Quién es Félix de Azara, el naturalista español que sentó las bases de la teoría de la evolución
Se dice que Charles Darwin siempre viajaba con un ejemplar bajo el brazo de “Viajes por la América Meridional”, donde Félix de Azara desafiaba las ideas de los grandes científicos de su tiempo
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Félix de Azara nació en el año 1742 en Barbuñales, un pequeño pueblo a 42 kilómetros de Huesca; en un momento en el que todavía quedaban muchos lugares del mundo por cartografiar. Y en aquella época, uno de los grandes retos pendientes era el de adentrarse en la América Meridional, para precisar los mapas y para documentar la enorme biodiversidad de la región, tanto de fauna como de flora. Aunque este trabajo de naturalista lo comenzó por accidente, la curiosidad y valentía intelectual de Félix de Azara hicieron de sus descubrimientos su mayor legado. De hecho, el cimiento sobre el que se construyen algunas de las ideas más revolucionarias de Charles Darwin, se pueden encontrar en la obra del naturalista oscense.
Azara comenzó su vida profesional como ingeniero militar en el año 1764, después de cursar sus estudios en la Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificaciones. Aunque unos años más tarde la vida castrense le llevó al Desembarco de Argel de 1775, donde fue herido de gravedad y dado por muerto durante varios días. Sin embargo, un marinero local se percató de los pocas señales de vida que Azara fue capaz de manifestar, y consiguió salvarle retirándole una bala que tenía alojada en el cuerpo.
A pesar de lo milagroso de haber sobrevivido a una epopeya semejante, este no es el mayor de sus logros. El episodio que le cambiaría la vida, y que marcaría un antes y un después en la Historia Natural, llegó en el año 1781; cuando el militar fue destinado al Virreinato del Río de la Plata, con el objetivo de delimitar con precisión las nuevas fronteras americanas entre las posesiones españolas y las portuguesas.
La finalidad de su misión era terminar, de una vez por todas, con uno de los problemas con los que más frecuentemente tuvo que lidiar el Imperio Hispánico desde su mismo génesis en 1492: las tensiones fronterizas con Portugal. El primer intento de solucionarlo tuvo lugar solo dos años después del Descubrimiento de América; cuando se firmó el Tratado de Tordesillas, que repartiría el nuevo mundo entre las dos superpotencias.
Sin embargo, durante el periodo de Unión Ibérica entre 1580 y 1640, esta división de los dominios americanos dejó de tener sentido y se expandieron los territorios lusos e hispanos más allá de la frontera. Y cuando fueron de nuevo independientes, ambas potencias concatenaron varias experiencias bélicas que hicieron necesaria la actualización de los límites territoriales... en función de los nuevos equilibrios de poder. Por ese motivo, en el año 1777, España y Portugal firman el Tratado de San Ildefonso. Pero claro, lo firmaron sin llegar a hacer las precisiones necesarias sobre donde empieza “esto” y dónde empieza “aquello”.
La misión que le había asignado La Corona a Félix de Azara era monumental. Y sin embargo, él parecía ser el único que se la tomaba en serio, porque el presupuesto que se le había asignado estaba muy por debajo de las necesidades de su cometido, y los comisionarios nombrados por las autoridades portuguesas tardaron hasta 12 años en reunirse con él.
De esta forma, Félix de Azara quedó varado en Asunción (actual capital de Paraguay), y todo parecía indicar que -efectivamente- se habían olvidado de él. Sin embargo, lejos de desesperarse y resignarse a vivir entre el sedentarismo y la apatía, el militar decidió sacar provecho de su retiro forzoso y salir de su zona de confort, para empaparse de la fascinante vida natural que le rodeaba. Mientras acometía, eso sí, la labor que le habían encomendado a él... y la que le habían encomendado a su homólogo portugués.
Empezó a tomar apuntes y a investigar la fauna, la flora y las costumbres indígenas con las que se topaba durante sus viajes. Y con el ánimo que mueve a cualquier explorador, comenzó a estudiar de forma autodidacta las obras de quién por aquel entonces era la máxima autoridad en la materia, el francés George-Louis Leclerc de Buffon. Pero, a pesar de su inexperiencia, se atrevió a desafiar las conclusiones que defendían a capa y espada los grandes antropólogos y naturalistas de su época.
Uno de los asuntos que sus colegas habían pasado por alto, pero que resulto evidente para Félix de Azara, era la poderosa influencia que tenía el contexto y el hábitat en el desarrollo físico de los seres vivos. Una idea que tenía el potencial de desmontar todo lo que se había escrito hasta el momento. Observar las diferencias físicas que existían entre las diferentes especies de una misma familia y cómo estas favorecían su supervivencia en un hábitat concreto, le indujo a la idea de que había algo en el interior de estos seres vivos que habría la puerta al cambio y a la adaptación.
Aquello que 60 años más tarde Charles Darwin convertiría en teoría en el “Origen de las especies”, desafiaba las ideas deterministas de la época, cambiando para siempre la forma en la que nuestra especie se siente en el mundo. De hecho, dentro de esta obra hay varias citas a las observaciones realizadas por el naturalista español. Es más, se dice que Darwin siempre viajaba con un ejemplar bajo el brazo de “Viajes por la América Meridional”, donde Félix de Azara se cuestionaba sobre este y sobre otros muchos interrogantes de enorme transcendencia.
“Félix de Azara fue para su época un adelantado en cuanto a ideas y observaciones”, decía a Europa Press Adrián Giacchino, presidente de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara; una institución con sede en Argentina que pretende promocionar la investigación y la divulgación de las Ciencias Naturales.
En el periodo que abarca desde su llegada a América en 1781 y su regreso a la Península en el 1801, el aragonés llegó más lejos de lo que había llegado nadie en la comprensión de la vida autóctona de las regiones amazónicas del entonces Virreinato del Río de la Plata y de Brasil. En total, consiguió describir más de 440 nuevas especies de aves; recopiló, analizó y filosofó sobre las condiciones materiales y ontológicas de poblaciones nativas de la América Hispana; desafió con sus escritos las visiones cosmológicas de su época y fue un firme valedor de la conservación de la biodiversidad americana. En otras palabras, fue un adelantado a su tiempo que dejó su rúbrica en la Historia.