Sección patrocinada por sección patrocinada

Aniversario

Hitler, 1933: el camino hacia la dictadura

Se cumplen 90 años de la campaña invasiva, persecutoria e intimidatoria que desempeñó el Führer con tal de alcanzar su ansiada «Ley habilitante»

Adolf Hitler
The undated picture shows the German 'Fuehrer" Adolf Hitler. Hitler acquired great personal wealth and a luxurious lifestyle masked from the German public beneath the Nazi dictator's image as an austere leader determined to revive his country, according to a new television documentaryAgencia AP

El 20 de febrero de 1933, 20 días después de haber asumido la cancillería, Adolf Hitler se dirigió a la residencia oficial de Hermann Göring, donde se hallaba reunida una veintena de industriales encabezados por Gustav Krupp, presidente de la Asociación Industrial del Reich. Aquellos magnates estaban encantados de que se les invitara a conocer al nuevo canciller, cuyo camino hacia el poder habían favorecido, y deseaban exponerle su visión económica, proporcionarle sus consejos y enterarse de los planes que tenía.

La animación inicial del encuentro decayó enseguida: Göring, comisario del Reich para el Ministerio del Interior de Prusia, se hizo esperar más de diez minutos y Hitler se demoró otro tanto. Todos estaban bastante quemados y el somero saludo del líder naziy su inmediata toma de la palabra, en un discurso largo y anodino, terminó de disgustarles y desconcertarles. Sólo pudieron entender que a Hitler le interesaba poco la economía y que la supeditada a la política, lo que le preocupaba eran los comunistas, a los que se proponía exterminar (le organizaron una huelga general el 31 de enero, al día siguiente de su nombramiento) y las elecciones, del 5 de marzo, en las que esperaba alcanzar la mayoría absoluta. Hitler dejó claro a los reunidos que «estamos ante las elecciones finales… Cualquiera que sea el resultado, no habrá marcha atrás. De una u otra forma, si estas elecciones no lo decidieran, la decisión se tomará por otros medios».

Hitler saluda a la multitud desde la ventana de la Cancillería del Reich el 30 de enero de 1933.
Hitler saluda a la multitud desde la ventana de la Cancillería del Reich el 30 de enero de 1933.Wikimedia Commons

Finalizado el discurso se despidió rápidamente dejándolos boquiabiertos. Le relevó Göring, que centró el motivo de la reunión: el Partido Nacional Socialista (NSDAP) necesitaba dinero para ganar las elecciones y, sonriendo ladinamente, concluyó: «No se preocupen y sean espléndidos: les prometo un gobierno firme, estable y duradero». Las elecciones el 5 de marzo serán las «últimas en los próximos cinco años; probablemente, incluso, en los próximos cien» («El Tercer Reich», Thomas Childers).

Obsesión: la mayoría absoluta

Göring también se fue sumiéndolos en el desconcierto. Djalmr Schacht, presidente del Reichsbankr, acalló quejas y protestas: el motivo de la convocatoria era que los reunidos financiaran la campaña, que, según sus cuentas, iba a requerir tres millones de marcos, cifra importante incluso para aquellos magnates. Los tres millones de marcos llegaron a las arcas nazis y Hitler recompensó a Schacht, en 1934, con la cartera de Economía. Hitler, de 44 años, era un político con 14 de brega en condiciones muy duras y un curtido candidato electoral que, a partir de 1930, cabalgaba a lomos del éxito: en las generales del 14 de septiembre de 1930 logró el 18,25 de los sufragios: 107 diputados y segunda fuerza parlamentaria. Ganó las de julio de 1932: 37,27 de los votos y 230 escaños, la primera fuerza del Reichstag; y en las de noviembre de 1932 consiguió menos votos –la abstención fue muy alta–, pero con el 33,09% y 196 escaños, siguió siendo la más numerosa. Y hubo, también, presidenciales en las que fue rival del veterano Hindenburg. Ganó este (49,54% en primera vuelta y 53,05% en segunda) pero Hitler fue un duro rival (30,12% y 36,7%) con un apoyo superior al supuesto.

Pero ese pasado le parecía humo. Había convocado las elecciones del 5 de marzo porque las deseaba para satisfacer su vanidad de vencer con mayoría absoluta y, además, las necesitaba para conseguir sus designios de poder omnímodo, pues podría desembarazarse del gobierno de coalición y conseguir que Reichstag aprobase una «Ley habilitante» para gobernar sin el parlamentario durante algunos años o, quizá, para siempre. En suma: terminar con el parlamentarismo, como había preconizado en «Mein Kampf» («Mi lucha»).

