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Fuego griego, el lanzallamas de «Juego de Tronos»

El mundo antiguo fue testigo del desarrollo de un arma química que serviría de inspiración para el fuego valirio de la serie de HBO.
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El mundo antiguo fue testigo del desarrollo de un arma química que serviría de inspiración para el fuego valirio de la serie de HBO.
El fuego en sí mismo se viene empleando como arma «desde la primera vez que un homínido enfurecido había extraído una rama encendida de una hoguera y se la había arrojado al responsable de su rabia», escribe el historiador Alfred Crosby en su libro «Throwing Fire». Los primeros proyectiles incendiarios fueron simples flechas envueltas en fibras vegetales inflamables (lino, cáñamo o paja, a menudo denominadas «estopa») a las que se prendía fuego. Las flechas en llamas fabricadas con estos materiales podían resultar muy eficaces a la hora de destruir empalizadas de madera desde una distancia segura, pero los sencillos proyectiles de estopa en llamas «no eran lo bastante destructivos y letales»: No resultaban de mucha utilidad contra las murallas de piedra, por ejemplo, y los incendios que provocaban podían ser fácilmente sofocados con agua. «Lo que se buscaba era algo que ardiera ferozmente, se adhiriera con tenacidad y resistiera al agua». Pero, ¿qué tipo de aditivos químicos podrían alimentar un fuego tan intenso como para destruir murallas y máquinas, capturar ciudades y aniquilar ejércitos enemigos?
Los antiguos textos mesopotámicos evidencian que los lagos que ardían de forma espontánea y las fuentes de fuego (que se comportaba como el agua y que no podía sofocarse con ningún líquido) suscitaban temor desde las épocas más tempranas. Persas, babilonios, judíos y otros pueblos del Oriente Próximo antiguo mostraban una especial reverencia hacia el desconcertante fenómeno de los «fuegos líquidos». Como sucedía en Bakú, junto al mar Caspio, también los antiguos devotos de Persia y Babilonia erigieron templos en los enclaves en los que los pozos de gas natural ardían a perpetuidad. Los antiguos textos asirios refieren que los criminales eran castigados con petróleo en llamas y parece que la naft (nafta) fue empleada en Mesopotamia como arma incendiaria de asedio desde fechas sorprendentemente antiguas, tal y como se desprende de los relieves asirios del siglo IX a. C. en los que se representan bombas incendiarias.
Alejandro Magno tomó conciencia de las maravillas de la «magia» del petróleo tras conquistar Babilonia en 324 a. C. La más singular de todas ellas era la naft, escribe Estrabón, pues «si se pone cerca del fuego, instantáneamente se enciende; y si derramas este líquido sobre un cuerpo y le acercas una llama, la persona en cuestión se achicharra. Es imposible apagar esas llamas con agua, ya que el agua lo único que consigue es que ardan con mayor virulencia». Las última investigaciones parecen apuntar a que Alejandro pudo vérselas contra las armas de fuego de los orientales en su campaña sobre la India.
Cóctel de potencia incendiaria
Según los datos conservados en las crónicas islámicas y bizantinas, el arma conocida como fuego griego se basaba en el desarrollo de dos tecnologías (la bomba de sifón y una técnica de destilación efectiva) que permitían propulsar desde los barcos un cóctel de gran potencia incendiaria.
El origen del fuego griego, no obstante, se pierde en la leyenda. Según una tradición, fue un ángel quien le susurró la fórmula a Constantino el Grande, el primer emperador cristiano, en 300 d. C. Pero, en realidad, no apareció de la nada; mediaron siglos de observaciones, descubrimientos y experimentos con combustibles como el azufre, la cal viva y la nafta, combinados en fórmulas que recibieron nombres tales como fuego líquido, maltha, pyr automaton (fuego automático, artificial o preparado), fuego marino, fuego salvaje, fuego volador, oleum incendiarium (aceite incendiario) o la cristalina naft abyad y que, finalmente, condujeron a la invención del arma incendiaria naval que en el siglo XIII los cruzados apodaron «fuego griego».
Recordemos que la nafta se llevaba empleando en la poliorcética desde tiempos de los asirios y que con los mangoneles y los naffatun islámicos las armas de nafta habían alcanzado su máxima efectividad en los combates terrestres. Pero nuevas invenciones en Siria y Constantinopla (el actual Estambul) perfeccionarían este tipo de arsenales para adaptarlos a la guerra en el mar.
¿Qué era, exactamente, ese «terrible agente de destrucción» conocido como fuego griego? A grandes rasgos, el fuego griego era un sistema armamentístico diseñado para desintegrar los buques enemigos durante un combate naval. Constaba, por lo que parece, de una refinada munición química y de un ingenioso sistema para propulsarla, basado en calderos, sifones, tubos y bombas.
El principal ingrediente de dicha munición era la nafta que, tal y como se ha explicado, se utilizaba ya en la antigua Mesopotamia como sustancia incendiaria con la que rociar a los sitiadores o para arrojarla contra ellos, que tiempo después alimentó las granadas incendiarias que catapultaban los mangoneles inventados en Damasco y empleados por los musulmanes para bombardear fortificaciones. Los bizantinos llevaban sirviéndose de pequeños sifones y jeringas para expeler modestos chorros de petróleo incendiario desde un momento tan temprano como el año 513 d. C., pero fue un «especialista en petróleo» llamado Calínico quien diseñó una bomba capaz de impulsar nafta presurizada y destilada a través de tubos de bronce que podían apuntarse contra los navíos enemigos.
La fórmula de Calínico y su sistema de propulsión se han perdido para la ciencia moderna y los historiadores y químicos que han tratado de reconstruirlos difieren sobre la composición exacta de la munición de nafta y sobre el diseño del citado mecanismo encargado de expelerla. Sabemos que el fuego griego ardía en el agua, que podía prender en contacto con ella y que se adhería a sus víctimas. Además de la nafta destilada, sus ingredientes incluirían algún espesante como la resina o la cera, cal viva, azufre, trementina y salitre.
Para saber más
"Fuego griego, flechas envenenadas y escorpiones. La guerra química y biológica en la Antigüedad"
Adrienne Mayor
Desperta Ferro Ediciones
312 pp
23,95 €

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