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Holocausto S. A.: las cifras de la industria de la muerte en los campos de concentración nazis

Coincidiendo con el 80.º aniversario de la liberación de Auschwitz, Xabier Irujo publica un estudio en el que detalla los protocolos de ejecución durante el Holocausto

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A finales del verano de 1941 se cumplían dos años de batallas en la Segunda Guerra Mundial. Más allá del frente, el horror nazi había dejado demasiados muertos en su lucha por la germanización de Europa. Sin embargo, para los chicos de Hitler no eran suficientes.

Fue por entonces cuando se hizo evidente que el "problema judío" no podía resolverse únicamente organizando pogromos, una práctica habitual en la causa desde años antes. "El sistema se había demostrado altamente ineficaz en términos numéricos", escribe Xabier Irujo en 'La mecánica del exterminio' (Crítica). Para diciembre de ese mismo año, la Oficina de Seguridad de las SS era consciente de que las ejecuciones mediante arma de fuego eran "lentas y problemáticas". "En muchos casos", se puede leer en el libro, "los verdugos estaban intoxicados por un consumo excesivo de alcohol". Los miembros de los Einsatzgruppen tenían barra libre de licores antes de sus ejecuciones "para mitigar el impacto psicológico y emocional de sus actos", firma Irujo.

No obstante, los efectos secundarios del alcohol no estuvieron solo en los verdugos de las SS, "también entre sus líderes": nombres como los de Paul Blobel, Oskar Dirlewanger, Odilo Globocnik y Christian Wirth también se han asociado al consumo desmesurado de agua de fuego.

Recuerda el catedrático de Estudios de Genocidio cómo las ametralladoras eran más eficaces cuando los hombres estaban ebrios. Ayudaban a mantener la distancia con las víctimas, aunque no resolviese el problema de las "fosas gimientes", en las que los cuerpos sangrantes y retorcidos recuperaban la conciencia. "Se escucharon gemidos y quejidos hasta bien entrada la noche. Había personas que habían sido solo ligeramente heridas o que ni siquiera habían sido alcanzadas; se arrastraban fuera de la fosa. Cientos deben haber muerto asfixiados bajo el peso de la carne humana", describía Andrew Ezergailis tras el primer día de ametrallamiento durante la masacre de Rumbula (30 de noviembre de 1941).

O esa otra ejecución masiva de octubre de 1942 cerca de Dubno (Ucrania): "Algunas de las personas disparadas todavía se movían (...) levantaban los brazos y se giraban para mostrar que estaban vivos (...) a la mañana siguiente, vio a unas treinta personas desnudas cerca de la fosa a unos treinta o cincuenta metros de distancia. Algunas de ellas todavía estaban vivas", se recoge en las páginas.

Todo valía cuando la idea de mantener la pureza racial a través de la eugenesia y la crianza selectiva se vio desbordada. En tres décadas, se debían exterminar entre 46 y 51 millones de personas (de 4.200 a 4.657 al día), según las correcciones que Erhard Wetzel hizo en abril de 1942 sobre el Plan General del Este. Cualquiera que no tuviera ascendencia aria era insignificante y prescindible; eran "como paja", escribió Hitler en 'Mein Kampf'.

Con esas previsiones, los 1.777 al día que se alcanzaron en septiembre de 1941 no eran suficientes, por lo que varios de los líderes operativos de las SS comenzaron a considerar enfoques más sistemáticos para llevar a cabo las ejecuciones. No tardarían en probar nuevos métodos. El "sistema Jeckeln" logró asesinar a 25.000 personas en poco más de una semana, pero no era sostenible. Para Himmler, disparar era una acción demasiado complicada. Se necesitaban tropas entrenadas y, además, tenía un mal efecto en los hombres.

El oficial nazi prefería los furgones de gas: "El conductor presionó uno de estos botones y el gas comenzó a filtrarse hacia la cámara en la que se hallaban los judíos. En ese momento, una cacofonía de gritos, voces y golpes contra los lados del furgón perforó el aire, una ensordecedora sinfonía de desesperación que persistió durante aproximadamente quince minutos –recuerda el autor–. Unos minutos después, el conductor inspeccionó el interior de la cámara utilizando una linterna eléctrica para comprobar si los ocupantes habían muerto".

