Historia mítica de España

«Guerrilla» y otros vocablos de leyenda

Esta palabra pasó al vocabulario universal, a partir de la Guerra de la Independencia, en referencia a las pequeñas unidades armadas que asaltaban a fuerzas regulares mayores

"El dos de mayo de 1808 en Madrid", pintura de Francisco de Goya
"El dos de mayo de 1808 en Madrid", pintura de Francisco de GoyaMuseo del Prado

Es un tópico ya hablar de nuestro siglo XIX como una época atormentada en la que España pierde el tren de la modernidad por culpa de varios conflictos que comienzan con su invasión por las tropas de Napoleón, y continúan por las devastadoras Guerras Carlistas, hasta desembocar en el desastre del 98. Es cierto que resultó una época convulsa, pero también lo fue en toda Europa, entre revoluciones e involuciones, guerras nacionalistas e imperialistas, todo en el marco de la industrialización, la pérdida de peso de la religión y el cambio de paradigma cultural. Para dar cuenta de su complejidad se acuñó la expresión historiográfica «el largo siglo XIX», pues el influjo de estos procesos se extiende desde el fin del Antiguo Régimen, con la Revolución Francesa, hasta el fin del mito del progreso, en la Primera Guerra Mundial. Para la mitología hispánica, empero, es un siglo crucial. Les propongo solo un ensayo: reparen en las palabras que constituyen los préstamos del español en las otras lenguas más notables del mundo. Así se ve cómo es recordado nuestro momento histórico en el resto del mundo a través de las voces que llegan al español al inglés, alemán o francés.

La mayor parte de los hispanismos de otras lenguas, hasta el XIX, se referían a las nuevas mercancías e ideas procedentes de América, cuando no a su prestigio basado en el acervo literario y político de la edad de oro. Pero el tormentoso XIX español lega un aluvión de vocablos que tienen que ver con conflictos civiles, guerras, levantamientos y cambios de régimen: entran en inglés (pero también a lenguas tan lejanas como el griego), por ejemplo, préstamos como «guerrilla», «bandolier» (de bandolero), «caudillo», «pronunciamiento», «junta», «camarilla»... Sin duda que esta lista es una señal de lo más definitoria de nuestro papel en el siglo XIX. Pero quiero centrarme en el primero de estos vocablos, «guerrilla», que ha pasado al vocabulario universal a partir de la Guerra de la Independencia y del tipo de guerra menor, a lo que responde ese diminutivo, con pequeñas unidades armadas, en lugares estratégicos, para bloquear o asaltar a fuerzas regulares más numerosas. Huelga decir que no se trata de una novedad absoluta: la practicaron los griegos contra Persia o los hispanos contra Roma y la recomendaron Sun Tzu y otros teóricos de la guerra, en general, para enfrentarse a un enemigo numéricamente superior y mejor organizado, aprovechando un conocimiento nativo del terreno con tácticas de golpes rápidos y efectivos –escarmientos o matanzas a personalidades relevantes, para causar desconcierto– sobre todo en los pasos de montaña, desfiladeros y lugares estrechos por donde pasaran vías de comunicación para cortar suministros. Pero a esta técnica militar, muy antigua, se le da carta de naturaleza y partida de bautismo en la modernidad gracias a los rebeldes españoles contra las tropas napoleónicas. Es sorprendente que el término pasara al inglés de forma casi inmediata en las crónicas militares y de Prensa inglesas estrictamente contemporáneas a la invasión napoleónica, pues las tropas de Wellington se hicieron eco enseguida de la manera de luchar, sorprendente y efectiva, de algunos «guerrilleros» españoles que se habían echado al monte.

Como siempre, los romances y coplas dan una buena idea de la popularidad de la guerrilla. Al patriotismo inicial que despierta la resistencia popular («Al arma, españoles, /al arma corred,/salvad a la patria/que os ha dado el ser [...] Viva nuestra España/perezca el francés,/mueran Bonaparte/ y el duque de Berg») se sumará pronto lo específico de la guerra de guerrillas, que pone en jaque al temible invasor («Aquellos invencibles/allá en Austerlitz/huyen en las orillas/del Guadalquivir./Allí les temen/y un puñado de hombres/aquí les vencen» o «Guerrillero valeroso/que combates a la Francia,/cuenta siempre con mi amor/si libertas a mi España») para acabar en la glorificación de las figuras más célebres («Desde que el cura Merino/se ha metido a general/los asuntos de la España/van marchando menos mal»).

Larga es la sombra posterior de la guerrilla en toda la Historia de España e Hispanoamérica, que comienza en estas guerras napoleónicas. Destacaron famosos cabecillas, como el mencionado cura Merino o «El Empecinado», dos caras de la guerrilla para su posteridad. Ambos fueron héroes populares ensalzados por sus hazañas contra Napoleón, pero acabaron sus días, uno en el exilio y el otro ejecutado por los absolutistas, al tomar partido por bandos opuestos en las luchas fratricidas que luego asolarían nuestro XIX; se forjaba otro mito político de largo de recorrido: el de las dos Españas.