Pasado mítico de España: el caballo que engendró el viento
Desde la España prerromana hasta la de las invasiones germánicas, este animal ha sido ayudante mágico, sea como corcel real, mitológico o alado
Madrid Creada:
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Se suele decir que el más antiguo mito hispano, de origen tartésico, o en todo caso preindoeuropeo, es el de la sucesión de estirpes reales hacia la civilización: el célebre mito de Habis. Aunque ciertamente tiene contactos con las mitologías y leyendas del folklore, en cuanto a la sucesión desde el paleolítico al neolítico, el paso de los cazadores-recolectores a los agricultores, el rey bárbaro frente al rey legislador, en un viejo esquema de superación de antiguos tabúes como el incesto o la violencia estructural. Sin embargo, como ya mostró Bermejo Barrera en su día, hay otro mito antiquísimo que tiene que ver con uno de los animales simbólicos favoritos de nuestros lares y este es el de los veloces potros «hijos del viento» de los lusitanos. Y es que el caballo también es un viejo compañero totémico del mito hispano desde el arte rupestre –Cova dels cavalls, Ribadesella, Santimamiñe, Ekain– hasta la fecunda simbología equina de la diosa de la guerra celta, Epona, que lleva las almas al más allá, y los muchos caballos de la tierra de los vándalos, que han devenido símbolos de la equitación hispana. El caballo es ayudante mágico desde la España prerromana hasta la de las invasiones germánicas, de pueblos, muy ligados al nomadismo a caballo: corceles reales o mitológicos, alados o híbridos abundan en nuestra mitología.
Todo cambiará en el mito primordial con la domesticación del caballo. Si en el arte rupestre desde temprano se convierte en el rey –pero en una etapa previa a la domesticación en la que es objeto de veneración y caza– luego su figura predominará en las leyendas arcaicas que transmite el legado oral del cuento, como símbolo de soberanía o de vuelo sobrenatural, desde los relatos maravillosos al mito del famoso Pegaso sobre el que cabalgará Belerofonte en pos de la Quimera. Lo estudia Vladímir Propp en su fundamental libro «Las raíces históricas del cuento». Entre los dones encantados de la narrativa patrimonial siempre destaca el animal como auxiliar maravilloso que ayuda al héroe en su viaje al mundo extraordinario. En el principio fue el águila, o algún otra ave, símbolo de la aspiración al viaje trascendente a lo alto, cuya función en el mito consiste casi siempre en trasladar al héroe al mundo especial. A partir de cierto momento, seguramente con la domesticación intensiva del caballo –en torno al cuarto milenio a.C. y muy relacionada con la expansión indoeuropea– el ave fue sustituida por este otro ayudante. El caballo penetra en la cultura humana después de los animales del bosque, cuya huella está en los mitos más antiguos. La fusión del ave y el caballo se ve en el mito lusitano que transmite Plinio–entre otros escritores romanos como Varrón o Columela– en su «Historia natural» de que el viento Céfiro, o Favonio, preñaba a las yeguas en la antigua Hispania. Seguramente se relacione con un culto al caballo, que quizás sea también un culto al viento en un monte sagrado o a la veneración al propio monte: en el mito el viento fecundaba a las yeguas lusitanas, cerca de Olisipo, la vieja Lisboa. Era en el Monsanto, bajo los auspicios del Tajo y del Atlántico, cuando las yeguas se giraban hacia poniente para ser fecundadas por el viento del Oeste. Por eso luego varían potros velocísimos que, sin embargo, según el naturalista romano, poco tiempo duraban, pues no podían vivir más de tres o siete años. El viento fecunda y embaraza no sólo animales, sino también plantas, como signo de la edad de oro en las «Metamorfosis» de Ovidio y en otros escritores de la antigüedad.
El viento padre de caballos del mito hispano marca ese momento de fusión entre el ave y el caballo en la sustitución que se da en el folklore de Eurasia del uno por el otro. Pero habrá caballos y caballos… según dónde conduzcan al héroe: los alados, como Pegaso, aparecen en el mundo aéreo, otros en el mundo subterráneo y marino, pues transportan a las almas al más allá, como los de Epona (también está el caballo eslavo que respira fuego, de índole casi infernal, el caballo marino griego, símbolo del dios Poseidón y su relación con los terremotos). En los cuentos rusos o en la saga irlandesa de Fion MacCumhall será importante el color de los caballos para definir su función: caballos blancos, grises, marrones o negros. Con el color mágico de cada uno de los tres tipos de caballos se realizan sus funciones en los mitos, terrestre, aérea o ígnea: el transporte del héroe mítico-folklórico, en fuga hacia delante, a un mundo más allá de la experiencia. El del mito.