historia
Los secretos de la isla en el centro de Roma
La Tiberina es el lugar idóneo para la defensa de la ciudad, empleada en la Edad Media como fortaleza y palacio
Fecha: 2024. Puede parecer una fantasía que en pleno centro de Roma, cerca de la Colina Capitolina, la más pequeña de las Siete Colinas, exista hoy una pequeña isla.
Lugar: Roma. Por su posición estratégica, la isla Tiberina es idónea para la defensa de la ciudad y en la Edad Media su templo se utiliza también como fortaleza.
Anécdota. El emperador Otón III del Sacro Imperio Germánico lleva a la isla Tiberina romana las reliquias del apóstol Bartolomé en el año 983, donde se conservan hoy.
A simple vista puede parecer una fantasía que en pleno centro de Roma, cerca de la Colina Capitolina, la más pequeña de las Siete Colinas, exista hoy una menuda isla de doscientos setenta metros de largo por sesenta y cinco metros en su parte más ancha. Se asemeja a una gran embarcación de tierra firme, rodeada de construcciones, en medio del río Tíber a quien debe su nombre: isla Tiberina.
Este islote conecta con la capital romana a través de los puentes de Cestio y Fabricio, el primero de los cuales, construido en el año 46 a.C., une su lado sur con el barrio romano de Trastevere, célebre por su carácter bohemio y colorista; el segundo, en cambio, se levanta dieciséis años antes, en el 62 a.C., y es el más antiguo de la ciudad, gracias al que es posible acceder desde la parte norte de la isla a Guetto, el barrio judío. Hay todavía un tercer puente en ruinas, conocido como «el puente roto» o «Emilio».
Roma siempre ha sido una ciudad propicia para las leyendas, una de las cuales surge con motivo de la muerte de Tarquinio el Soberbio, el séptimo y último rey de la Monarquía romana entre 534 y 509 a. C. Su cuerpo, al parecer, se arroja al Tíber y como consecuencia de la acumulación de arena y sedimentos se forma la isla, como por generación espontánea. ¿Realidad o fantasía? Sea como fuere, se dice que los romanos rehúyen el islote por considerarlo un lugar de pésimos augurios. Sólo a los peores criminales se les condena a pasar allí el resto de sus amargos días.
Siguiendo con las leyendas, aunque en este caso exista una base real, se cuenta que en el año 166 d.C. una terrible epidemia de peste se cobra la vida de cinco millones de personas y hace tambalearse los cimientos del Imperio Romano. La «Plaga Antonina», llamada así por el emperador Marco Aurelio Antonino, acaba con el diez por ciento de la población y se convierte sin duda en la peor crisis sanitaria en toda la historia de la Antigua Roma. La pandemia se prolonga durante quince interminables años y, tras numerosos intentos por erradicarla, se decide honrar finalmente la memoria del dios romano de la medicina, Esculapio (Asclepio, en griego), construyendo un templo dedicado a él. En su interior se erige la vara de Esculapio (o báculo de Asclepio, para los griegos) con una serpiente enrollada como símbolo que representa al dios y se asocia con la curación de los enfermos de peste mediante la medicina antigua.
Concluido el templo, la epidemia de peste cesa por completo y se decide entonces dar forma de barco a la isla, para lo cual se alzan muros y se construye una especie de proa y popa en las orillas, levantándose también un obelisco en el centro a modo de mástil. Todavía hoy se aprecian los restos de los muros y una parte del obelisco se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Un papel decisivo
Por su posición estratégica, la isla Tiberina es el lugar idóneo para la defensa de la ciudad. De hecho, en la Edad Media el templo se utiliza como fortaleza y palacio, primero por parte del clan patricio de los Pierleoni, que significa «hijos de Pedro León», y, más tarde, por la noble familia de los Caetani, originaria de Gaeta, que desempeña un papel decisivo en la política de Roma, los Estados Pontificios y el Reino de Nápoles.
Las inundaciones registradas en la fortaleza-palacio convierten a esta con el tiempo en un convento franciscano y en hospital. Hoy, sin ir más lejos, se ubica allí el Hospital de San Juan de Dios, uno de los más renombrados de toda la ciudad. Junto al centro médico se halla la Iglesia de San Juan Calibita, en cuya fachada destaca un fresco que representa el milagro de la Madonna della lampada, según el cual, durante una terrible inundación, la imagen de la Virgen queda sumergida bajo las aguas con su lámpara encendida durante todo el tiempo.
En la isla Tiberina se encuentra hoy la Basílica menor de San Bartolomé en la Isla (San Bartolomeo all’Isola), título cardenalicio instituido por el papa León X el 6 de julio de 1517. Dedicada al principio al obispo san Adalberto de Praga, la llegada allí de las reliquias del apóstol Bartolomé motiva enseguida que se decida finalmente darle el nombre del apóstol de Jesús. Un gran tesoro que muy pocos conocen.
LA BASÍLICA DE BARTOLOMÉ
La fundación de la Basílica de San Bartolomé se remonta al año 998, a instancias de Otón III, el tercer emperador del Sacro Imperio Romano Germánico perteneciente al linaje de los Otones. El principal motivo de su construcción es alojar allí los restos de san Adalberto, martirizado el año anterior mientras evangeliza a las poblaciones paganas en Polonia y, en concreto, a los prusianos en la aldea de Tenkitten, junto al Golfo de Gdansk. Pero el hecho de que Otón III lleve a la isla Tiberina las reliquias de san Bartolomé en el año 983, hace que cambie de planes y dé prioridad a éste sobre san Adalberto.
Como consecuencia de las inundaciones de 1557, la iglesia debe reconstruirse y por eso luce hoy una fachada barroca de dos plantas y un pórtico, tan distinta de la original. La torre que se divisa detrás de ella es la de Caetani.