La celebrada ejecución del cura que atentó contra Isabel II
Un día como hoy de 1852, Martín Merino acuchilló en el pecho a la monarca española, por lo que sería condenado a muerte “ante millares de personas apiñadas”
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Isabel II de España tuvo una vida de película. Reina de España desde que apenas tuviera 3 años, vivió rodeada de tanto cariño como de odio, con una personalidad arrolladora que bien contrastaba con la de su primo y esposo, Francisco de Asís. Las bases de su matrimonio se sentaron en la conveniencia y en la imagen, pues no son pocos los documentos que hablan sobre los romances de “la Reina Castiza”, así como de la homosexualidad de su esposo. Y, entre este argumento repleto de personajes y anécdotas, destaca un actor secundario que un día como hoy de 1852 fue el autor del mayor atentado contra la vida de Isabel II. Se trata del cura Martín Merino, figura enloquecida que interesó hasta a Benito Pérez Galdós: “Mi Jacinta nació cuando se casó la Reina, con pocos días de diferencia. Mi Isabelita vino al mundo el mismo día que el cura Merino le pegó la puñalada a Su Majestad, y tuve a Rupertito el día de San Juan del 58, el mismo día que se inauguró la traída de aguas”, escribió en “Fortunata y Jacinta”, así como también lo menciona en “Episodios nacionales”.
Durante sus 35 años de reinado, Isabel II sufrió varios atentados contra su vida, pero quizá el de Merino fue el más arriesgado y sonado. Aquel día, en el que en Madrid ya comenzaba a levantarse una revolución, antes de ir hacia la basílica de Atocha para agradecer el nacimiento de su primogénita -Isabel “la Chata”-, la reina tuvo un encontronazo en las galerías de Palacio. Fue sorprendida por Merino, quien se arrodilló ante ella para, supuestamente, pedirle algo. No obstante, sacó de su sotana un estilete de unos 20 centímetros y acuchilló a la reina en el costado derecho.
“¿Quién será capaz de describir el cuadro triste y desgarrador que a la una y media del día 2 de febrero presentaba la población de Madrid, que momentos antes recorría alegre y presurosa sus principales calles para ver pasar por ellas la regia comitiva, que debía acompañar a la madre de todos los españoles, a la adorada Reina, que en aquellos mismos instantes era víctima de la traición más horrenda, del más vil atentado, del crimen más horroroso, de la acción más bastarda que pueda concebir el corazón más depravado?”. Estas palabras proceden de unas de las publicaciones que se hicieron en la época tras el escándalo que se produjo ante lo sucedido.
Tras el atentado, la reina se desplomó y fue rápidamente socorrida por los guardias, mostrando su preocupación hacia la Chata nada más cobrar la conciencia. Mientras tanto, perseguían al autor del intento de regicidio, que fue detenido por la Guardia Real y, según explicaría, su verdadero objetivo eran la madre y regente María Cristina o el general Ramón María Narváez, pero se conformó con Isabel II. Asimismo, durante su confesión, Merino no dudó en arremeter contra la monarquía, a la que culpaba de todos sus fracasos: quiso acabar con ella “para lavar el oprobio de la humanidad vengando la necia ignorancia de los que creen que es fidelidad aguantar la tiranía de los Reyes”, diría según se ha documentado.
Por supuesto, hubo consecuencias, y cuatro días tras el ataque se produjo, quizá, la ejecución pública más deseada, vitoreada y celebrada de la historia de nuestro país. En el Campo de Guardias, Merino fue ejecutado a garrote vil, aunque, curiosamente, la reina pidió que le perdonaran: “Que no lo maten por mi causa”. Pero la sentencia fue firme, condenándole “a la pena de muerte en garrote vil, y a ser quemado el cadáver y aventadas sus cenizas”. Así lo narró “El Heraldo”: “El campo de Guardias, en toda su dilatada extensión, presentaba una masa compacta, compuesta de muchos millares de personas apiñadas, como jamás se han visto en ningún espectáculo, de cualquier género que haya sido”.