Pensar con los clásicos
El discreto encanto del perdedor: de los sofistas a los epicúreos
Son las dos escuelas que han salido vilipendiadas de su paso por la historia: su mala fama y el colapso casi total de los escritos de sus representantes tienen buena parte de la culpa
En la filosofía antigua hay claramente dos escuelas que han resultado las perdedoras de la historia por su mala fama y por el colapso casi total de los escritos de sus representantes. Son dos grupos de pensadores que fueron casi unánimemente denostados en la antigüedad por la tradición filosófica y que han sufrido un borrado casi total de sus obras. Y, sin embargo, hoy día me parecen muy presentes en nuestra sociedad. No es solo que algunos estudiosos y lectores estén recuperando su legado, sino que nuestro mundo parece curiosamente marcado por sus ideas. Hay siempre una especie de extraño interés por los perdedores de la historia, un discreto encanto o incluso una épica del fracaso de las ideas que resultaron incomprendidas en su día y que fueron orilladas por el discurso dominante. Pero en los casos que comentaré aquí se suma el hecho de que han triunfado paradójicamente en la posteridad.
La primera escuela es, por supuesto, la de los sofistas, maestros de retórica y oratoria en la antigua Grecia. Aparecen como rivales quintaesenciales del gran Sócrates en los “Diálogos” de Platón. Ahí y en otras fuentes se les retrata casi siempre como aprovechados, embaucadores, malos maestros y causantes del declive moral de Atenas. Sus obras desaparecieron casi por completo. Pero realmente fueron los grandes teóricos de la democracia y del acuerdo entre facciones diferentes, por lo que estos «perdedores» de la historia resultan de sumo interés hoy. Ciertamente, algunos de los discípulos de este grupo llevaron al extremo sus postulados escépticos y relativistas, y en la democracia griega se impuso un punto de demagogia que la llevó a colapsar en la Guerra del Peloponeso en 404 a.C. Por eso se alzó la voz de Sócrates-Platón, que es su indispensable rival en un debate que pone al ser humano en comunidad en el centro. Pero hay que romper una lanza por la retórica sofística: no es simplemente oratoria y elocuencia vacía, sino que es una herramienta esencial para enseñar a pensar y a discutir en una comunidad participativa en la que “el hombre es la medida de todas las cosas”.
Sin libertad no hay retórica
Históricamente se ve, además, que la retórica se ausenta cuando no hay libertad: justamente cuando los regímenes participativos de la antigüedad cayeron ante el autoritarismo, como pasó con la democracia ateniense ante Macedonia o la República romana frente al principado, la retórica fue quedando reducida a mera elocuencia y su enseñanza se refugió en las escuelas de gramáticos que enseñaban cómo adornar la literatura con las figuras estilísticas. Desapareció como escuela de pensamiento y acción para el discurso público, con debates políticos o judiciales, porque todo estaba ya decidido de antemano. Los sofistas encarnan bien aquel momento fugaz de libertad en el mundo antiguo, por lo que últimamente se les reivindica. Sobre todo, desde el fin de la Segunda Guerra mundial, cuando Perelman elabora una llamada “nueva retórica” y se vincula esta a las sociedades abiertas, frente al totalitarismo de las grandes dictaduras del siglo XX. El totalitarismo se caracteriza por una retórica monolítica con las peroratas interminables de los grandes dictadores. En cambio, la retórica clásica de los sofistas es la típicamente democrática, con confrontación de opiniones en un debate abierto y la búsqueda de puntos de acuerdo a través de discursos contrapuestos de las facciones que intentan llegar a acuerdos por convención, sin buscar absolutos de ningún tipo.
Los otros grandes perdedores de la historia de la filosofía antigua son los epicúreos, la escuela fundada en un jardín de Atenas por el maestro Epicuro de Samos en torno al 306 a.C. Pese a que Epicuro defendía placeres moderados, la búsqueda de la felicidad mediante el conocimiento, y una vida serena y alejada de las perturbaciones, su atomismo materialista y su rechazo de las convenciones sociales, la política y la religión tradicionales llevaron a murmuraciones y críticas por parte de otras escuelas filosóficas y también de la sociedad en general. Tuvo una fama terrible, acrecida además veía por la participación de mujeres y esclavos en su comunidad filosófica. Los platónicos y los estoicos en la antigüedad pagana y luego los cristianos, cuando dominaron el discurso público en el Bajo Imperio Romano, denostaron a los epicúreos y rechazaron sus doctrinas. Aunque Epicuro escribió más de 300 obras, todo ello se perdió salvo algunas decenas de páginas. Suerte que algunos de sus discípulos más aventajados, ya en época romana, lograron transmitir parte de sus ideas. Estas han pasado a la posteridad y han sido reivindicadas hoy con gran éxito.
En fin, estos grandes damnificados de la historia de las ideas antiguas, sofistas y epicúreos, regresan paradójicamente hoy con vigor. No solo es que se les estudie y se intente recuperar su legado, sino que nuestro mundo actual se parece y debe mucho a sus postulados. Seguramente fueron visionarios poco comprendidos en su tiempo, pero en nuestras sociedades democráticas los valores eternos e inmutables de Platón han sido sustituidos por el consenso y el acuerdo ante grupos diferentes y tenemos una ética sin dioses y una ciencia marcada por un materialismo descreído. No estoy diciendo que esto, obviamente, sea el único camino, pero no me dirán que nuestro occidente actual no está marcado por cierto epicureísmo sofístico, para bien o para mal. Desgranaremos esto más en detalle en las siguientes entregas.