Ensayo histórico
El Holocausto: una matanza compartida
En la obra «El Holocausto. Una historia inacabada», Dan Stone sostiene que limitar la matanza al «genocidio industrial» de los nazis alemanes corre el riesgo de oscurecer el peligro nacionalista y racista
Parece que en Europa y EE UU se ha vuelto a extender el nacionalismo, esa ideología enemiga del pluralismo y de la libertad, que ansía reconstruir comunidades homogéneas. Está basada en la xenofobia y el racismo, que jamás en la Historia han acabado bien. No ha aparecido solo en un país, sino que es un movimiento transnacional con complicidad en varios Estados occidentales. Hay quien busca paralelismos históricos, o bien enseñanzas de la Historia. Es el caso de Dan Stone y su obra «El Holocausto. Una historia inacabada» (La Esfera de los Libros, 2025). Stone es director del Instituto de Investigación del Holocausto de la Royal Holloway en Londres. Se ha especializado en la trayectoria del fascismo desde la perspectiva de la historia de las ideas y el estudio del concepto de raza, entre otras cosas. Es un firme partidario de la divulgación histórica, especialmente en temas como el Holocausto. A eso dedicó «The liberation of the camps» (2015), donde cuenta el final del Holocausto y las dificultades a las que se enfrentaron los supervivientes para reconstruir sus vidas.
En su último libro, Dan Stone parte de la idea de que limitar el Holocausto al «genocidio industrial» perpetrado por los nazis alemanes y sus colaboradores en otros países corre el riesgo de oscurecer el peligro del nacionalismo y del pensamiento racista. El autor afirma que no contar lo que hicieron los alemanes de forma en apariencia desordenada y lo que perpetraron sus aliados europeos y norteafricanos, el relato del Holocausto está incompleto. Stone insiste en que recordar que Alemania no estuvo sola, sino que otras nacionalidades ayudaron en el genocidio, evita que se eludan responsabilidades y se blanquee el nacionalismo racista. Esa historia inacabada, dice Stone, silenciada de forma voluntaria, ha permitido que se orille el Holocausto de tal manera que, en su opinión, ha permitido el resurgimiento de la extrema derecha nacionalista en Europa. Cabría apuntar que también del antisemitismo.
Stone comienza con el recuerdo de la eliminación planificada en los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau o Treblinka. En esos centros se asesinó a 2,7 millones de judíos, además de decenas de miles de romaníes y sintis. A esto se sumó el exterminio desorganizado. Un buen ejemplo es la Operación Barbarroja para invadir la Unión Soviética en 1941. Esa campaña fue entendida por los nazis como una guerra ideológica de exterminio contra el enemigo «judeobolchevique». Acompañaron al ejército las unidades móviles de exterminio de las SS conocidas como Einsatzgruppen. Su misión era eliminar a los judíos. Uno de los episodios más deleznables fue la masacre de Babi Yar, cerca de Kiev, a finales de septiembre de 1941. Las tropas nazis, auxiliadas por la milicia ucraniana simpatizante, fusilaron a 33.000 judíos en tan solo dos días, lo que se llama «Holocausto a balazos», en el que fueron asesinados un millón y medio de judíos antes de la primavera de 1942.
También los dejaban morir de hambre, como ocurrió en la Polonia ocupada y en el oeste de la Unión Soviética. A los supervivientes les conducían a los campos de exterminio, o trabajaban hasta morir. A esto, Dan Stone añade un tercer método para el genocidio: las llamadas «marchas de la muerte». Los nazis obligaron a cerca de 750.000 judíos a caminar grandes distancias en invierno. Este sistema lo utilizaron desde finales de 1944, según fueron retrocediendo por el avance aliado y, por tanto, abandonando los campos. Las «marchas de la muerte» provocaron 250.000 víctimas, muchas de ellas asesinadas a tiros cuando caían por el cansancio.
