Historia

Así era la zarabanda, el "reguetón" que se prohibió en España en el Siglo XVI

Se trataba de una danza “pecaminosa” que fue prohibida por las autoridades bajo condenas de latigazos y años “a galeras” pero que terminó entrando hanta en la propia Corte

Una zarabanda cortesana
Una zarabanda cortesanaLa Razón

La música y el baile llevan siglos siendo subversivos. Hoy, no son pocos quienes se escandalizan por el contenido de las letras y el contoneo sexual del “perreo” al que incita el reguetón, llegado del Caribe para conquistar el mundo, pero hace mucho tiempo otro baile hizo un camino similar con parecido escándalo, pasando de las tabernas y burdeles a la Corte y, después, incluso adaptadas al canto religioso. Se trata de la zarabanda, un estilo surgido en el Siglo de Oro, en las últimas décadas del XVI y las primeras del XVII que era calificado de “lascivo”, “feo” y “peligroso”. Peligroso lo era, especialmente para sus adeptos, porque en 1585 el baile fue prohibido en España bajo pena de doscientos azotes y nada menos que seis años de galeras. A las mujeres, se las condenaba al destierro del Reino de España.

Su popularidad fue tal que hasta Miguel de Cervantes mencionó en sus “Novelas ejemplares” “el endemoniado son de la zarabanda”, que era cantado a la guitarra, tocado con castañuelas y bailado en círculo con “movimientos sensuales”. Los cantos se hacían a coro y su contenido picante (también satírico o político) animaba a sus bailarines. No se conoce con exactitud, pero parece ser que el baile, o al menos su nombre, procede de América, donde podría haberse generado por la mágica decantación de los ritmos africanos y las costumbres criollas de arraigo en el nuevo continente. Sin embargo, hay teorías que señalan que pudiera haberse originado por la influencia musulmana en la propia Península Ibérica.

La mayor de las censuras llegaba desde la Iglesia. El Supremo Consejo de Castilla prohibió su práctica y Juan de Mariana (jesuita, teólogo e historiador) la describía en “Tratado contra los juegos públicos”, un ensayo moralizante como «un baile y cantar tan lascivo en las palabras, tan feo en los meneos que basta para pegar fuego aun a las personas más honradas». En su diatriba nos ha dejado una descripción de cómo debía ser una velada de baile desenfrenado: «Se representa, no solo en secreto, sino en público, con extrema deshonestidad, con meneos y palabras a propósito, los actos más torpes y sucios que pasan y se hacen en los burdeles, representando abrazos y besos y todo lo demás con boca y brazos, lomos y con todo el cuerpo». El ensayo se publicó en 1590, es decir, algunos años después de su solemne prohibición, lo que demostraba que los intentos por detenerla servían de poco.

La colección de descalificaciones es casi mayor que la de testimonios partidarios del baile, y son lo que nos permiten acercarnos mejor a su estilo y contenido. Así, el canónigo de la Catedral de Toledo, Pedro Sánchez, se preguntaba en su “Historia moral y filosófica”, también de 1590: «¿Qué cordura puede haber en la mujer que, en estos ejercicios diabólicos, venta de la composición y mesura que debe a su honestidad, descubriendo con estos saltos los pechos y los pasteles, y las cosas que la naturaleza o el arte ordenó que anduviesen cubiertas? ¿Qué diré del halconear con los ojos, del revólver las cervices y andar coleando los cabellos y dar vueltas a la redonda y hacer visajes, como acaece en la zarabanda y otras danzas, sino que todos estos son testimonios de locura y no están en su seso los danzantes?».

¿Hasta qué punto eran letras lascivas? Con frecuencia se cita esta coplilla como ejemplo del tipo de letras que se cantaban para escándalo de unos y risas nerviosas de otros. En “¿Cómo te pones, amores?”, la letra habla de las posturas amatorias sin tapujos. Es de suponer que la letra llevaba asociada su baile, pero eso ya es pura imaginación.

“Póngome como rana

nel cantico de la cama

y cuando me viene la gana

lo hago con mis amores.

Póngome a la jineta

encima de su bragueta

y dígole: ¡meta, meta

el zumo de sus piñones!”

También era explícita la zarabanda anónima “Una batalla de amor”, del siglo XVII, en la que “luchadores en cueros” y “en batallas secretas”, dice así: “El puñal de aquel encuentro / se lo metió hasta el centro / y ella, que lo sintió dentro / con herida tan süave, / dice “¡Ay, cómo me sabe / un poquito antes que acabe!” / Y mirando su herida, / la mano al puñal asida / dice “¡Ay de mí, dolorida!, / ¿cómo entraste aquí y por dónde?” / ¿Ay, adónde, adónde? / Por en casa del conde. / Y enlazándose los brazos / se dieron cien mil abrazos, haciendo las piernas lazos / hasta que llegue la hora”. Y concluye, diciendo así, sobre un orgasmo: “Al fin se vieron a un punto, / ella muerta y él difunto, / y echaron el resto juntos / por no perder coyuntura. / Para su ventura, / zarabanda y dura. / En esta guerra de Amor / el que muere es vencedor, / que revive el amador / por morir a cada hora / con la matadora, con la perra mora”. Ya le gustaría al reguetón escribir con la centésima parte de calidad que este anónimo.

Sin embargo, no solo los censores fracasaban en su intento de detener la imparable zarabanda, sino que el baile fue ascendiendo en la escala social hasta llegar a la propia Corte y a la aristocracia, que la practicaban en secreto. Y es que en realidad, lo que ofendía de la zarabanda a las mentalidades más conservadoras eran el baile y las letras, por lo que el género experimentó una especie de depuración que la permitió difundirse por toda Europa, ya sin los ripios juguetones de su forma española. En Francia, por ejemplo, se desvinculó por completo de lo popular y se convirtió en danza cortesana. Poco a poco se transformó en en música culta, dentro de las suites barrocas e incluso de los ballets. A lo largo de la historia, célebres compositores como Monteverdi, Corelli, Bach o Händel hicieron sus “Sarabande”, que cayeron en desuso y volvieron a aparecer a finales del siglo XIX con Debussy, Satie y Britten. También hubo versiones de zarabanda religiosa.

 

En España, la zarabanda quedó reemplazada por la chacona, también considerada lujuriosa por las autoridades de la época y prohibida, y a la que Cervantes le dedicó estos versos: “El baile de la chacona / encierra la vida bona. / Hállase allí el ejercicio / que la salud acomoda, / sacudiendo de los miembros / a la pereza poltrona. / Bulle la risa en el pecho / de quien baila y de quien toca, / del que mira y del que escucha / baile y música sonora”. Según algunos expertos, la zarabanda nunca llegó a desaparecer, sino que se quedó dentro de la cultura popular y fue una de las semillas de las que floreció el flamenco. Algunos autores ven en su compás un antecedente de algunos de los palos del presente, como la soleá. Sin embargo, el peor consecuencia de la prohibición del estilo es que apenas tenemos testimonios de cómo era musical ni líricamente salvo por contados testimonios. Pero, a juzgar por su éxito, debía ser muy divertido.