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¿Por qué el hormigón romano resiste hasta hoy? Los científicos ya tienen la respuesta

Muchas edificaciones, construidas en zonas de actividad sísmica, altas temperaturas o bajo los embates del mar, siguen en pie: la respuesta es un ingrediente de la composición del hormigón
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La Razón
  • Sofía Campos

    Sofía Campos

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Para cualquier observador curioso la pregunta era pertinente. ¿Cómo es posible que las construcciones del Imperio Romano sigan en pie dos milenios después? Es bien sabido que los ingenieros de la época eran capaces de edificar murallas, templos, calzadas, acueductos, puertos y ciudades enteras, muchas de las cuales siguen en pie o en un estado bastante aceptable muchísimo tiempos después. ¿Cuál es el secreto para este milagro arquitectónico? El hormigón. Y, sin embargo, el hormigón moderno no presenta la misma resistencia. La ciencia acaba de descubrir cuál es el secreto de su composición que lo hace tan duradero.
Un equipo de investigadores del MIT, la Universidad de Harvard y laboratorios de Italia y Suiza han publicado en la revista “Science Advances” las conclusiones de su investigación, que ha determinado que el material romano posee estrategias de fabricación de hormigón que incorporaban varias funcionalidades clave de autorreparación. Según las conclusiones de estos científicos, analizada la mezcla que los romanos hacían para dar forma a su hormigón, han encontrado el secreto: miradas de cerca diversas muestras, han encontrado que unos diminutos minerales de color blanco brillante, que se creían materiales de poca calidad que se añadían a la masa, son, en realidad, la clave.
Estos minerales blancos, denominados hasta ahora “clastos de cal”, son, efectivamente aportaciones de esta sustancia, y dejaron de utilizarse con el tiempo en la evolución del hormigón por las siguientes obras de ingeniería. Tras haber sido sometidas las muestras a las nuevas técnicas de estudio, los clastos de cal, el carbonato cálcico, le confiere al hormigón romano su característica superdurable. Los científicos han determinado que la receta, que se extiende invariable de uno a otro extremo de los dominios del imperio, incorporaba tanto cal viva como “cal apagada” que, sometida a grandes temperaturas, lo vuelven ultrarresistente.
Según sus conclusiones, cuando la cal se incorporaba al hormigón romano, primero se combinaba con agua para formar un material pastoso altamente reactivo, en un proceso conocido como apagado o ahogado. A continuación, calentaban el hormigón a altas temperaturas, y con el añadido de “cal viva” se obtenía un compuesto que no solo reducía significativamente los tiempos de curado y fraguado, sino que le confería características de autorreparación al compuesto.
Esa sería la explicación de que algunas de sus construcciones, ubicadas en lugares de actividad sísmica, altas temperaturas o incluso bajo los embates del mar sigan en pie dos mil años después. Durante mucho tiempo, se achacaba esta milagrosa durabilidad a un material casi mágico: las cenizas volcánicas. Sin embargo, y aunque es cierto que los romanos la trasportaban a cualquier rincón de sus dominios para su uso en la construcción, este compuesto no explicaría los extraordinarios rendimientos del hormigón romano.