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Guillermo Martínez: «No podemos juzgar a Carroll con los ojos de hoy»

Obtuvo el Premio Nadal el pasado domingo con «Los crímenes de Alicia», una novela enigmática ambientada en Oxford.

Foto: Miquel González/Shooting
Foto: Miquel González/Shootinglarazon

Obtuvo el Premio Nadal el pasado domingo con «Los crímenes de Alicia», una novela enigmática ambientada en Oxford.

Cuando el azar juega a favor de la literatura es que estamos hablando de un buen libro. Las asociaciones de ideas funcionan para eso, para ganar. Por ejemplo, a un escritor le piden un prólogo para el libro «Lógica sin pena», de Lewis Carroll, y mientras se documenta se encuentra un elemento biográfico poco conocido del autor de «Alicia en el país de las maravillas» que le da una idea para escribir una novela. Y no solo una novela, sino la continuación de otra que tuvo un gran éxito. Entonces, la escribe, y unos meses después gana el Premio Nadal. Porque las asociaciones de ideas funcionan para eso, para ganar. Esto es lo que le ha sucedido al argentino Guillermo Martínez, que el domingo recibía el citado galardón por «Los crímenes de Alicia», continuación de su best-seller «Los crímenes de Oxford», donde recupera las peripecias del profesor de Lógica Arthur Seldom y el joven estudiante de Matemáticas G.

–¿Qué le llevó a volver a Oxford, donde usted estudió en los 90?

–Cuando trabajaba en el prólogo de «Lógica sin pena» me encontré con un detalle fascinante, los trece cuadernos del diario íntimo manuscrito de Lewis Carroll. Cuatro de ellos han desaparecido y en el que se habla de Alice Lidell, la niña que inspiró «Alicia en el país de las maravillas», hay una página arrancada por expreso deseo de sus familiares. Esa circunstancia me dio que pensar. La casa museo de Carroll en Oxford, donde se conservan los cuadernos, me pareció un lugar perfecto para iniciar una historia llena de enigmas.

–¿De ahí que recupere los personajes de esos «Crímenes de Oxford»?

–Claro, no tenía mucho sentido regresar y omitir sus existencias. Además, la historia ocurre en la misma época que la anterior, a mediados de los 90, porque fue entonces cuando se descubrió la página arrancada de los cuadernos. Así comienza la novela, con una becaria que encuentra la clave para averiguar qué se explicaba en esa página. A partir de aquí empezarán los crímenes. Existe un doble plano de enigma biográfico y de enigma policial. Aparte, en el 94, cuando ocurre la historia, yo residía y estudiaba en Oxford, así que todo encajaba.

–¿Hay referencias a «Alicia en el país de las maravillas» o únicamente a la biografía de Carroll?

–Por supuesto que las hay, como el conejo y su obsesión por el tiempo, el sombrerero loco, y el hecho de que en la época victoriana los sombreros estuvieran confeccionados con cianuro de mercurio, lo que a veces afectaba de manera siniestra a quien los llevaba, pero sobre todo se hacen menciones a los acertijos lógicos que tanto gustaban a Carroll. Juego mucho con su lógica del lenguaje y su gusto por las paradojas.

–¿Y todo a partir de una página arrancada de un diario?

–Como decía el poeta, no hay fuente más rumorosa que la palabra no dicha, ni libro más largo que el que perdió una página. El principio de conjetura mueve toda la novela y el cómo es difícil comprender bien lo que sucedía entonces a partir de los parámetros sociales y morales actuales. Borges decía que si alguien escribiese hoy «El Quijote» palabra por palabra sería un libro totalmente distinto porque se leería de forma diferente.

–Como parece ocurrir hoy, ¿los hechos no importan sino solo la opinión que tengamos de ellos?

–Un célebre antropólogo estudiaba a un pueblo indígena que al aparecer un conejo blanco exclamó «Gabba gai». La primera inclinación del antropólogo fue deducir que así llamaban a los conejos, pero no estaba seguro. Podían estar diciendo qué rápido va, o menudo animal o mil cosas distintas. En este sentido, es difícil interpretar los hechos fuera del ambiente social y moral donde se producen. Por eso no podemos juzgar a Carroll con los ojos de hoy. Ya lo afirmaba L. P. Harley en «El mensajero», «el pasado es un país extranjero».

–¿Quiere así borrar tópicos ligados ahora al escritor?

–Se le ha asociado demasiado con su inclinación por relacionarse con niños. Yo me limito a colocar sobre la mesa todos sus elementos. A Carroll le obligaron a ordenarse sacerdote porque no podían permitir que un soltero enseñase en Oxford. Fue el creador de juegos de palabras que se convertirían en el «Scrabble», inventó un artilugio para leer en la oscuridad..., hay muchas cosas que la gente no sabe.

–¿Oxford vuelve a tener protagonismo?

–Claro, todos los ámbitos que conocí. Es como una isla apartada del tiempo. Por eso la obra funciona casi como un enigma de cuarto cerrado. Además, en la época, todavía se dejaban mensajes en los teléfonos y el e-mail era algo que solamente se utilizaba entre alumnos universitarios. En este sentido existen ciertos paralelismos con la película de John Frankenhaimer «Seconds».

–¿Será esta nueva novela una película?

–Es complicado por su punto de vista, pero Álex de la Iglesia ya hizo con la primera un trabajo interesante.

Un escritor lógico y no viceversa

A pesar de que Martínez es licenciado en Matemáticas y Lógica, asegura que no cree que se note en su escritura. «Cuando leo a Stanislav Lem o a Leo Peruts no veo en ningún lado que fueran matemáticos. Creo que a mí me pasa lo mismo. Lo que sí es cierto es que en estas novelas utilizo símiles y elementos lógicos que mueven la trama. Es como la estadística. No importa lo grande que sea la olla, solamente necesitas un cucharón para saber cómo sabe», asegura el flamante ganador del Nadal.