El hombre que araña las cuevas en busca del neandertal
Después de tres décadas excavando con sus propias uñas las huellas de su «criatura», el antropólogo francés Ludovic Slimak nos presenta en «El neandertal desnudo» conclusiones sorprendentes
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Por la dureza de sus rasgos faciales, la longitud de su barba o la rebeldía de su cabello, podríamos pensar que Ludovic Slimak es el último neandertal sobre nuestro planeta. Él se burla, casi hasta el sonrojo, de este tipo de apreciaciones, fruto de la arrogancia humana. ¿Qué nos hace pensar que el neandertal tuvo una apariencia similar a la nuestra, quizá más indómita? Soberbia en su estado puro o ignorancia, si es que no es lo mismo.
Paleoantropólogo de la Universidad de Toulouse en Francia, Slimak es un hombre de curiosidad insaciable y percepción agudísima, como deja patente en su último libro, «El neandertal desnudo», cuya presentación le ha traído a España. Aventurero, cronista, filósofo, historiador, antropólogo y, sobre todo, un hombre insólito. Con estilográfica de poeta y cerebro de genio, se encuentra en sus páginas cara a cara con esta enigmática especie humana extinguida hace unos 45.000 años, esbozando teorías, pero sin afán de llegar a conclusiones definitivas.
Admite que la idea de dar al neandertal un aspecto similar al nuestro, en lugar de presentarlo como una bestia, es seductora, pero errónea. «No es un sucedáneo del Homo sapiens y los científicos debería reconocer esa otredad perdida, en lugar de recrearla a nuestra imagen y semejanza». Es algo que venimos haciendo generación tras generación. El ser humano ha fantaseado con el neandertal como el último salvaje desde Heródoto, padre de la historia en el mundo occidental, hasta la ciencia más reciente.
Slimak desconfió desde muy joven y miró pícaramente de reojo la imagen que se nos ofrecía del neandertal. Ya de pequeño, cuando recorría la campiña francesa de la mano de su padre, guardabosques, le decía que de mayor haría agujeros en la tierra para encontrar objetos antiguos. Y lo cumplió. Tres de sus cinco décadas de vida –tiene 51 años– las ha pasado arañando sin descanso la tierra. «No unas cuevas cualesquiera, no una tierra cualquiera, sino un suelo todavía habitado por la presencia del neandertal. Veintinueve años persiguiendo a la criatura, deslizándome en las estrechuras y las grietas donde vivió, comió, durmió y se cruzó con otros humanos: de los suyos, pero también de los otros. Donde a veces murió. Y, sin embargo, después de pasarme veintinueve años con las manos metidas en esa tierra, en el barro de esas cuevas, sigo sin lograr discernir con claridad quién fue el neandertal».
Ha extraído pruebas y las ha analizado. Incluso ha creído llegar a entender, hasta darse cuenta de que algo no encajaba. «Y sí, así es, sobre todo al principio, porque cuando uno mira a la criatura desde lejos tiene esa engañosa sensación de evidencia, de que es fácil entenderla».
De lo que sí puede dar fe este antropólogo francés es que, por muy romántica que nos parezca la posibilidad, el neandertal no fue uno más entre nosotros. Empezando por sus estructuras mentales, no puede considerarse un hermano, ni siquiera un primo. «Pero sí una humanidad, plena y entera», cuya naturaleza está aún por definir. Y así deberíamos enfrentarnos a ella. «En cuanto a las obras que se pretenden ajenas a la duda –alegando un conocimiento bien establecido de esa humanidad extinta–, quizá lo más prudente sea cerrarlas y reflexionar con calma. Hace falta haber metido muy poco las manos en aquellos barros, o haberlo hecho con un entusiasmo demasiado superficial, para estar convencido de lo contrario».
Curiosamente, quienes llevan las uñas sucias de barro son los investigadores más cautelosos y los que no dejan de cavar y abrir nuevos interrogantes sobre los restos que «la criatura» –como él dice– dejó tras de sí. «Hablar de ella sin haberse enfrentado a sus espacios de vida, sin haberla perseguido durante décadas como un cazador persigue a su presa, es hablarle al aire». Puede que sea el ser más inasible e imposible que nos podamos encontrar.
Aprendices de brujo
Slimak la compara con el monstruo creado por el científico suizo Víctor Frankenstein, quien, tratando de crear vida, creó a «la cosa», dotada de su propia consciencia y a la que ya no pudo controlar. Cuarenta y dos milenios después de su desaparición del reino de los vivos, «investigadores, estudiosos y aprendices de brujo» intentan hacer hablar y devolver a la vida al neandertal.
