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Leopoldo O’Donnell, y el sueño imperial

Francia e Inglaterra frustraron los intentos del que fuera presidente de España de devolverle la importancia internacional que había perdido
Retrato de Leopoldo O’Donnell y Jorís, en el Museo del Ejército
Retrato de Leopoldo O’Donnell y Jorís, en el Museo del EjércitoMuseo del Ejército, Toledo
La Razón
  • Yoel Meilán

    Colaborador

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La mayoría de la gente considera que el siglo XIX es un mal momento para el país; los virreinatos se independizaron, España perdió sus últimas posesiones de ultramar y su importancia internacional se redujo enormemente. No obstante, muchas de estas desgracias no venían provocadas por la mala gestión del país, sino que fueron empujadas por otras potencias que competían contra España y trataban de aprovechar su debilidad en esa época. No hay mejor ejemplo de esto que los intentos del célebre militar y presidente español, Leopoldo O’Donnell, por devolver a la nación la importancia mundial que había tenido hasta entonces.
O’Donnell nació en 1809 en Tenerife en una familia de militares. Siguiendo la tradición familiar se alistó en cuanto tuvo edad y destacó rápidamente. En pocos años, por su talento durante las Guerras Carlistas, fue nombrado general a los 30 años y se hizo muy cercano a la reina Isabel II. Tras varios años ostentando diferentes puestos en el gobierno, comenzó a organizar, junto con figuras como un jovencísimo Cánovas del Castillo o el general Juan Prim, el partido de la Unión Liberal, que llegaría al gobierno en 1854. Este partido nacía con una misión regeneradora de la política española. Pretendía unir, en una única organización, a todos los defensores moderados del liberalismo y, sobre todo, aquellos que consideraban que España debía recuperar su importancia internacional.
A nivel interno, la política de O’Donnell fue muy exitosa, logrando la estabilidad política y el crecimiento económico, comenzando a situar a España al nivel de otras potencias europeas como Prusia o el imperio Austrohúngaro. También protagonizó el llamado «gobierno largo», que duró 5 años, cosa destacable considerando que de media los anteriores ejecutivos resistían menos de doce meses.
Más allá del aspecto económico, O’Donnell creía que España era y debía mostrarse como una gran potencia ante sus vecinos, por lo que necesitaba ganar posesiones territoriales en otros lugares del mundo. Durante su mandato, protagonizó varios intentos de conquistas coloniales con el objetivo de recuperar, sino un imperio como el perdido a principios del siglo XIX, si una relevancia suficiente para que España fuese respetada entre sus iguales.
Destacan de entre sus intentos la Expedición de la Conchinchina (1858-1862) y la guerra contra Marruecos (1859-1860). En estos dos casos, la dinámica fue prácticamente idéntica. Pese a que el ejército español lograba grandes victorias, la política entre bambalinas de Francia e Inglaterra hacía que no se pudiese obtener nada bueno. Miles de hombres murieron en la Conchinchina apoyando al ejército francés en una guerra conjunta para que, en el último momento, Francia firmase un tratado por su cuenta y excluyese a España. Así, anexionándose Vietnam y dejando al gobierno de Madrid absolutamente desconcertado.
No obstante, tal vez el caso más ofensivo sea el de la guerra contra Marruecos. Pese a que O’Donnell, al mando de sus tropas, logró derrotar una y otra vez al sultán de Marruecos y le obligó a firmar la paz, la presión francesa e inglesa hicieron de las suyas. A pesar de la victoria, España no se pudo expandir territorialmente porque Inglaterra amenazaba con una guerra si alguna posesión española en el norte de África amenazaba su control sobre Gibraltar.
De igual manera, tampoco se logró un beneficio económico. Pese a que en el tratado de paz se abría el comercio con el país marroquí, la debilidad comercial de España hizo que Francia, a través de su industria, copase el mercado de ese país y saliese mucho más beneficiada en ese aspecto que España.
Estos dos intentos, junto con algunos más que siguieron la misma dinámica, minaron la reputación de O’Donnell, que acabó muriendo, casi exiliado, en el pueblo francés de Biarritz. La historia lo ha considerado habitualmente un fracaso a nivel político, llevando a la muerte a miles de hombres y despilfarrando los recursos del país en guerras inútiles. No obstante, un análisis de por qué sus intentos fracasaron nos deja una imagen muy distinta. La de un dirigente efectivo que podría haber devuelto a España la relevancia perdida si no hubiese sido víctima constante de los ataques de Inglaterra y Francia. Una estrategia diplomática que pretendía, aprovechando la debilidad del país en el siglo XIX, expulsar definitivamente del tablero de juego a una de las mayores potencias de los últimos siglos.

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