Esas primeras pruebas con furgones coincidieron con la operación experimental de gaseamiento en el campo de concentración de Sachsenhausen. Después del invierno de 1941 ya había "quedado claro que el gas sería un ingrediente relevante de la Solución Final", afirma Irujo. Los camiones gustaban a los altos mandos, pero en los campos de concentración podían hacer el mismo trabajo a escala industrial.

Eso sí, Himmler y Heydrich subrayaron la importancia de realizar el genocidio en el mayor secreto posible, especialmente en lo referente a los campos de la Operación Reinhard. "Elegir ubicaciones remotas y aisladas con el fin de mantener en secreto su existencia y modus operandi y así poder llevar a cabo las operaciones lejos del escrutinio público era una consideración esencial a la hora de establecer la localización de los campos".

El 21 de febrero de 1940 Glücks ya había presentado un informe que evaluaba la idoneidad de Auschwitz como ubicación potencial para un campo de concentración: un antiguo cuartel de artillería polaco con edificios de ladrillo y madera era perfecto para adaptarlo a sus necesidades.

Como dato, entre 2000 y 2013, el proyecto de investigación liderado por Geoffrey Megargee y Martin Dean para el Museo del Holocausto de Estados Unidos documentó la existencia de al menos 42.500 lugares de detención existentes entre 1933 y 1945. Penales entre los que se incluían aproximadamente 30.000 campos de trabajo forzoso, alrededor de 980 campos de concentración, más de 1.150 guetos, aproximadamente 500 burdeles para esclavas sexuales y más de 1.000 recintos de prisioneros de guerra. Miles de otros campos estaba destinados a otros propósitos, como las instalaciones de eutanasia para ancianos y enfermos físicos y mentales, los presidios para la germanización de prisioneros o los campos de tránsito para transportar víctimas de unos centros de detención a otros.

Así, los campos de la Operación Reinhard (marzo de 1942-noviembre de 1943) hicieron un uso continuo de cámaras de gas para llevar a cabo las ejecuciones. La maquinaría comenzaba a engrasarse y, en 1942, en solo catorce días, el número de muertes en los campos de exterminio fue el siguiente, apunta Irujo: 24.733 en Majdanek, 434.508 en Belzec, 101.330 en Sobibor y 71.355 en Treblinka. Se estimó que se ejecutó a 1.274.166 civiles en estos campos durante ese año. En total, tres millones de judíos fueron liquidados dentro de este plan.

La Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA) había diseñado una cadena precisa para aniquilar poblaciones específicas, predominantemente judías, pero también otros grupos considerados "indeseables" por el régimen. Tres fases bien marcadas: concentración, desplazamiento y exterminio.

Al mismo tiempo que se reubicaba a alemanes étnicos a territorios orientales como parte de los esfuerzos de colonización, Irujo define la Alemania nazi como "una inmensa danza macabra", con transportes arrastrando a millones de personas a destinos a los que nadie quería ir y de los cuales casi nadie volvía.

"En Varsovia, aproximadamente el 30 % de la población de la ciudad terminó confinada en un área que constituía solo alrededor del 2,4 % del total del área urbana. A partir de diciembre de 1940, comenzaron a llegar transportes a intervalos cortos desde el Reich. En solo unos meses, este gueto se convirtió en la residencia de unos 400.000 judíos apiñados en un área de 3,3 kilómetros cuadrados. Con un total de 27.000 apartamentos, casi siete personas estaban hacinadas en cada habitación. Y durante los dos años siguientes, se establecerían más de 1.143 guetos en los territorios ocupados del Este".