Para el autor de «El neandertal desnudo», esta criatura se ha convertido en una vieja compañera de viaje, «uno de esos colegas con los que andas pero de los que en realidad no sabes gran cosa». Está convencido de que la insistencia en moldearla siguiendo un patrón de hombre contemporáneo es una muestra más de vanidad. «La posibilidad de que una criatura consciente de sí misma haya podido ser esencialmente diferente de nosotros nos causa rechazo, nos repugna, nos subleva. Así que inventamos y reinventamos al neandertal». Y nos empeñamos en disfrazarlo «de forma narcisista, cierto, pero a fin de cuentas como se viste a un espantapájaros».
En 1939, una ilustración sensacional en un libro de antropología mostraba a un hombre bien afeitado y de mejillas pobladas, con sombrero de fieltro y traje, mirando con expresión de aburrimiento. Cuando se reveló que esa figura tan parecida a un humano moderno era un neandertal, la sociedad se acomodó a la idea ingenua de que las diferencias se reducían a una cuestión de cabello y ropa. Poco más. 85 años después, seguimos asignando a las sociedades neandertales nuestros propios códigos de comportamiento. «A fuerza de ensamblar las partes de diferentes cadáveres, la criatura se nos ha acabado escapando. No tanto como realidad histórica o científica, sino más bien como un egregor que posee su propia vida, que vaga por nuestras fantasías; la de cualquiera, pero también la de los investigadores, que no se quedan al margen», corrobora Slimak. La prueba más reciente es la descripción del neandertal con adornos de conchas y garras de águila, ataviado con plumas de rapaces, tocando la flauta y pintando las paredes de las cuevas.
El antropólogo francés se pregunta si realmente estamos preparados para asumir la verdad del neandertal. Ni hombre ni mono, y con sus propios ritos de la vida y de la muerte. «En Occidente, como en toda sociedad tradicional, quien rompe un tabú es violentamente rechazado, marginado de su grupo. Aceptar que el neandertal es una humanidad diferente de la nuestra –humano sin ser humano– nos obligaría a transgredir los más profundos tabúes de nuestra sociedad».
Su libro incita a desligarnos de nuestros prejuicios para aceptar que ni el uso de herramientas ni el pensamiento ni la risa ni la empatía ni el amor ni las estructuras sociales distinguen de forma decisiva a nuestra especie de la gran variabilidad de los otros seres. «Cuanto más avanzamos en nuestro conocimiento de la etología animal, más claro resulta», dice.
Es lo que él ha comprobado en sus viajes de rodillas por los recovecos de las rocas, por las orillas de los grandes ríos donde quedaron congeladas, fosilizadas después de miles de años unas escenas, unas acciones, «miles de anécdotas que nos hablan de pueblos a lo lejos, tanto en el espacio como en el tiempo. De pueblos borrados de nuestro recuerdo irremediablemente amnésico. De pueblos para siempre extintos».
No le cabe duda de que han existido distintos grados en la forma de estar en el mundo. «No es algo subjetivo, sino fruto de una reflexión madurada progresivamente durante casi treinta años en contacto diario con los vestigios de esas poblaciones». En su análisis final, Slimak confía en que el neandertal sea finalmente liberado y reconocido como una criatura más poética y creativa, pero mucho más frágil. «De momento, me temo que aún permanecerá atrapada un tiempo por nuestros prejuicios. Desprenderse de uno mismo no es tan sencillo».
El amor que nunca fue con el Homo sapiens
Una de las teorías que postula Ludovic Slimak es que la extinción de los neandertales se pudo producir por apareamientos fallidos con los Homo sapiens debido a diferencias genéticas. En la búsqueda de ADN antiguo, de hace 45.000 a 40.000 años, se ha encontrado carga genética neandertal en todos los primeros Homo sapiens. Sin embargo, al extraer ADN de los últimos neandertales, contemporáneos de esos primeros Homo sapiens, no se ha hallado ADN proveniente de un Homo sapiens en ninguno de ellos. El científico indica que el intercambio de genes no informa de una historia de amor, sino que funda y caracteriza la estructura de las alianzas entre ambas sociedades humanas. Podría ser una primera clave sólida sobre las relaciones, poco apasionadas, entre ellas durante el tiempo en que coincidieron y una base para saber por qué, cuando el sapiens aparece en los registros arqueológicos de cada población de Europa, el neandertal desaparece hasta la extinción total de la especie.