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Luisa Isabel de Orleans, la reina más escandalosa

Al enterarse de su casamiento con esta noble francesa, Luis I encargó una serie de escopetas de primera calidad para poder ir a cazar juntos
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La Razón
  • Isabel Cendoya Díaz

    Isabel Cendoya Díaz

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Casada con el efímero rey Luis I de España, logrará hacer de la breve vida de su marido un calvario que, al final, como acabará comprobando, será su propia condena. Su padre fue el que sería regente de Francia durante la minoría de Luis XV (1710-1774), Felipe II de Orleans, sobrino del importantísimo Luis XIV. Vemos que, a pesar de proceder de una familia de sangre real, poca gente, si no nadie, le dio importancia a su nacimiento y, en fin, a su vida.
Nacida en 1709, Luisa Isabel fue la sexta de los ocho hijos que tuvieron sus padres, una pareja que, sin embargo, no resultó ser muy feliz, como tampoco lo sería ella. Luisa Isabel pasó su infancia en un convento, alejada de sus padres, y donde, según fuentes de la época, parece que no le hacían mucho caso. De hecho, al llegar a España, los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio se dieron cuenta de que la pequeña sufría de unas protuberancias en el cuello. Cuando le preguntaron a Luisa Isabel por ellas, esta les dijo que no era la primera vez que le salían, pero, al demandar a las personas supuestamente encargadas de su cuidado, respondieron que nunca se habían percatado de ello. Abandonada en aquel convento y sin haber recibido la más mínima educación, Luisa Isabel conoció la noticia de su casamiento con el entonces príncipe de Asturias, el futuro Luis I.
Luis, que, a decir verdad, poseía un buen corazón, se entusiasmó mucho con su enlace e inmediatamente ordenó que hicieran para su esposa una serie de escopetas de primera calidad terminadas en un laqueado negro para que pudieran cazar juntos. Tristemente, todos los sueños del príncipe se verán hechos trizas. Luis pasaba los días esperando conocer a Luisa Isabel, incluso por orden de su padre, el rey, tuvieron que retirar el cuadro que había llegado a Madrid de ella, puesto que a Luis lo distraía. Para volver la ocasión un poco más emocionante, el príncipe, junto con sus padres, fue a conocer de incógnito a Luisa Isabel. Sin embargo, la tapadera de la familia real terminó por ser revelada debido al poco disimulo de algunos cortesanos.
A todos les pareció que la nueva princesa era bonita, aunque su personalidad fuese algo extraña. Desde este momento, la vida de Luis no fue más que disgustos por parte de su esposa. Ella se mostraba indiferente o descortés con todas las atenciones y regalos de su marido y no solo eso, sino que incluso le ignoraba en público para descontento de todos. Naturalmente, la relación entre ambos, aunque también debemos decir que se vieron algunos destellos de amor (pocos), iba cada vez peor. A Luis se le iba agotando la paciencia y Luisa Isabel empezaba a mostrar comportamientos que la corte no toleraba, ya que consideraban que se manejaba de una manera muy extravagante, vulgar e indigna.
En 1724, Felipe V decide abdicar en su hijo, por lo que Luis pasa a ser Luis I de España. Mientras todavía era príncipe, él y los reyes habían intentado aconsejar a Luisa Isabel que debía mejorar su comportamiento o, al menos, su actitud. Ahora, siendo reina, los consejos se estaban convirtiendo en advertencias, pues les parecía que con sus acciones se estaba denigrando a sí misma y, por supuesto, al reino de España. Entre sus acciones más «destacadas» encontramos pasearse por palacio en camisón (en este sentido, por ejemplo, destaca la ocasión en que un sirviente tuvo que ser expulsado de palacio porque, al ayudar a la monarca a bajarse de una escalera de la que se iba a caer, vio lo que no quería; Luisa Isabel después le acusó por sus «insolencias»), sus frecuentes atracones, no cumplir con sus obligaciones e incluso realizar juegos obscenos. Como imaginan, nada de esto gustaba a la familia real, que cada vez se veía más desesperada por la situación, especialmente, Luis, quien escribió amargas cartas a sus padres. Al final, terminaron por encerrarla en una torre unas semanas con la esperanza de que aquella mortificación «corrigiera su espíritu».
Sin embargo, la actitud de la reina siguió más o menos igual. Al menos, al enfermar Luis I de las viruelas que lo matarían (cinco días después de su decimoséptimo cumpleaños), Luisa Isabel no se separó de su lado, lo que fue una gran muestra de valor (la viruela era la enfermedad más mortífera de la época), dedicación y posible redención. No obstante, esta nueva actitud no surtió efecto: a la muerte de su marido, los reyes Felipe e Isabel, que a parte de por razones políticas, no soportaban a su nuera, decidieron enviarla de vuelta a Francia, donde residirá toda su vida aislada en París, y ni siquiera fue bienvenida en Versalles.

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