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Ramón Acín, una vida silenciada

Fue una de las personalidades más fascinantes de la España de comienzos del siglo XX, figura poliédrica de inquietudes múltiples que le llevaron a destacar como dibujante, pintor, escultor, pedagogo, profesor y, al mismo tiempo, como activista anarco sindicalista
Retrato de Ramón Acín
Retrato de Ramón AcínHistoria de Iberia Vieja
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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En los últimos días de julio de 1936, España entera comenzaba a mancharse de sangre de un extremo a otro. Pero la violencia no se ejercía sólo contra las personas, también el patrimonio artístico y cultural sufrió en aquellos aciagos días los demoledores efectos de la sinrazón, la incultura y el fanatismo. Antes de que acabara aquel fatídico mes, la localidad oscense de Jaca fue protagonista de uno de estos atentados contra el patrimonio. Las víctimas: varios relieves en escayola destinados a servir de molde para la fundición en bronce de un conjunto escultórico diseñado por el artista, pedagogo y periodista Ramón Acín Aquilué.
La obra, futuro monumento que debía recordar y homenajear a los capitanes Galán y García Hernández, protagonistas de la llamada sublevación de Jaca (1930), fue hecha añicos por un grupo de falangistas que se ensañaron a fondo con los relieves, destruyéndolos a martillazos. El propio Acín, que además de artista sobresaliente era un des- tacado activista anarco-sindicalista, había participado también en los preparativos de la fallida sublevación: doble motivo para que los falangistas decidieran destruir la obra. Visto con la perspectiva que da el paso del tiempo, hoy es imposible no interpretar la aniquilación del monumento como una siniestra premonición de lo que iba a sucederle al artista y libertario oscense, que perdería la vida apenas unos días más tarde, cuando otro grupo de falangistas –quizá alguno de ellos había participado también en la destrucción
de su obra–, le acribilló a balazos junto a la tapia del cementerio de Huesca.
Cuarenta y siete años antes de aquella trágica noche, Ramón Acín había nacido en esa misma ciudad que le vio morir, en el seno de una familia de clase media, de padre ingeniero y madre maestra. Desde muy niño sintió inquietud por las artes, y antes incluso de cursar los estudios de la escuela secundaria, con diez años, comenzó a tomar clases de dibujo y pintura bajo la tutela del pintor oscense Félix Lafuente Tobeñas, quien influiría en su concepción del arte –lejos de rígidos academicismos–, pero también en su forma de entender la pedagogía, otra de las materias en las que Acín destacaría años después.
Poco después llegaron los estudios “serios”, y el joven Ramón tuvo que abandonar lápices y pinceles para estudiar en el instituto y más tarde en la Universidad de Zaragoza, donde se matriculó en Ciencias Químicas. Sin embargo, su pasión seguía siendo el arte, así que un año después de haber iniciado la licenciatura, en 1908, decidió viajar a Madrid para opositar a un puesto como delineante de obras públicas. No consiguió ser elegido, de modo que decidió regresar a su ciudad natal. Una vez de vuelta en casa, Acín tomó la determinación de dedicar su vida al arte. Y así fue, excepto por una salvedad: su pasión artística se vería acompañada siempre por otras actividades que también agitarían su mente: el activis- mo político y social desde una posición de izquierdas, el periodismo y la pedagogía.
Tras su regreso a Huesca desde la capital de España, Ramón continua con sus clases de arte junto a su maestro Félix Lafuente, y no tarda en demostrar sus cualidades artísticas. Tanto es así, que poco después, en 1912, comienza a colaborar con la prensa regional realizando viñetas humorísticas –otra faceta en la que destacaría a lo largo de toda su carrera–, y más tarde en otros medios de comunicación de carácter progresista, en los que realizó ilustraciones mucho más comprometidas políticamente. Al cumplir los 25 años, Ramón tomó la decisión de trasladarse a Barcelona con la intención de viajar más adelante a París, un destino soñado por todo artista de la época.
Mientras llegaba ese día, el oscense continuó trabajando en sus dos intereses principales. Así, en la Ciudad Condal fundó la revista La Ira –con el elocuente subtítulo de ‘Órgano de expresión del asco y de la cólera del pueblo’– junto a sus amigos Ángel Samblancat y Federico Urales, en cuyas páginas publicó viñetas, pero también ilustraciones y textos de contenido muy crítico. Uno de estos artículos, titulado “Id vosotros”, arremetía duramente contra la clase política a raíz de la Guerra del Rif y criticaba sin ambages la venta de “bulas” que permitía a los jóvenes ricos evitar el campo de batalla y reducir su servicio militar a unos pocos meses.
La Ira tuvo una vida muy corta, pues los contenidos del segundo número –dedicado a recordar la “Semana Trágica” y a atacar con dureza al clero– causaron tal revuelo que la publicación fue clausurada y sus miembros –Acín entre ellos– en- carcelados. Así recordaba el propio Acín aquellos días en un texto no exento de cierto humor publicado por El Diario de Huesca: “El primer número cayó como una bomba; Francos Rodríguez, gobernador de Barcelona a la sazón, dudando si llevarnos al manicomio o a la cárcel, son palabras suyas, nos dejó en libertad. Al segundo optaron, sin dudar, por llevarnos a la cárcel; si sale el tercer número, ya en prensa, ¡pum, pum, pum!, nos fusilan, con trinos de dulces pajaritos, en mitad de la Rambla de las Flores. Desde luego un bello morir, mas mejor es poderlo contar”.