La grave escasez de alimentos, junto con el extremo hacinamiento y el entorno insalubre en la mayoría de los guetos, resultaron en un alarmante y progresivo aumento de la tasa de mortalidad, cuenta 'La mecánica...'. En mayo de 1941, se documentaron cinco mil muertes en Varsovia, una tasa anual equivalente a 120 muertes por cada mil habitantes, doce veces más que la tasa de mortalidad del período de preguerra. En agosto de 1941, se registraron 5.620 fallecidos solo en el gueto de la capital. "Esta situación no era accidental ni resultado de una mala administración; sino que era el resultado de un plan para generar muerte dentro de los guetos mediante el agravamiento de las condiciones de vida", sentencia Irujo: "Los guetos eran, sobre cualquier otra cosa, instalaciones de exterminio".

Quien sobrevivía al horror de los guetos, debía emprender el viaje a otro infierno. Belén I., de 19 años, fue deportada a Majdanek y recordaba que "mi hermano murió en mis brazos. Mi hermano menor... y las dos hermanas de mi esposo. No había suficiente oxígeno para todas esas personas. Nos mantuvieron en esos vagones durante días. Querían que muriéramos en los vagones". Otros eran golpeados hasta la muerte o apuñalados en el tren. "Era sabido que al llegar a Buchenwald (Alemania) desde Compiègne (Francia), después de un viaje medio de sesenta horas, al menos el 25 % de los ocupantes iban a morir". Se encontraron evidencias de canibalismo. No era extraño que los vivos se comieran a los muertos.

Ya en el campo, Primo Levi recordaba que "el clímax llegó de repente", cuando "la puerta se abrió de golpe y la oscuridad resonó con órdenes extravagantes en ese tono cortante y bárbaro de los alemanes al mando que parece dar rienda suelta a una ira milenaria. Una vasta plataforma apareció ante nosotros, iluminada por reflectores. Un poco más allá, una fila de camiones. Luego todo quedó en silencio de nuevo. Alguien tradujo: teníamos que bajar con nuestro equipaje y depositarlo junto al tren".

Olga Lengyel recordó que "mientras estábamos reunidos en el andén de la estación, nuestro equipaje fue bajado por las criaturas con trajes de rayas de convicto. Luego se retiraron los cuerpos de los que habían muerto en el viaje. Los cadáveres que habían estado con nosotros durante días estaban horriblemente hinchados y en varios estados de descomposición. Los olores eran tan nauseabundos que habían atraído a miles de moscas".

"Las familias eran separadas según género y edad", explica el autor. "Una de las pocas instancias en las que los guardias prestaban atención a la solicitud de un prisionero era cuando una madre suplicaba quedarse con sus hijos menores". La razón era obvia: "No había motivo para negarse ya que todos iban a morir en unas pocas horas", cuenta Irujo.

El número de personas "seleccionadas" variaba según el campo. En Auschwitz, de un convoy de entre 1.000 y 1.500 personas, rara vez más de 250 llegaban al campo. El resto se enviaba inmediatamente a una de las cámaras de gas. Alrededor del 99% de los niños, ancianos y enfermos, el 75 al 80% de los hombres y el 85 al 90% de las mujeres eran marcados en Birkenau para su ejecución inmediata; en Belzec, Sobibor, Treblinka y Majdanek, hasta el 95% moría en el acto.

Para mayor escarnio, eran muy comunes los abusos en la transición desde las instalaciones de desvestirse hasta las cámaras. Los auxiliares, a menudo borrachos e inmersos en la banalización del mal, se dirigían a las jóvenes más atractivas de entre los grupos de mujeres desnudas que pasaban junto a sus cuarteles. Se las llevaban a sus barracas, las violaban y de nuevo las conducían a las cámaras de gas.

Una vez allí, las facturas de Zyklon B (un pesticida a base de cianuro) se disparaban. De febrero a mayo de 1944, Oranienburg y Auschwitz recibieron mensualmente 832 kilos (en cada uno de los campos). Se calcula que solo en Auschwitz se utilizaron 8,2 toneladas de Zyklon B en 1942 y 13,4 más en 1943. Cuantas más personas entraban en la cámara, más rentable era el "pase"; y a la vez, el propio calor de los cuerpos subía la temperatura del lugar, lo que hacía más sencillo alcanzar los 26º a los que este veneno se transformaba en gas.