En suma, nada de esto fue una operación «científica» de cámaras de gas, sino aberrantes matanzas llenas de brutalidad. Por tanto, asegura Dan Stone, pensar en un «genocidio industrial» es un favor al nacionalsocialismo. Sin embargo, es cierto, por ejemplo, que entre agosto y octubre de 1942, sumando los campos más «eficaces» y la acción de los Einsatzgruppen, se asesinó a 1,47 millones de personas. O, por ejemplo, en los 56 días del verano de 1944, los nazis exterminaron a cuatro quintas partes de los 434.000 judíos húngaros deportados a Auschwitz. Detrás del exterminio había un basto plan para acabar con todos los judíos de cualquier manera posible, que contó con la dedicación del Estado alemán, de su ejército y de su población, además de las pueblos que colaboraron de una u otra manera.
La historia del Holocausto estará inacabada si no se rechazan, en opinión de Dan Stone, dos interpretaciones. La primera asegura que el nazismo fue una exageración del nacionalismo, el imperialismo y el racismo. En su opinión, esta postura pretende salvar estas tres ideas por aquellos que dicen que son defendibles desde la moderación o la legalidad. Aquí Stone apunta a los líderes nacionalistas autoritarios actuales. La otra interpretación que el autor cree necesario descartar es que el Holocausto estuvo impulsado por la guerra como si el exterminio no hubiera sido una «fantasía genocida» concebida desde el nacimiento de la ideología nacionalsocialista.
El «pensamiento racial» es la piedra angular del nazismo, considerado como una visión de la historia y de la existencia basada en la lucha entre razas. Los nazis veían a los judíos como invasores silenciosos que contaminaban su cultura y forma de vida, y que abusaban de los beneficios que proporcionaba su sociedad. De esta manera, la supervivencia de Alemania dependía de que acabaran con la raza judía. Convencieron a los alemanes, y a otros europeos, de que querían la «regeneración nacional» para acabar con la «humillación» a manos de potencias extranjeras y ser plenamente soberanos.
Los nazis emprendieron las matanzas de judíos, cuenta Dan Stone, como un acto histórico de justicia defensiva ante un «virus». Lo plantearon como una lucha a muerte entre la civilización aria y el pueblo judío. Con la limpieza racial y el logro del espacio vital, el Lebensraum, conseguirían sobrevivir, regenerarse y llegar al lugar que les reservaba la Historia. Y todo gracias a conseguir una comunidad nacional homogénea, la Volksgemeinschaft.
Colaboradores voluntarios
Pero los alemanes no estuvieron solos en el Holocausto. A cada uno lo suyo. «Sin el apoyo de colaboradores voluntarios en toda Europa –escribe Dan Stone–, el programa alemán de asesinar a los judíos habría tenido mucho menos éxito». Y aquí empieza la lista. Colaboraron la Francia de Vichy, el Estado eslovaco de Jozef Tiso, el régimen de la Ustacha en Croacia y otros. El gobierno croata, que no era subsidiario de Alemania, estableció un campo de exterminio en Jasenovac, donde asesinaron a 70.000 personas entre judíos y romaníes. Algunos hoy no lo quieren reconocer. Los funcionarios y policías holandeses y noruegos arrestaron y deportaron a judíos en colaboración con los nazis. Italia echó a 7.495 judíos entre 1943 y 1945. Boris, rey de Bulgaria, se negó a detener la deportación de judíos griegos en las zonas ocupadas por el ejército búlgaro. El caso de Hungría es más claro. Participaron en el genocidio 20.000 policías, guardias nacionales y funcionarios públicos, que se dedicaron a la identificación, captura y deportación de judíos húngaros a campos de exterminio. En Hungría estuvo Adolf Eichmann, que luego fue conocido por el juicio al que fue sometido en Israel y del que Hannah Arendt escribió su famoso libro. En Rumanía la participación en el Holocausto fue entusiasta. El régimen fascista de Ion Antonescu llegó a establecer normas para el exterminio sin que lo pidiera la Alemania nazi. Llegó a fusilar a 54.000 personas en Bogdanovka, en una operación en la que contaron con el auxilio de alemanes y ucranianos. Todos estos países perseguían también el ideal de tener comunidades étnicamente homogéneas.