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Anécdotas de la Historia
Franco, nombrado alcalde de Móstoles
Cinco mil afiliados de las Falanges Juveniles aguardaban a las puertas del Palacio del Pardo para contemplar el nombramiento

José Ramón era un chico tan triste que en su pueblo le llamaban José Dramón. Móstoles era así en 1953, una localidad de 2.500 habitantes que practicaban la sinceridad y el fútbol con pelota de trapo. El pobre muchacho estaba mohíno porque su municipio seguía casi en ruinas después de los bombardeos republicanos de 1936. Hasta la pobre Iglesia de la Asunción seguía como una bolsa de Lego recién abierta. Sin embargo, ese 2 de mayo José Dramón esbozó una ligera sonrisa. Pensaba que iba a ser un día importante para Móstoles. El mismísimo Caudillo, el que salía en el NODO que proyectaban en la parroquia inaugurando pantanos y carreteras, iba a ser nombrado alcalde honorífico a perpetuidad de su pueblo.
Aprovecharían la celebración del alzamiento de Madrid contra el invasor francés, igual que los verdaderos españoles se levantaron contra los rojos en 1936. Sonaba raro, pero así lo había leído el joven mostoleño en su manual de Formación del Espíritu Nacional. Aquello, que el todopoderoso Generalísimo fuera alcalde de Móstoles, tenía que ser un buen negocio, pensó José Dramón. Franco parecía la unicidad de la trinidad de los Reyes Magos. Se le podían pedir cosas, como una escuela o unas farolas para la plaza del Ayuntamiento.
Con ese ánimo, la corporación mostoleña se acercó con sus mejores galas al Palacio de El Pardo el 2 de mayo. La esperaban 5.000 afiliados de las Falanges Juveniles de Franco. Esos pequeños fascistas uniformados se habían concentrado en El Pardo a las 8 de la mañana. También estaba el Coro del Frente de Juventudes, con 500 voces de todos los registros, desde el civil al penal. Estuvieron en formación hasta que a las 12 en punto salió Franco con uniforme de Capitán General. Sonó el himno nacional, interpretado también por gaiteros, para acompañar la revista de las infantiles tropas bajo la atenta mirada de Raimundo Fernández-Cuesta, el ministro secretario del Movimiento Nacional.
Altísimo honor
Como Franco andaba despacio se acabó el himno nacional sin terminar el paseo entre niños, y los músicos interpretaron dos éxitos del momento: «Único capitán», en referencia a Franco, of course, e «Invocación», más de lo mismo. Al acabar el repertorio, el Caudillo salió al balcón del Palacio. El alcalde de Móstoles, Anastasio Pontes, se acercó al micrófono, y con la venia del dictador, anunció que tenía el «altísimo honor» de ofrecer en nombre de la «vieja gloria de los patriotas de la Independencia, de la cual es depositaría Móstoles», la alcaldía perpetua de dicha ciudad donde Andrés Torrejón, el alcalde –por aquellas fechas no se sabía que Móstoles tenía dos regidores, el citado y Simón Hernández–, firmó el bando que anunció al resto de España el glorioso levantamiento del Dos de Mayo de 1808. Luego abundó en el peloteo habitual, que fue correspondido con un emotivo abrazo de Franco. Después unos chicos uniformados entregaron al Caudillo el bastón de mando con tres escudos: el de Móstoles, el del Frente de Juventudes, y el del propio Generalísimo.
El dictador se volvió a emocionar, quizá por la sorpresa. Quién se iba a imaginar que hablaran bien de él en su presencia y le hicieran un regalo. Era la hora de escuchar a Franco. El silencio se hizo en el abarrotado jardín de palacio. El dictador aclaró su voz de pito y se acercó al micro. Agradeció la presencia a la muchachada fascista, y el empeño en mostrar el «eslabón entre nuestras dos guerras de la Independencia: la del año 1808 y la del año 1936». Era una muestra de la «virilidad y tenacidad» de los españoles, frente a un siglo XIX «maldito», de «decadencia y de desastres» hasta que llegó la Cruzada Nacional, la suya, vamos. El amanuense falangista de aquel discurso se había esmerado tanto que parecía un spoiler del serial radiofónico «Ama Rosa», del genial Guillermo Sautier Casaseca.
Los chicos con déficit de atención no escucharon los siguientes párrafos sobre la «anti-España». Unos pensaban en que el FC Barcelona volvería a ganar la Liga porque Franco les hacía favores con la recalificación de terrenos, y otros en el último número de «El Guerrero del Antifaz». Alguno notaba las canicas en su bolsillo y otros los cromos. «Y por esto –dijo Franco señalando que acababa–...» y patatín patatán hasta el «¡Arriba España!». Contestaron todos, desfilaron ante el Caudillo y cada mochuelo uniformado a su olivo. José Dramón se enteró de todo por el NODO el 11 de mayo. Se preguntó qué haría el nuevo alcalde. Quizá una carretera a Portugal. Así Franco podía acercarse a su finca de caza. O una escuela mejor. O viviendas sociales. O una casa de socorro. El muchacho no sonrió para cumplir con su mote. (Franco dejó de ser alcalde de Móstoles en 2013, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica).
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