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Fachas: ¿Qué quieren decir cuando dicen fascista?

La izquierda más sectaria ha utilizado desde el siglo pasado la consigna de llamárselo a sus adversarios políticos e incluso, si es necesario, convertir personajes históricos como los Reyes Católicos en fachas «avant la lettre»
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La izquierda más sectaria ha utilizado desde el siglo pasado la consigna de llamárselo a sus adversarios políticos e incluso, si es necesario, convertir personajes históricos como los Reyes Católicos en fachas «avant la lettre».
Ada Colau no lo sabe, seguro, pero ese latiguillo de llamar «facha» o «fascista» a todo aquel que no es de izquierdas, como hizo con el almirante Cervera, fue una consigna estalinista en las décadas de 1920 y 1930 para señalar a todo aquel que fuera de Rusia no simpatizara con el comunismo. El objetivo era polarizar posturas y limitar la situación política a un combate entre comunistas y anticomunistas. No importaba el anacronismo, la injusticia o el disloque, sino el mensaje.
El propagador de aquella consigna fue Willi Münzenberg (1889-1940), un burgués que odiaba a la burguesía, como todo el círculo de poder de Lenin, y que viajó también en aquel tren alemán desde Suiza a Rusia para hacer caer la República parlamentaria e implantar la dictadura. Nunca pegó un tiro, pero sí animó a que otros lo hicieran. Pero eso no le distinguió de los demás, sino la propuesta de que los bolcheviques consiguieran el apoyo de los creadores de opinión occidentales. Se refería a artistas, escritores y periodistas. Organizó un comité y lanzó su primera campaña en 1921. Convenció a unos y compró a otros, quienes hicieron grandes declaraciones a favor de la URSS, ocultaron las masacres y realizaron viajes propagandísticos a la «floreciente patria del proletariado», como años después hicieron Sartre y Beauvoir con Cuba. El lenguaje era la clave y Münzenberg impuso la consigna de llamar «fascista» a quienes no se sumaran a la causa comunista, incluidos los socialdemócratas, a los que se llamó «socialfascistas». Tras el éxito, Stalin consideró que Münzenberg era prescindible y ordenó su ejecución en 1940.
El heteropatriarcado
La técnica de Münzenberg funciona hasta el día de hoy, y se aplica a la historia de España, entre otras cosas, demostrando una vez más que no es cierto que la Historia la escriben los vencedores. La lista histórica de «fachas» comienza con los Reyes Católicos, convertidos en las últimas décadas en la encarnación de un principio «fascista»: el nacionalcatolicismo. Blas Infante, padre del nacionalismo andaluz, contribuyó enormemente a esto, ya que copió el cuento catalanista que glorificaba el pasado islámico de al-Andalus –confundida con Andalucía– y culpó a los castellanos de la «decadencia» de su tierra. Así, la Toma de Granada de 1492 es definida como «genocidio» y los reyes Isabel y Fernando como «fascistas». Es más; el término «Reconquista» es reprobado por entenderse «islamófobo». Eso no es solo un anacronismo y una tergiversación con fines partidistas, sino falso. Concluir la Reconquista tuvo como objetivo asegurar los tronos cristianos peninsulares ante la amenaza del Imperio turco, que, tras tomar Constantinopla en 1453, se extendía por el Mediterráneo y los Balcanes, y que podía encontrar un aliado en el musulmán Reino de Granada. Los castellanos cercaron la capital nazarí en 1491 para negociar y las capitulaciones aseguraron a los musulmanes el libre ejercicio de su religión, no pagar más impuestos y el ser juzgados según sus leyes por sus propios jueces, lo que no se alteró hasta 1567.
La izquierda tampoco consigue encajar a una de las mujeres trascendentales de la historia de España: Juana I de Castilla, conocida como «La Loca». El romanticismo creó la imagen de una mujer desquiciada por el amor frustrado, lo que ha aprovechado el feminismo izquierdista para presentarla como una víctima del heteropatriarcado ungido con catolicismo. Ese maniqueísmo que juega con las palabras no conjuga bien con la realidad. Juana, criada en la austera corte castellana, no tenía temperamento religioso, y sí una educación exquisita. Su condición de mujer no alteró su posición, sino su desprecio a la política, lo que forzó a una regencia del Cardenal Cisneros y al gobierno del reino por parte de Fernando el Católico.
La «Leyenda negra»
A diferencia de otros países como Gran Bretaña, Holanda o Francia, que exhiben con normalidad a sus aventureros y colonizadores, cierta izquierda española ha preferido asumir la interpretación y el lenguaje del socialismo hispanoamericano. No se trata de tomar como ciertas las denuncias de Bartolomé de las Casas, cuyo testimonio no es estimado por los historiadores rigurosos, sino de su uso para la elaboración de un discurso político. La retórica tercermundista, antiimperialista y anticapitalista de la década de 1960 caló en la izquierda europea, y en la española en particular por la espúrea identificación del franquismo con la monarquía imperial. La «leyenda negra» fraguada desde el siglo XVI se convirtió en «la verdad». De esta manera, los conquistadores resaltados por el franquismo eran definidos como «genocidas» de pueblos pacíficos, prósperos y felices. La alusión a Hernán Cortés, Pizarro o Cabeza de Vaca era algo de «fachas» que defendían un «genocidio» para imponer «el imperio y la cruz». Nada de esto es cierto. La conquista se basó en la alianza con pueblos indígenas más amigables, como el tlaxcalteca, contra los más tiránicos, que era el caso del azteca. Aprovecharon la guerra entre esos pueblos para extender tanto su influencia como los adelantos occidentales en agricultura, ganadería y educación, entre otras. Las muertes de indígenas se produjeron mayoritariamente por las carencias de su sistema inmunológico ante las enfermedades europeas, lo que no fue deliberado.
El «facha» más señalado del siglo XVIII fue Felipe V, criticado por cierta historiografía del siglo XIX por «centralista», y luego por el catalanismo en la construcción de su relato imaginario y victimista. Sin embargo, el Borbón pactó con las Cortes catalanas unas «constituciones» en 1702, pero los «vigatans», austracistas, negociaron con el bando inglés, traicionaron el pacto, y llevaron la guerra civil a Cataluña en 1705. El siglo XIX es pródigo igualmente en «fachas», como el caso del almirante Pascual Cervera, desde el general Narváez hasta Antonio Cánovas; el primero por impedir una revuelta republicana con ribetes socialistas en 1848, y el segundo por monárquico, liberal y conservador. Estos personajes, y otros, son tildados de «reaccionarios» por aquellos que entienden por «progresista» el avance hacia alguna forma de socialismo.
El caso de Clara Campoamor es también muy claro, ya que para esa izquierda se convirtió en una «fascista» desde 1933 hasta mucho después porque, como ella misma escribió en «El voto femenino y yo: mi pecado mortal» (1939), defendió el voto de las mujeres. Campoamor sufrió todo tipo de insultos y persecuciones en los últimos años de la segunda República, y huyó en 1936 por temor a que los frentepopulistas la fusilaran. El motivo era que las izquierdas, incluido Azaña, sostuvieron que las elecciones de 1933 las habían perdido porque votaron las mujeres, quienes habían sido adoctrinadas por la Iglesia. Ese cuento perduró hasta la década de 1990. Campoamor no fue una «fascista», sino una humanista liberal, tal y como ella se definió. De hecho, el régimen de Franco no la permitió volver a España.