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Barcelona Siglo XVIII, entre pobres y tertulias

En las crónicas de Rafael de Amat y de Cortada se registra la profusión de tertulias de intelectuales y los numerosos mendigos que entonces convivían en la Barcelona del siglo XVIII
Pobres en Barcelona, en el siglo XVIII
Pobres en Barcelona, en el siglo XVIIIGustave Doré
La Razón
  • César Alcalá

    César Alcalá

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Rafael de Amat y de Cortada, barón de Maldá y de Maldanell (1746-1819), fue un personaje particular de la sociedad del siglo XVIII. Aristócrata ilustrado, se dedicó a escribir un diario personal desde 1769 a 1819 conocido como «Calaix de sastre» (Cajón de sastre) que explica la vida cotidiana de su época. Está en catalán y, entre las muchas cosas que describe, destacan por su riqueza dos temas de entre muchos: las tertulias de intelectuales que se celebraban entonces y la cantidad de pobres que había en Barcelona. Una de las tertulias que reunía a gente de cierto nivel es la que se hacía en la librería Ribas, «donde comparecían algunos Sres. eclesiásticos de la primera distinción, es decir canónigos y diáconos de la Catedral y también otros clérigos y algún Sr. abogado y a veces alguno de los Sres. de la nobleza y de los que dicen acomodados o que viven de renta».
Otras, como la de la calle del Bisbe, era muy particular porque en ella «se junta cierta clase de habladores disputando guerras a troche y noche, pues que aunque allí se lee el diario y la gazeta, hay muchos que lo entienden al revés, lo que provoca entre ellos muchos debates y disputas». Sin embargo, las más refinadas eran las que organizaba el librero Esterling en la calle del Call, la de la calle Ample, y la de la casa del boticario de la calle Escudillers. En total, según el Barón de Maldá, había unas catorce tertulias en Barcelona.
Pero los pobres también formaban parte de aquella vida cotidiana. Normalmente pedían a las puertas de las iglesias o en las calles más transitadas. Algunos eran objeto de burla y marginación. La gente desconfiaba de ellos porque creían que mentían. Es decir, que se hacían pasar por pobres cuando, en realidad, vivían mejor que muchos. Quizá tenían razón. Varios, el día de Todos los Santos, recitaban parte del Rosario por los difuntos. Como escribe el Barón de Maldà: «Algunos hacen méritos para llevar la insignia o medalla del Santo Espíritu, para decir oraciones y salmos como se ven a muchos y a muchas en las Iglesias de las cuarenta horas, que si no sacan plata no están contentos con moneda de calderilla y en mi dictamen hacen suficiente molestia por su charlar y avergonzamiento a uno para no darles nada. Estorba y hace reír tantos oracioneros y más oracioneras de las clases de ciegos, cojos y mancos, que en las fiestas de Santos y principales de cada Iglesia, arreglados en las puertas, van diciendo tanto una como otra confusamente la oración, y parece el zumbido de abejas».
[[H2:La «olla pública» y los pillos]]
Cuando las cosas empezaron a ir mal por culpa de la guerra contra Francia, el número de pobres aumentó considerablemente. Muchos artesanos, obreros y campesinos empezaron a llenar las calles pidiendo limosna. Por eso, las autoridades repartían lo que se conocía como «olla pública». Ésta se dio en Barcelona de 1797 a 1799. Al principio se repartía a 500 pobres. Al final, eran más de 2.000 los barceloneses sin recursos que iban a por la olla, que se hacía con carne, verduras y arroz. Para que los más espabilados no se beneficiaran de la olla pública la autoridad hacía redadas. Explica Maldá que «se ha dicho que los 50 detenidos en la Ciutadella, son vagos y pillos, que son detenidos durante las rondas nocturnas por soldados vestidos de paisanos, siendo apresados en la hora más calmada, sin hacer ruido en sus casas cuando están en la cama».
El capitán general Agustín de Lancaster y Araciel ideó un sistema para emplear a todas aquellas personas. Quería ajardinar parte de la Ciudadela y de las Ramblas, además de algunas calles en mal estado. Se puso en contacto con todo el que era alguien en Barcelona. La reacción fue muy favorable. Era la mejor solución para que Barcelona dejase de tener tantos mendigos. Como se necesitaba dinero organizaron bailes y otras actividades… «Ayer por la tarde llegó el famoso y voluminoso puerco, con perdón, que hacía días se esperaba, procedente de Sant Pere de Torelló. Es una pieza que tal vez no se ha visto otra mayor. S.E. dispuso que 5 soldados de caballería salieran a recibirlo, conduciéndolo a su Palacio, donde se le hizo como un tablado y después se rifaría, destinando su producto a beneficio de los pobres. El puerco se pasea por delante de la cochería del General, yendo mucha gente a verle». Con el cambio económico que se produjo a principios del siglo XIX la situación mejoró. Aun así, Barcelona siguió teniendo numerosos mendigos y pobres.

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