En sus memorias, recuerda el libro, Höss describió la muerte por inhalación de ácido prúsico como rápida e indolora: "Fue entonces cuando vi, por primera vez, cuerpos gaseados en masa. Me hizo sentir incómodo y temblar, aunque había imaginado que la muerte por gasificación sería peor de lo que era. Siempre había pensado que las víctimas experimentarían una sensación de asfixia terrible. Pero los cuerpos, sin excepción, no mostraban signos de convulsión".

Los cadáveres que quedaban eran la mínima expresión. En campos como Buchenwald, según lo relatado por los cirujanos estadounidenses durante la liberación, los cuerpos apenas pesaban entre 27 y 36 kilos; lo que reflejaba el tremendo coste físico de las escasas raciones proporcionadas en el campo: "De las 3.500-4.000 calorías al día necesarias, los prisioneros recibían entre 1.300 y 1.700".

Pero no solo la cámara de gas se valieron los funcionarios y oficiales nazis en su exterminio, como señaló el doctor Nyiszli, "después de los gaseamientos, después de las hogueras, las letales inyecciones de cloroformo en el corazón, los tiroteos en la parte posterior de la cabeza, las granadas de fósforo, descubrí ahora un sexto método de asesinato. La noche anterior, nuestros desafortunados compañeros habían sido llevados al bosque y exterminados con lanzallamas".

"La banalización de la pena de muerte, o el proceso de hacerla común y rutinaria, desempeñó un papel significativo en el asombroso número de fallecidos que generaron los campos –apunta Irujo–. A medida que las ejecuciones y los asesinatos se volvían rutinarios, tanto para las autoridades del campo como para los prisioneros, el 'shock' y el horror asociados con arrebatar una vida humana disminuyeron considerablemente. Esto reforzó la atmósfera de trágica deshumanización que permitía al personal del campo ver sus acciones como quehaceres rutinarios en lugar de como atrocidades. Al final, los principios de Eicke sentaron las bases para perfeccionar el método de ejecución a gran escala de prisioneros".

El rastro de toda esta mecánica del exterminio la comprobaron los soviéticos al entrar en Birkenau en enero de 1945: allí descubrieron 6.800 kilos de cabello humano empaquetado en fardos de aproximadamente 18 a 22 kilos, listo para ser enviados a Alemania. Esto equivalía a 293 sacos de cabello femenino, lo que representa el cabello de más de 28.000 víctimas. Documentos conservados categorizados por las SS como "gestión del cabello" revelan que, entre septiembre de 1942 y junio de 1944, la empresa de Paul Reimann, en la ciudad de Friedland, recibió un total de 730 kilos de pelo de prisioneros de Majdanek.

También en Auschwitz-Birkenau, el 27 de enero, el comandante Vasily Yakovlevich Petrenko encontró toneladas de cabello femenino, miles de zapatos e innumerables cajas de anteojos: "Todo estaba muy ordenado", se sorprendía. La comisión encargada de la supervisión y administración del campo estableció que había 348.820 trajes masculinos y 836.525 conjuntos femeninos, 38.000 pares de zapatos de hombre y 5.255 pares de zapatos de mujer. También encontraron 13.694 alfombras, 12.000 ollas y sartenes, 40 kilos de gafas y cientos de prótesis, se enumera en el texto. "Los registros de Bernard Chardebon del almacén de ropa registraron que se habían recogido y procesado alrededor de 15 millones de pares de zapatos en Auschwitz". De hecho, "solo del 1 de diciembre de 1944 al 16 de enero de 1945, el informe del supervisor del almacén de Auschwitz mostró que se habían recogido 516.843 trajes y juegos de ropa interior de las víctimas". Todas las prendas ya habían sido reunidas y depositadas, y estaban empaquetadas para ser enviadas a Alemania. (...). Sin embargo, gran parte del botín nunca llegó a Berlín, "los hombres de las SS robaron buena parte de esta propiedad 'confiscada' para su propio uso o para ser utilizada como medio de pago en el mercado negro".

  • 'La mecánica del exterminio' (Crítica), Xabier Irujo Amezaga, 472 páginas, 22,90 euros.