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Historia

Así fueron las últimas horas en el búnker de Hitler: borracheras, ratas y asesinatos

►Se traduce al español el relato del oficial Gerhard Boldt, quien vivió junto a un Führer adicto y envejecido el ocaso del Tercer Reich

Imagen de julio de 1947 de la entrada trasera del Führerbunker, donde fueron quemados los cuerpos de Hitler y Eva Braun
Imagen de julio de 1947 de la entrada trasera del Führerbunker, donde fueron quemados los cuerpos de Hitler y Eva BraunArchivo

Gerhard Boldt era un nazi. Tuvo la mala suerte, fortuna para otros, de pasar con el Führer los últimos días del Tercer Reich. Vivió la locura y el ridículo de la vida en el búnker berlinés y escapó justo antes del estertor. Fue capturado por los británicos y no por los soviéticos. Comenzó a escribir en el presidio sus impresiones. No quería olvidar ningún gesto ni una palabra, ni el olor a cerrado y derrota. En la prisión rellenó cuadernos como terapia. En 1947 su libro fue publicado en Alemania como testimonio histórico, no como apología del nacionalsocialismo. Ahora aparece por fin en español como documento breve de lo que pasó en el agujero con aquel tipo que quiso poner el mundo a sus pies. «En el búnker con Hitler» es la visión real de los últimos días de Hitler y el derrumbe absoluto del Tercer Reich.

Boldt nació en 1918. Inició su carrera militar en la campaña de Francia, especialmente cerca de la Línea Maginot, entre Sedán y Montmedy. Luego fue destinado al Frente Oriental a luchar contra los soviéticos en la 58ª División de Infantería. Fue herido cinco veces en las campañas rusas y recibió la Cruz de Caballero. Marchó al frente húngaro y volvió a Berlín para incorporarse al Estado Mayor de Inteligencia Militar de Reinhard Gehlen. En los meses finales de la guerra fue enviado al Führerbunker.

En febrero de 1945, Boldt acudió a la Cancillería, en Wilhelmsplatz, Berlín. El lugar, que en otro tiempo era brillante y vivo, centro del poder del Tercer Reich, estaba desolado. La Cancillería aún tenía dos entradas. La gente del partido entraba por la izquierda; y por la derecha, los miembros de las fuerzas armadas. Dentro, la seguridad era extrema. Temían un nuevo intento de asesinato de Hitler. Antes de entrar, los oficiales debían despojarse de sus armas, y sus maletines eran examinados minuciosamente por miembros de las SS. Allí, Boldt asistió a las reuniones entre el Führer y sus generales, hasta pocos días antes del suicidio del dictador.

Hitler aparece en el libro de Boldt como un adicto a los estupefacientes, envejecido, encorvado, arrastrando los pies y aislado de la terrible realidad. Solo salió una vez del búnker. Fue para saludar a los niños de las Juventudes Hitlerianas. Boldt destaca su mal genio, las salidas de tono y la conducción demencial de la guerra. El dictador temblaba con la mirada perdida, gritando y dando órdenes siempre equivocadas, inútiles. Quería resistir hasta el último hombre, mientras que la mayoría, cuenta Boldt, deseaba terminar aquella pesadilla cuanto antes. Hitler negaba la realidad. Cuando los generales Guderian y Gehlen le comunicaban las derrotas, rechazaba la información. Creía que su instinto lo guiaba.

Boldt confiesa que Hitler se creía un héroe de una ópera de Wagner buscando arrastrar a los alemanes al ocaso de los dioses de su Reich «milenario». Pero no eran «dioses», escribe Boldt, sino criminales. Martin Bormann aparece descrito como un hombre astuto y frío que ejercía una influencia decisiva sobre Hitler. Era tan odiado como temido. Hermann Goering, número dos del régimen, conspiraba contra Hitler. Su prestigio había sufrido mucho por el fracaso de la Luftwaffe. Boldt cuenta que, de forma ridícula, desplegaba su inmensa figura sobre el escritorio para que nadie más viera los mapas. Otro criminal, Ernst Kaltenbrunner, medía casi dos metros y tenía un aspecto brutal. Controlaba la Gestapo y la Policía Criminal. Solo era un títere de Bormann contra Himmler.