A esas elecciones se presentó como un tahúr con las cartas electorales marcadas para que no se le escapase una victoria demoledora. Contando con los decretos arrancados al presidente Hindenburg y con el dinero recabado, desplegó una gigantesca campaña a la caza del voto y de la neutralización de sus rivales. Las SA, las SS y buena parte de la policía (comprada o dominada), cerraron los periódicos o secuestraron sus ediciones, asaltaron o destruyeron sus redacciones, clausuraron las sedes de izquierdas, suspendieron sus mítines o los reventaron, detuvieron a varios candidatos políticos marxistas, espiaron las comunicaciones de la oposición… «Una ola de intimidación y terror se extendió por todo el país. Las pandillas de las SA vagaban por las calles; la policía fue cooptada; los tribunales, paralizados; las normas legales, aventadas; y el significado de la propia ley, diluido» (Thomas Childers).

Pero las elecciones constituyeron un fiasco sorprendente y amargo para Hitler: 17.277.328 votos (46,9 %, 288 asientos en un Reichstag de 647, 44,5%). Su campaña había fracasado y lo más irritante fue que comunistas y socialistas, con parte de sus líderes detenidos o huidos y sin periódicos, habían conservado la fidelidad de sus electores y lograron 200 escaños. Pero, al dominar la Prensa y la radio, hizo creer que había logrado una victoria decisiva y, para cubrir la falsedad, se alió con el Partido Nacional Alemán, sumando entre ambos 51,9 % de los votos y el 52% de los escaños. Puro maquillaje político, ya que iba a terminar de inmediato con la democracia.

Los nazis avanzan

Tras las elecciones, utilizando la derogación de los derechos individuales del 28 de febrero (firmada por el presidente tras el incendio del Reichstag), los nazis desplegaron una actividad fulgurante: suprimieron los sindicatos y detuvieron a sus dirigentes; los diputados comunistas y socialistas que aún quedaban libres fueron encarcelados o se expatriaron. Los funcionarios de los distritos que no pertenecieran o simpatizasen con el NSDAP (Partido Nacional Socialista Obrero Alemán) fueron expulsados y las esvásticas izadas en los mástiles de los edificios oficiales, contando con un funcionario encargado de desplegarlas, recogerlas y conservarlas. Uno de ellos exultaba: «Las nuevas banderas se elevaron en los mástiles, saludadas jubilosamente. En todos los lugares ha sido desechado lo viejo, lo podrido y lo anticuado; en todos los sitios se han impuesto los nuevos poderes» («Holocausto», D. Dwork & R. Jan van Pelt).

Hitler en el NSDAP 'Rallly de Victoria' en Nuremberg, 1933.
Hitler en el NSDAP 'Rallly de Victoria' en Nuremberg, 1933.larazon

Las sedes de los partidos y de muchas asociaciones políticas, culturales, deportivas e, incluso, religiosas, fueron allanadas, confiscados sus archivos e, incluso, sus locales. La maquinaria nazi cobraba vida propia, a veces al margen de las directrices del partido, porque estas se hallaban en «Mein Kampf» y en millares de discursos e instrucciones de Hitler y sus colaboradores. Las protestas elevadas a la presidencia por personalidades distinguidas de la República fueron contraproducentes: Hindenburg se las pasaba a Hitler, que tomaba nota de sus opositores. El canciller sabía dorarle la píldora al presidente.

Una ocasión importante al efecto fueron las ceremonias religiosas del 21 de marzo en Potsdam para celebrar la constitución del nuevo Parlamento. En la capilla de la guarnición, donde se hallaban las tumbas de Federico I y Federico II, se cantó un solemne «Tedeum». Hitler se mostró cortés y respetuoso con el presidente en todo momento y, como final de fiesta, le regaló un desfile de Infantería, seguida por millares de policías, SA y SS. Fue, a la vez, un homenaje y una demostración de poder, argumentos ambos a los que el mariscal era sensible. Ya sólo faltaba un último paso para terminar con los restos de la República, y lo dio Hitler dos días después: el 23 de marzo se reunió el parlamento en la Krolloper, sede provisional del Reichstag tras su incendio y destrucción el 28 de febrero. Aquel jueves, a las 14:05 horas, se abrió la sesión en la que, por medio de amenazas, coacciones y engaños, Hitler consiguió la aprobación de la «Ley habilitante» que le permitiría legislar sin control alguno. Fue el final de la república de Weimar y de la democracia alemana.

Göbbels: la radio es nuestra

Dirigiéndose a un grupo de directores y profesionales nazis de la radio Göbbels dijo: “No vamos a discutirlo: ¡la radio nos pertenece a nosotros y a nadie más! La pondremos al servicio de nuestra idea y ninguna otra idea será expresada a través de ella”. Durante la campaña electoral, Göbbels inundó las ondas de la radio con los discursos de los líderes nazis y monopolizó la programación nocturna. Procuró que Hitler hablara en cada ciudad que tuviera estación de radio y sus discursos alcanzaron a toda la nación. Se colocaron altavoces para que la voz de Hitler se oyera en todas las calles y plazas y reverberara en tiendas restaurantes y bares. Góbbels proporcionaba una introducción dramática a las intervenciones de Hitler, configurando la escena en un tono destinado a “transmitir la atmósfera mágica de nuestras grandes manifestaciones” (Göbbels, “Diarios”, citado por T. Childers, “El tercer Reich”, capítulo 8).