Trasmoz, el pueblo excomulgado y maldito
No solo un episodio, sino dos marcaron la fama de esta localidad del Moncayo que ganó fama durante siglos como lugar de brujas, fantasmas, infieles y rituales inquietantes
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Trasmoz está situado en la falda del Moncayo. A lo largo de la historia, dos conflictos vecinales han convertido a este pueblo en maldito. El primero tuvo lugar en 1255 y el motivo fue tan prosaico como la leña. El abad del Monasterio de Verneda, de la Orden del Cister, Andrés de Tudela, cansado de las discusiones con los habitantes del lugar sobre la cantidad de madera que podían cortar en el Monte de la Mata, decidió excomulgar a todo el pueblo y al pueblo en sí mismo. Con lo cual les quitó la posibilidad de salvación divina. Puede decirse que Andrés de Tudela los expulsó del Reino de los Cielos.
Pero los conflictos no terminaron aquí. En 1511 se produjo uno nuevo. Los monjes del Monasterio estaban bastante hartos de la falta de sumisión y respeto a las órdenes que ellos dictaban. Por si esto no fuera poco, el señor de Trasmoz, Pedro Manuel Ximénez de Urrea (1485-1524), tenía un litigio con los monjes por el desvío de unas aguas para abastecer al pueblo. El señor de Trasmoz era hermano del conde de Aranza y su familia tenía un peso específico en aquella comarca. Para zanjar el conflicto, decidieron ir a las Cortes de Aragón. Le dieron la razón al señor de Trasmoz.
El abad no se quedó con las manos cruzadas. En 1512 celebró una misa en la que cubrió con un velo negro el crucifijo y maldijo al pueblo mientras cantaba el salmo 108 de la Biblia. En ese salmo, Dios maldice a su enemigos. El canto del abad fue acompañado de contundentes toques de campana y los vecinos oyeron perfectamente el aviso. Esa noche Trasmoz se convirtió también en un pueblo maldito. Con lo cual tenemos al único de España que, aun hoy en día, está excomulgado y maldecido. La localidad fue abandonada por los vecinos e incluso el señor de Trasmoz dejó el castillo. Y quedó a su suerte durante muchos años.
A partir de ese momento la leyenda y la realidad se mezclan. Se cuenta que en las ruinas del castillo se reúnen brujas para realizar sus aquelarres. También se dice que ahí habitó una famosa hechicera llamada La Galga o Tía Casca. Pasaron los años y los siglos. Nos encontramos en 1863. En el Monasterio de Veruela se instala el escritor Gustavo Adolfo Bécquer. Enfermo de tuberculosis, eligió ese lugar tranquilo, apartado del mundanal ruido y con un clima propicio para curar su enfermedad. Una vez ahí, tuvo la ocasión de conocer los hechos que anteriormente se han narrado. Bécquer no perdió la oportunidad de escribir sobre Trasmoz. Se había comprometido con el diario «El Contemporáneo» para enviar una serie de cartas que, con el título «Desde mi celda», se publicaron en el periódico entre mayo y octubre de 1864. Ocho de ellas fueron escritas en el Monasterio y una en Madrid. En una no pierde la oportunidad de hablar sobre las brujas existentes en el pueblo: «Desde tiempo inmemorial, es artículo de fe entre las gentes del Somontano que Trasmoz es la corte y punto de cita de las brujas más importantes de la comarca. Su castillo, como los tradicionales campos de Barahona y el valle famoso de Zugarramurdi, pertenece a la categoría de conventículo de primer orden y lugar clásico para las grandes fiestas nocturnas de las amazonas de escobón, los sapos con collareta y toda la abigarrada servidumbre del macho cabrío, su ídolo y jefe. Acerca de la fundación de este castillo, cuyas colosales ruinas, cuyas torres oscuras y dentelladas, patios sombríos y profundos fosos, parecen, en efecto digna escena de tan diabólicos personajes, se refiere una tradición muy antigua. Parece que en tiempo de los moros, época que para nuestros campesinos corresponde a las edades mitológicas y fabulosas de la Historia, pasó el rey por las cercanías del sitio en que ahora se halla Trasmoz; y viendo con maravilla un punto como aquél, donde gracias a la altura, las rápidas pendientes y los cortes a plomo de la roca, podía el hombre, ayudado de la Naturaleza, hacer un lugar fuerte e inexpugnable, de grande utilidad por encontrarse próximo a la raya fronteriza».
Bécquer va describiendo a lo largo de las cartas aquello que vio o le contaron de Trasmoz y sus alrededores. Desde la lapidación y espeluznante muerte de la Tía Casca, acusada de brujería, hasta el relato fantasmagórico de la construcción del castillo en una sola noche. El pueblo vive, hoy en día, con tranquilidad y explotando turísticamente los hecho que en el pasado ahí supuestamente ocurrieron.