Un año después de aquel incidente, Ramón recibió una buena noticia: la Diputación de Huesca había decidido becarle para que continuara con sus estudios de arte, y gracias a esta ayuda pudo viajar a Madrid, Toledo y Granada, ciudades en las que residió durante los años 1914 y 1915. En su primera etapa artística, Acín había mostrado una clara querencia por los temas regionalistas, con predominio de personajes y paisajes urbanos y naturales, en especial de su amada provincia de Huesca. Este periodo tocó a su fin coincidiendo con su estancia en la ciudad de la Alhambra, época en la que pintó el lienzo ‘Granada vista desde el Generalife’.
A partir de ese momento se fue alejando del academicismo imperante, y comenzó a mostrar algunas características señaladas, como pinceladas empastadas y un cierto toque que podría calificarse de expresionista. Algunos años después, en la década de los 20, y tras varias ex- posiciones en lugares como Zaragoza, el aragonés sumaría a su estilo algunos rasgos tomados de distintas vanguardias del momento: neocubismo, futurismo e incluso temas vinculados con el surrealismo.
En 1926 se produce otro suceso impor- tante en su vida y su carrera. Ese año Acín viaja a París, donde durante varios meses (de junio a septiembre) se empapa de las distintas corrientes de vanguardia de aquel momento. Allí se reúne a menudo en el café La Rotonde con otros artistas e intelectuales, entre ellos varios españoles, como el turolense Luis Buñuel, con quien le uniría una buena amistad y con quien termina- ría colaborando poco tiempo después.
De hecho, en 1928 Acín tuvo la suerte de ser uno de los agraciados del premio de la lotería de Navidad, y con parte de aquella ganancia se animó a financiar una de las películas documentales de su apreciado amigo Buñuel, Las Hurdes: Tierra sin pan. A finales de esa década comenzó a experimentar con materiales “pobres” –siempre dijo que prefería estos a los “nobles”, como la plata o el oro–, creando es- culturas mediante chapas de hierro, dando forma a obras con materiales que doblaba y recortaba, como sus célebres ‘Pajaritas’, una de las cuales ocuparía un lugar privilegiado en uno de los parques de su Huesca natal. En diciembre de 1929 se produjo otro hecho destacado de su trayectoria artística, al inaugurar su primera exposición individual, que tuvo lugar en las Galerías Dalmau de Barcelona, donde se mostraron al público un total de sesenta obras.
Al mismo tiempo que evoluciona en el terreno artístico, Acín no deja nunca de lado su faceta comprometida, siempre vinculada a movimientos sindicales y en defensa de las clases más desfavorecidas. En 1930 se produce el levantamiento de Jaca y Acín jugó un papel importante en aquel episodio, pues el oscense estaba encargado de movilizar una huelga obrera en el caso de que la sublevación resultara exitosa. Tras el fracaso de la sublevación –que se saldó con la ejecución de los capitanes Galán y García Hernández–, Acín se vio obligado a exiliarse a Francia por temor a las represalias, y no regresó a España hasta el advenimiento de la Segunda República. En París compartiría residencia durante cuatro meses con otros exiliados españoles, entre los que se contaban Indalecio Prieto o el general Queipo de Llano, quien poco antes había protagonizado la Cuartelada de Cuatro Vientos.
En aquellos años tampoco cesaron sus escritos políticos en publicaciones libertarias y periodísticas, que en ocasiones le llevaron de nuevo a prisión (por ejemplo en el año 1933), y cuando en julio de 1936 se produjo el intento de golpe de Estado, él fue uno de los militantes de izquierdas que acudieron al gobierno civil de Huesca para reclamar armas con las que defender a la República. El gobernador convenció a aquel grupo de que la defensa no era necesaria y los animó a que regresaran a sus casas... Al día siguiente Huesca estaba en manos de los sublevados.
Para entonces, Ramón Acín era considerado ya por las fuerzas reaccionarias como uno de los “elementos” subversivos más peligrosos de la ciudad, así que el artista se vio obligado a ocultarse durante varios días en un escondite en su propia casa. Todo acabó el 6 de agosto de ese año, cuando tras varios días soportando escondido mientras escuchaba los golpes que los falangistas propinaban a su mujer, decidió entregarse para salvarla.
Esa misma noche, un pelotón fascista le arrebataba la vida en las tapias del cementerio de Huesca. Su certificado de defunción, en un cínico eufemismo, señalaba que el deceso se había producido “sobre las once de la noche en refriega habida por motivo de la Guerra Civil”. Días más tarde su mujer, Conchita Monrás, seguía su mismo destino. Tras la muerte de ambos, la ingente obra de Acín –miles de dibujos, pinturas, esculturas e infinidad de escritos– cayó en el olvido, y no fue hasta la llegada de la democracia cuando estudiosos e historiadores del arte comenzaron a recuperar su figura.

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