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Los estigmas de la Madre Esperanza

El 24 de febrero de 1928, con 34 años, le aparecieron por primera vez los estigmas precedidos de copiosos sudores de sangre, sobre todo, en Jueves y Viernes Santo
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En el octavo aniversario de la beatificación de la murciana María Josefa Alhama Valera, de nombre religioso Madre Esperanza, el 31 de mayo de 2014, sale a relucir uno de los aspectos más delicados que comparten algunos místicos en la Historia de la Iglesia: la estigmatización. Este hecho singular de llevar en su cuerpo las llagas de Jesucristo en manos, pies y costado tuve oportunidad de investigarlo mientras componía mi libro «Madre Esperanza», y resulta especialmente llamativo en su caso, dado que ella vivió en pleno siglo XX hasta su fallecimiento en 1983, como quien dice anteayer.
El 24 de febrero de 1928, con 34 años que tengamos constancia documental, le aparecieron por primera vez los estigmas precedidos de copiosos sudores de sangre sobre todo, en las noches del Jueves al Viernes Santo. En el desconocido «Diario del padre Mario Gialletti» se incluye una reveladora anotación, el 17 de diciembre de 1961, que concuerda con la fecha de aparición de los estigmas. Indica así Gialletti: «La Madre Esperanza había recibido los estigmas unos años antes de fundar [la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso], durante un éxtasis. Al concluir éste, sintió un fuerte dolor en pies, manos y costado. Como no resistía el sufrimiento, intentó meter los pies en agua caliente pero, al contacto con ésta, las heridas se le abrieron y salió disparado un chorro de sangre. Durante casi dos años, la Madre tuvo que llevar mitones en las manos, hasta que obtuvo del Señor la gracia de que dichas heridas, aun conservando todo su dolor, se cerraran a la vista para permitirle trabajar y no atraer la atención de la gente».
El primer documento que alude a la aparición de los estigmas es una carta de la Madre Patrocinio de Santo Tomás Pérez, General de las Claretianas, al padre Felipe Maroto Martín, Procurador General de la misma Orden, datada el 4 de abril de 1928, donde dice: «La mayor parte de las semanas, en la noche del jueves al viernes, le brota un sudor de sangre muy abundante que en ocasiones la ha dejado tan desfallecida que ha debido guardar cama durante varios días seguidos. Y ahora, desde el primer viernes de Cuaresma, le han aparecido en los pies los estigmas, justamente como los pintan en algunos santos; se conservan siempre como llagas frescas y a veces pierden mucha sangre».
El propio Tomasso Bacarelli, médico personal de la Madre Esperanza, proporciona su imprescindible testimonio: «Yo sabía, por los comentarios que circulaban ya entonces, que la Madre Esperanza tenía los estigmas. De hecho, al margen de mi profesión, la había visto alguna vez con las vendas que cubrían el dorso y la palma de sus manos. Más tarde, como médico suyo, tuve oportunidad de examinarla más de cerca y percibí que, al cogerla de las manos, se palpaba en ellas una hipertermia excesiva. He examinado muchas veces las manos de la Madre y no he hallado jamás discontinuidad de los estratos epiteliales, pero siempre he percibido, además de una temperatura excesiva, un color rojo cianótico tanto en el dorso como en la palma. He de advertir que ese tono rojo cianótico no era siempre uniforme, sino que unos días era más encendido y en otros más apagado. La piel, aunque no estaba dañada, aparecía muy sutil a simple vista, como si fuera un velo y la paciente hubiese sufrido quemaduras poco antes».

Señales rojas intermitentes

El doctor Bacarelli daba a entender así que los estigmas, como tales, no eran del todo visibles exteriormente. De hecho, como él mismo advertía, a veces las señales rojas en ambas manos eran más tenues que otras. En este sentido, el testimonio del padre Enzio Ignazi, que vivió en Collevalenza junto a la Madre Esperanza durante 22 años, desde 1958 hasta 1980 (excepto el de 1963-1964, en que fue trasladado a España), arroja luz sobre este delicado extremo que podría sembrar la duda entre los más escépticos: «Los estigmas de las manos desaparecieron, como la Madre le pidió al Señor –confirma el padre Enzio–. En su lugar, el Viernes Santo aparecía una mancha roja. Permanecieron, en cambio, los estigmas de los pies, del costado y las heridas de la coronación de espinas. Estas últimas tuve ocasión de verlas yo mismo. La Madre decía que las espinas eran largas y penetraban en la carne».
Nada «curandera» ni «milagrera»
Que nadie piense, ni remotamente, que la Madre Esperanza era una beata «milagrera» ni una «curandera». Ella misma se lo dejó muy claro a la Madre Lucía Baquedano, nacida en Ecala, como buena navarra, el mismo día de su patrón San Fermín, en 1922. La carta de la Madre Esperanza, fechada el 27 de enero de 1965, es de una elocuencia incontestable: «Quítate de la cabeza –advertía a la Madre Lucía– el querer hacer que las hijas crean en cosas ordinarias o extraordinarias. Esto, hija mía, no tiene importancia para nuestra amada Congregación; tampoco pretendas que esas hijas amen a la Congregación ni a su Fundadora por cosas ordinarias ni extraordinarias, sino por el espíritu de caridad, abnegación, sacrificio y amor a los pobres. Esto, hija mía, es lo que nos debe mover a todas para amar a nuestra Congregación y sacrificarnos cuanto podamos por ella».
La fecha: 2014
En el octavo aniversario de la beatificación de María Josefa Alhama Valera, de nombre religioso Madre Esperanza, salen a relucir los estigmas durante su vida.
Lugar: Roma
Con treinta y cuatro años le aparecieron por primera vez los estigmas precedidos de sudores de sangre, sobre todo, en las noches del Jueves al Viernes Santo.
Anécdota
Sobre las profundas heridas que sufría por la coronación de espinas, la propia Madre Esperanza decía que estas eran largas y penetraban en la carne.

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