre y otras en el Bristish Museum. Hay obras españolas en Europa, pero resulta que en España no hay obras robadas». ¿Lo hará? ¿Ernest Urtasun irá a Francia a pedirlas? ¿Interpondrá una reclamación? ¿Hará lo mismo con el Galeón San José que tiene Colombia y que, ciñéndonos a las leyes internacionales del mar, nos pertenece? Es probable que no. Y es probable que haga bien. Y también estaría bien, aunque a lo mejor queda algo idealista, que la política sirviera a la cultura, en lugar de poner la cultura al servicio de la política.