Heinrich Himmler se muestra como el siniestro jefe de la seguridad del Reich y, al tiempo, un traidor que conspiraba con los aliados a través del conde Folke Bernadotte. Himmler buscaba una capitulación con los aliados occidentales contra los rusos. Hitler lo relevó, pero ya era tarde. En el libro hay más criminales. Por ejemplo, Boldt retrata a Fegelein, general de las Waffen-SS, casado con una hermana de Eva Braun. Era un arrogante insolente al que apoda «Flegelein» (patán). El tipo intentó desertar, pero le pillaron. Fue fusilado en el patio de la Cancillería del Reich.

Locura criminal

El 16 de abril de 1945 comenzó la batalla del Óder, el último acto del drama. Berlín estaba bajo asedio soviético. La esperanza alemana residía en que los estadounidenses llegaran primero. Goebbels difundió la mentira de que el general alemán Wenck venía con un ejército para liberar la ciudad. No llegó nunca, pero tampoco habría valido porque comandaba solo tres divisiones mal equipadas, con un 90% de cadetes de 17 o 18 años sin experiencia bélica.

Unos días después, cuenta Boldt, Hitler reunió a los representantes del Partido, el Estado y el Ejército. Confesó haber sido derrotado, y habló de pegarse un tiro. El 24 de abril la caída de la ciudad era inminente. En su locura criminal, Hitler ordenó abrir las esclusas del río Spree para inundar los túneles del metro al sur de la Cancillería, donde se guarecían miles de heridos alemanes, para evitar que los rusos usaran esas vías.

El 26 de abril llegó al búnker un mensaje de Goering. Basándose en un decreto de 1939 que lo designaba sucesor si Hitler perdía su libertad personal, Goering asumía el mando antes de la medianoche, a menos que recibiera notificación en contra. Hitler reaccionó con furia, considerando el telegrama una «pérdida de fe inaudita». Ordenó el arresto inmediato de Goering y emitió una orden secreta para que fuera asesinado si él no sobrevivía. El 27 de abril Boldt se enteró de que Hitler se había casado la noche anterior con Eva Braun. En la noche del 28 al 29 de abril, Boldt fue testigo de una escena de borrachera y desesperación entre los dirigentes nazis. Todo estaba perdido y decidieron huir como pudieran. El 29 de abril, Hitler rechazó salir de allí con la guarnición.

Boldt y Von Loringhoven decidieron sobrevivir, y contaron a Hitler un plan descabellado: salir para establecer contacto con el Ejército de Wenck. El Führer aprobó la idea y les dio salvoconductos. Partieron a la 1:30 de la tarde del 29 de abril. Un día después, Hitler y Eva Braun se suicidaron. La huida de Boldt se desarrolló a través de un Berlín destruido, con civiles y soldados desesperados. Atravesaron las líneas soviéticas y el 3 de mayo se enteraron de la muerte de Hitler. Fingieron ser trabajadores franceses y esquivaron a los rusos. Boldt continuó su marcha hacia el norte y, el 19 de mayo, logró llegar a su hogar en Lübeck. Poco después fue apresado por los británicos y escribió su historia.

Películas, memes y montajes

El testimonio de Boldt ha sido clave para dos películas inolvidables: «Hitler: Los últimos diez días» (1973), de Ennio De Concini, protagonizada por Alec Guinness, y para la cual Boldt, que murió en mayo de 1981, fue coguionista, y la aclamada película alemana «El hundimiento» (2004), dirigida por Oliver Hirschbiegel y protagonizada por Bruno Ganz en el papel del dictador. De esta última se ha sacado la famosa escena de un Hitler desesperado en el búnker, con sus generales inquietos, alrededor de una mesa, gritando, quitándose las manos con una mano agarrotada, utilizada en muchos memes y montajes.