Anécdotas de la Historia

La pasión de Hitler por la Fanta: "¡Beber [alcohol] es de judíos!"

Aceptada la faceta abstemia del Führer, los suyos se las vieron y desearon para dar con una bebida acorde a su gusto, pero ahí estaban la Coca Cola y la Fanta para saciar la sed del "jefe"

Hitler, durante una visita en 1935 a la factoría de Thyssen (rodeado con un círculo) en el Ruhr
Hitler, durante una visita en 1935 a la factoría de Thyssen (rodeado con un círculo) en el Ruhrlarazon

Adolf apretó un botón. No era para lanzar un misil V-2 sobre Londres. No, no. Esta vez quería que Heinz Linge, su ayuda de cámara, viniera presto. Tenía sed. Los sillones altos de cuero son bonitos, parecen tronos, permiten firmar invasiones de nacioncitas y detenciones masivas, pero dan mucho calor. Llevaba ahí toda la mañana sentado, pasando papeles, subiéndose el flequillo. Eso cansa. Necesitaba un refrigerio. A los dos segundos se abrió la puerta del despacho y entró un tipo alto, bien peinado, pálido. «A sus órdenes, mi Führer», dijo levantando el brazo y taconeando. «Mire, Heinz, quiero una bebida fresca», soltó Adolf. El siervo no lo pensó: «¿Cerveza, excelencia?». «Heinz, no bebo alcohol. ¡Beber es de judíos!». El dictador apoyó las manos sobre la mesa y miró sin parpadear al criado. «Trae una Coca Cola bien fría. Espera, se me ha ocurrido un chiste». «Dispare, Führer». «No, a ti no». Los dos rieron, aunque Heinz tragó saliva y tosió. «Excelencia, no queda –dijo cuadrándose–, pero hemos creado una bebida nueva, mejor, y sobre todo, totalmente alemana». Heinz hizo entonces una pausa dramática con media sonrisa. «Se llama... Fanta».

No es que los nazis levantaran una planta para embotellar el brebaje con fijos discontinuos de Schindler, es que Coca Cola Export Corporation tenía sucursales en 27 países, entre ellos, Alemania. La compañía proporcionaba el saborizante, la misteriosa fórmula 7X, y a embotellar. Ray Rivington Powers, estadounidense en Berlín, había disparado las ventas con la idea de la «american way of life». Pero los tiempos estaban cambiando. Era 1933. Max Keith, alemán, trabajador de Coca Cola, quiso dar un empujón político a la empresa con una pequeña actualización. Convirtió a la bebida en el patrocinador de las Olimpiadas de 1936 con letreros en los que se leía: «Un pueblo, un imperio, un trago de coca cola».

La Fanta se comenzó a vender como una "limonada gaseosa de frutas"
La Fanta se comenzó a vender como una "limonada gaseosa de frutas"La Razón

Todo iba bien para la bebida carbonatada hasta que EE UU decretó el embargo comercial a Alemania en 1941 por el ataque japonés a Pearl Harbour. Hasta entonces, los soldados de la blitzkrieg en Polonia, los nazis que paseaban por el París ocupado, los tipos de la Gestapo haciendo sus labores, o los bombarderos alemanes que soltaban regalitos en Londres podían beber una refrescante coca cola para aliviar los calores de la invasión o del camino al campo de exterminio. A ver, se entiende, porque invadir un país vecino cantando el «Deutschland über alles» al paso de la oca provoca una sed espantosa.

Max Keith se quedó sin su líquido elemento. ¿Con qué hidratar a la raza aria? El director de Coca Cola GmbH no era nacionalsocialista. Pero se manejaba bien con el régimen. Se tapaba los ojos y los oídos, y relajaba la mente pensando en las pompas de las bebidas gaseosas. Llamó a sus químicos. Los sentó. «¿Qué pasa, Max?». «Necesito una bebida», dijo. «Toma», contestó Franz acercando una cerveza. «Que no, hombre, qué manía con la cerveza. Quiero algo nuevo porque nos hemos quedado sin la fórmula 7X», confesó. «¿Una radler, jefe?». «¡Despedido!».

Pruebas mortales

Los químicos se pusieron sus batas blancas para pensar mejor y rebuscaron en el laboratorio. Mezclaron cosas al azar. Nada. Todo sabía mal y encima Carl se murió envenenado. Se rieron, pero había que encontrar algo. Otto tuvo la idea de aprovechar los excedentes de otras industrias. Un poco de suero de leche sobrante de la producción de queso, pulpa de manzana a ojo, sacarina, una pizca de azúcar y, hala, andando. Caliente era un asco, pero fría tenía su punto. Llamaron a Max, que estaba escuchando a Wagner en el transistor. «¿Qué?». «Prueba». Keith metió su cortaba dentro de la camisa, levantó la copa y dijo: «Prost!». No estaba mal.

Quedaba escoger un nombre. Le dieron vueltas, pero todos los nombres buenos ya estaban pillados. Max Keith, atascado, le pasó la pelota a los empleados. Convocó un concurso para encontrar el nombre. Y de premio, una cerveza. Joe Knipp, nuestro agraciado concursante, tuvo la ocurrencia de usar la palabra «fantasía» («fantasie» en alemán). Le quitaron la última sílaba para ahorrar y le añadieron una cruz gamada. Al año siguiente vendieron tres millones de botellas con el lema «Brauselimonade mit Fruchtgeschmack», que asusta, pero significa «Limonada gaseosa con sabor a frutas». Eso sí. La gente la usó para cocinar en sustitución del azúcar, que escaseaba por eso de la guerra. Fue así que Heinz Linge llevó a Adolf su Fanta.

«Sabe a demonios, Heinz», sentenció el Führer. «Lo que no mata engorda, digo, hace más fuerte, su excelencia». «Más te vale, Heinz, más te vale», y Hitler apuró el vaso.