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Historia

Atila. Pujanza y fragilidad del imperio huno

A comienzos del siglo V, gentes venidas del este formaron un formidable imperio que aterrorizaría a sus vecinos, acosando y poniendo en peligro la estabilidad política de las dos mitades del Imperio romano, tanto de la oriental como de la occidental. Pero en apenas 50 años, el Imperio huno desaparecía para siempre de la historia

'La invasión de los bárbaros', óleo de Ulpiano Checa
'La invasión de los bárbaros', óleo de Ulpiano ChecaMuseo Ulpiano Checa

Durante siglos, el pueblo huno habitó la región en torno al lago Baljash (en la moderna Kazajistán). Eran un pueblo que se dedicaba a la ganadería trashumante, viajando de un lado a otro en busca de pastos. Tal modo de vida era, por su propia esencia, peligroso, lo que hizo de ellos consumados guerreros que dominaban la monta y el tiro con arco. Sin embargo, no eran ni demasiado numerosos ni estaban unidos, por lo que nadie hubiera esperado que jamás pudieran llegar a representar peligro alguno para nadie.

Ahora bien, en algún momento en torno al año 370 y forzado probablemente por una larga sequía, el pueblo huno se vio forzado a abandonar la región que había habitado durante siglos, y migrar hacia el oeste. En el camino fue sometiendo a otros pueblos e integrándolos en una suerte de confederación de tribus que no era sino una suerte de gran bola de nieve que crecía y avanzaba sin parar. Finalmente, llegaron a las fronteras del Imperio romano, y se asentaron en la llanura panónica, un espacio amplio y relativamente plano correspondiente al centro de la moderna Hungría.

Llegados a este punto, la confederación huna comprendía a numerosos otros pueblos que le servían a modo de vasallos de rango inferior: muchos de ellos de habla germánica (como los godos, los rugios, los suevos, los hérulos o los gépidos), también algunos de lengua irania, como los alanos, e incluso algunos eslavos (como los antes, o antas).

Además, la llanura panónica constituía una posición idónea para establecer relaciones con las dos mitades del Imperio romano, la occidental y la oriental. Pero, curiosamente, el trato fue muy desigual: frente al Imperio de occidente los hunos se ofrecieron como mercenarios, brindando la ágil y versátil arquería montada de la que carecían los ejércitos romanos. De este modo fue muy común ver grandes masas de guerreros hunos sirviendo bajo bandera romana y luchando en las guerras civiles entre distintos candidatos a la corona imperial. Por el contrario, la política de los hunos con el Imperio de Oriente fue bien distinta, limitándose a la agresión, el saqueo y la extorsión, hasta el punto de que el emperador oriental se vio obligado a pagar un tributo anual a cambio de la paz.

De resultas de todo ello, la élite huna pudo acumular una inmensa riqueza: el Imperio de occidente le pagaba generosamente por sus servicios militares, el de oriente un tributo a cambio de la paz, y además recibían los impuestos de la miríada de pueblos que tenían sometidos. Esta opulencia permitió, por su parte, la centralización del poder político, primero en dos reyes simultáneos y, finalmente, tras el asesinato de Bleda por su hermano Atila, en un único rey todopoderoso.

Fue así como un personaje llamado Atila concentró, en las décadas centrales del siglo V, un colosal poder económico, político y militar. Y así se abrió una era de pesadilla para Roma, primero para la mitad de Oriente, que tuvo que sufrir campañas de saqueo y destrucción que fueron absolutamente devastadoras, tanto en daños materiales como en pérdidas humanas, tanto de civiles como de militares. En una de ellas Atila llegó incluso a enseñorearse por los alrededores de la propia Constantinopla, aunque no llegó a tomarla. La guerra se convirtió, así, en el motor de su economía, un inmenso parásito necesitado de una cantidad creciente de botín de guerra con el que alimentarse y engrasar las tensiones internas.

Y fue entonces cuando Atila, ensoberbecido, cometió el error de atacar a la otra mitad del Imperio, a la occidental, donde se las tuvo que ver con un general de su talla: Aecio. La invasión de las Galias terminó en la colosal batalla de los Campos Cataláunicos, un baño de sangre que no fue sino un sonoro fracaso para Atila, quien llegó incluso a considerar el suicidio. Al año siguiente lanzó una campaña sobre Italia que asimismo se zanjó en un fiasco.

Al año siguiente moría Atila y su imperio, desgastado por las derrotas de las Galias e Italia y cuarteado por las disputas entre los pueblos que lo componían, se desintegró como un azucarillo. Este gran parásito que había engordado por medio de la guerra, el saqueo y la extorsión, sucumbió a sus propias tensiones internas. Los hunos supervivientes huyeron hacia el oriente, donde regresaron a la total irrelevancia. "Sic semper tyrannis".

Portada del número 89 de 'Desperta Ferro Antigua y Medieval'
Portada del número 89 de 'Desperta Ferro Antigua y Medieval'DF

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