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Pensar hoy con los clásicos
Platón, o la vuelta a la corrupción democrática
Su obra ha sido usada por todo tipo de escuelas filosóficas, religiones o ideologías, sirviendo hoy de gran ayuda para debatir sobre ética y gobernanza

Tras un cierto desprecio hacia Platón en la modernidad, con pensadores críticos como Nietzsche y Heidegger, últimamente se recupera cada vez su filosofía. Aunque nunca dejó de estar de moda a lo largo de las edades. Hay quien dijo que la historia intelectual de Occidente oscila entre etapas platónicas y aristotélicas (recuerden el famoso fresco de Rafael con los dos grandes maestros del pensamiento) y, aunque hoy parece mandar el Estagirita, con su aproximación empírica y cientifista, Platón sigue ahí y acaso pronto vuelva a regir. Y es que todos los debates que el filósofo ateniense planteó en su obra están en la base de la historia del pensamiento: es famosa la cita de Whitehead de que toda la filosofía no es sino una serie de notas a pie de página de Platón. Y en cierto modo tiene razón, ya que en Platón se encuentran formulados todos los problemas clave que desde entonces se han convertido en típicos de la filosofía, en ontología, epistemología, antropología, psicología, ética, política o cosmología.
Hace unos años se puso de moda un libro de un psicólogo, Lou Marinoff, que se titulaba «Más Platón y menos Prozac: filosofía para la vida cotidiana», y que venía a reivindicar las lecturas de este y otros filósofos antiguos para afrontar problemas actuales también en lo personal. Ahí se le actualizó de nuevo, pero es obvio que nunca hemos dejado de lado a Platón: ¿Cómo hablar del amor sin él? Es imposible, desde el Renacimiento a esta parte, entenderlo sin el recurso a mitos suyos como el de las dos Afroditas, la escalera del amor o el andrógino. ¿Y su caverna? Toda representación de la realidad, en el sentido utópico o distópico, desde Tomás Moro a Matrix, le debe inspiración.
Otra gran crítica a Platón fue su presunto totalitarismo (que se lee en la interpretación de Popper) de enemigo de la democracia ática. Pero hay que entender que reacciona a un sistema de gobierno notoriamente injusto y fracasado en aspectos importantes en un contexto histórico de crisis. En el fondo la propuesta de Platón era refundar el estado sobre nuevos parámetros morales, dando seguridad a valores compartidos, frente al relativismo de los sofistas y su populismo. Es una receta que no estaba tan mal entonces y no lo estaría ahora, si parafraseamos el libro de Marinoff como «menos populismo y más Platón». En todo debate político hay también dos corrientes, idealista y realista, que alternan como dos caras de esta moneda crucial para nuestro sistema democrático –que encuentra sus bases en las formas de gobierno participativo de la antigüedad– y que aparecen en los diálogos platónicos: el gran Sócrates, el maestro ético y buen ciudadano, y los interesados e interesantes Sofistas, expertos en oratoria empresarial y en el viejo arte de medrar en la cosa pública, pero bastante populistas también.
Una obra enorme
Por eso nos sigue interesando hoy sobremanera, en los tiempos del populismo y de la búsqueda de nueva legitimación democrática lo que se habló hace tantos siglos en esa Atenas tan brillante y que, a la vez, tantos errores cometió. Aquella democracia hermosa, pero a la postre fallida, hizo que Platón emprendiera la reforma del sistema por la reforma del individuo, su educación y su virtud, en la idea de que no hay régimen justo si sus ciudadanos no lo son. Eso es hoy enormemente actual, en la corrupción sistémica de una democracia que nos escandaliza. Hoy nos ayuda especialmente a la hora de debatir sobre ética, gobernanza y buena administración, de engarce entre lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual. Aspirar al Bien con mayúsculas, o más modestamente a un «bien común» en vez de un más prosaico «interés general», es una enseñanza que sigue en el centro de toda discusión sobre cómo gestionar mejor una colectividad sobre criterios éticos. Sócrates y Platón encarnan para el hombre moderno la buena administración y las virtudes individuales, la armonía también en la vida ciudadana y las decisiones que se toman por la familia y por el bien de la comunidad. El problema de Platón es que su obra es tan enorme que ha sido demasiado usada –por no decir a veces manipulada– por todo tipo de escuelas filosóficas, religiones o ideologías posteriores, que han edificado sus cimientos sobre él: pensemos en las apropiaciones o interpretaciones que sufre desde el cristianismo al islam, del comunismo o el fascismo a la democracia actual, todo en pos de utopías diversas que muchas veces devinieron distopías.
Pero Platón es mucho más que el reformador político. Además de un pensador de primera, también fue un grandísimo escritor, protagonista de un cambio histórico de paradigma, pues seguramente se trate del primer gran escritor de la antigüedad que escribe para ser leído en el paso de una sociedad marcada por la oralidad a otra ya regida por parámetros de escritura. Y desde luego que su legado es increíble. La Academia, casi una primera universidad, fue el templo de la sabiduría: aparte de sus diálogos, seguramente destinados a atraer al público culto exterior, las lecciones orales de la Academia cambiaron la historia. La Academia duró casi un milenio, hasta que la cerró Justiniano, y hubo una etapa posterior de influencia neoplatónica que no acaba nunca y tiene ramificaciones cristianas, islámicas, judías… En fin, que el retorno de Platón es eterno.
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