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Santa Ángela de la Cruz, lo que vale la humillación

Dedicó su vida a servir a los más necesitados, atendiéndoles personalmente, identificando su dolor con el de ella, y decidiendo vivir como ellos: con las mínimas comodidades
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  • Isabel Cendoya Díaz

    Isabel Cendoya Díaz

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Esta «ovejita», como ella se llamaba a sí misma, mediante su devoción y su cruz logró ayudar a miles de miserables, volviéndose miserable ella misma. Nació en 1846 en un ambiente de pobreza y honradez, comenzó la escuela, que pronto tuvo que abandonar para trabajar en un taller de zapatería. Ella fue uno de los seis hermanos que lograron sobrevivir a la infancia, de los catorce que tuvo el matrimonio.
Infancia de la que proviene su vida de entrega y religiosidad, gracias al ejemplo y enseñanza de sus padres, pues estos trabajaban para los Padres Trinitarios de Sevilla. Su padre hacía de cocinero, mientras que su madre lavaba, cosía y planchaba la ropa de los frailes. Ella fue un gran ejemplo para su hija, pues a pesar de los pocos recursos económicos con los que contaban, siempre procuraba que los niños pobres del barrio fueran bautizados cuanto antes, haciendo incluso de madrina y vivirá lo suficiente para ver la causa de Ángela. Su padre, en cambio, murió cuando ella era aún una niña.
A los 25 años, decidió vivir según el Evangelio. Más tarde, gracias a la oración, prometerá seguir al Señor de la manera que Él le indicaba, asistiendo a los más pobres y enfermos. Gracias a su vocación, como ella nos dice, «pudo descubrir lo que vale la humillación». Pero ¿cómo que la «humillación»? Esto significa, en la Biblia, el reconocimiento de la pequeñez de uno mismo frente a Dios.
Realmente, la entrega de su vida supuso todo un reto para ella pues se encontraba bastante enferma, por lo que en un primer momento debió abandonar el postulado. Algo especialmente difícil porque su director espiritual, el Padre Torres, se encontraba en Roma haciendo de nada menos que de consultor teólogo para el Concilio Vaticano I. Afortunadamente, este regresó pronto, pues el Concilio había sido suspendido. Al volver, encontró a una Ángela que, por necesidad, había vuelto a su casa. Sin embargo, ni ella ni él se rendían y siguieron discerniendo cuál debía ser la misión de su vida. Poco a poco, mientras que se iba recuperando, fue viendo cómo ella, habiendo ya probado a vivir en el convento, debía salir al mundo a dedicarse a los pobres, a clavarse con Jesús en la Cruz.
Ángela dedicó su vida a servir a los más necesitados, pero no de manera lejana, sino atendiéndoles personalmente e identificando su dolor con el de ella. Así, deseaba acercarles a Jesús y la salvación de sus almas. Gracias a ello, pudo empezar a discernir lo que debía consistir su futura fundación: la Compañía de la Cruz. Con tan solo 29 años llevó a cabo su misión y fundó el Instituto, en el cual sus hermanas y ella decían adiós a sus vidas para volcarse por completo en la atención a los que estuvieran más desamparados.

«Pobre con los pobres»

Fue fundado en Sevilla, la cuidad natal de Ángela, el 2 agosto de 1875 y aprobado por san Pío X en 1904. En los primeros años, se dedicaron sobre todo a atender a enfermos de enfermedades tan comunes como la tuberculosis, que afectaba sobre todo a los pobres, dejando un rastro de niños huérfanos a su paso, niños que eran recogidos por las hermanas hasta que podían valerse por sí mismos. También tuvieron que hacer frente a epidemias como la de viruela que hubo en 1877.
A medida que pasa el tiempo, la Compañía consigue hacer nuevas fundaciones. Inspirada sobre todo en las ideas de san Francisco de Asís, buscará mujeres que se animen a vivir de la manera en que ella estaba dispuesta, es decir, «hacerse pobre con los pobres», una idea persistente en Ángela.
Debido a sus virtudes y su humildad, destacaba allí donde iba, siendo tomada en gran consideración por todos. De ella se conservan algunos textos en los que nos transmite su espiritualidad. En ellos siempre destaca la humildad y su deseo de pequeñez absoluta, de desprendimiento de uno mismo y de volcarse totalmente en los demás. Fue canonizada por san Juan Pablo II el 4 de mayo de 2003 y hoy en día, su figura goza de muchos reconocimientos y pequeños monumentos (fundamentalmente estatuas) en su honor.

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