Jorge Juan, el Leonardo español
El gran humanista, ingeniero naval y científico sigue siendo un desconocido para los españoles a los 300 años de su nacimiento
En EE UU, un tipo como Jorge Juan (Novelda, 1713 - Madrid, 1773) tendría varias películas rodadas por Howard Hawks o John Ford, y en Inglaterra probablemente le habrían puesto una estatua como la de Nelson en Trafalgar Square. En España tendemos a olvidar a nuestros grandes hombres. A los 300 años del nacimiento de Jorge Juan, que se cumplen mañana, no hay celebraciones ni fastos a la vista –con excepción del Museo Naval, que ha recordado la efeméride con talleres infantiles estos días en torno a su figura, y de algunos homenajes en su Novelda natal– y el común de los españoles apenas sabe de él que una calle de Madrid lleva su nombre. Pero hablamos de un humanista que participó en una importante expedición científica, un espía valiosísimo para los intereses españoles y uno de los ingenieros navales que más han hecho por la navegación.
«Era un hombre más del Renacimiento que de la Ilustración, por todos sus amplios conocimientos», recuerda el asesor del Instituto de Historia y Cultura Naval Mariano Juan y Ferragut –que compartan apellido es pura coincidencia–. El capitán de navío retirado achaca a «nuestro desdén, a nuestro pasotismo» que Jorge Juan no sea profeta en su tierra.
Miembro de la Orden de Malta, recibió muy joven los hábitos de San Juan de Jerusalén, lo que le llevó a permanecer célibe toda su vida. Tenía 21 años cuando, junto a otro guardiamarina, Antonio de Ulloa, fue enviado por Felipe V para formar parte de la expedición francesa que debía medir un grado del arco del meridiano terrestre. Pero una vez allí, entre medición y medición, el rey de Perú les requirió en varias ocasiones para mejorar sus defensas frente a las incursiones británicas del almirante Anson. Fueron 11 años en los que Jorge Juan, que pasaba a papel todas sus experiencias, dio cuenta de las injusticias y corrupciones de los gobiernos del Nuevo Mundo en sus «Noticias secretas de América» que, cómo no, no se publicaron en España hasta comienzos del siglo XX.
Cuando el marino volvió, lo hizo convertido en un personaje europeo: «Entonces todavía había una polémica sobre si la tierra era achatada por los polos o redonda. Era un problema, y quedó demostrado científicamente que la tierra estaba achatada. Se le dio mucha importancia en toda Europa», recuerda Juan y Ferragut. Pero, mientras en París es recibido calurosamente y nombrado académico correspondiente de las Ciencias, en Madrid lo esperaba una bienvenida mucho más distante: Felipe V estaba a punto de morir, y a nadie parecía importarle su logro. Juan incluso pensó en abandonar la Armada. «Providencialmente, le presentan entonces al Marqués de la Ensenada, quien ve que Jorge Juan es la persona que está buscando para llevar a cabo su política naval. Ensenada fue el primer estadista con visión de Estado en nuestro país: pretendió elevar a España a la altura de las naciones europeas más avanzadas de la época», asegura Juan y Ferragut.
Mil misiones
Frente al «que inventen ellos», el político se encuentra con «una figura de solidez científica, lo asciende a capitán de fragata y lo manda a Londres en misión de espionaje». Felipe V ha muerto, España, con Fernando VI, vive un periodo de paz con Inglaterra que Jorge Juan, un aparente viajero en Londres, aprovecha para copiar los sistemas de construcción naval y otros mil detalles de los ingleses. «La cantidad de misiones que le encargan es apabullante: básicamente, tenía que hacer un espionaje industrial de cómo se fabricaban los barcos ingleses y después contratar técnicos ingleses y traérselos a España», recuerda el experto. Sobornó embajadores y vigilantes para acceder a los arsenales, escondió técnicos en barcos de mercancías –envió unos 80 a España–, contactó con los principales constructores de navíos y tomó buena nota de qué factores destacaban en los ágiles y gobernables barcos del imperio británico, más ligeros, gracias a una batería suprimida, y con velas y jarcias de mejor calidad. Volvió a España con nuevas técnicas en fundición de cañones y cronómetros exactos, fundamentales para averiguar la longitud en la navegación. De todo informó mediante claves secretas hasta que una mujer despechada lo delató y tuvo que salir de allí como alma que lleva el diablo, disfrazado de marinero y, esta vez sí, con Madrid a sus pies.
Arsenales modernos
Fue un año y medio fructífero: con los conocimientos adquiridos, fundó los astilleros de Ferrol, Cádiz, Cartagena y La Habana, que funcionaban con modernas técnicas basadas en la idea de las líneas de agua, casi cadenas de montaje homogéneas que sustituyen a la construcción artesanal. «Implanta un sistema que mejora al inglés; los ingleses cuando lo ven lo copian a su vez cuando apresan barcos españoles», recuerda Juan y Ferragut. Y funcionó: «El siglo XVIII fue un tiempo de guerra, y todas navales: la de los siete años, la independencia de EE UU, en la que interviene la Armada española... Ingaterra en aquella ocasión nos tuvo que entregar Mahón y perdió las colonias. Hay muchos combates: siempre nos fijamos en Trafalgar, pero si España supo mantener el imperio ultramarino durante tantos siglos, quiere decir que no todas las batallas que perdimos fueron tan decisivas; alguna vez ganaríamos nosotros», reflexiona Juan y Ferragut, quien menciona las victorias de Blas de Lezo o las veces que Nelson tuvo que huir con sus naves, aunque de eso se hable poco en la Historia más conocida. «La marina española subió tanto que al final una conjura británica hizo caer a Ensenada e Inglaterra respiró».
¿Y qué queda de su legado hoy en día? «Ferrol fue el mejor arsenal de Europa de su tiempo. Uno de los legados que nos ha dejado Jorge Juan es que Ferrol sigue funcionando», explica el especialista en el marino. Eso, y su tratado clave: el «Examen marítimo», publicado casi al final de su vida, tras dos décadas de trabajo. «Quizá es su obra cumbre, dos volúmenes en los que con fórmulas matemáticas habla de las líneas de agua, de resistencia, de las voladuras... Es un libro que ha sido básico para la construcción naval». Sin olvidar los observatorios astronómicos de Cádiz y Madrid, que fundó. «No se sabe de dónde, pero sacaba tiempo para todo». Así hasta que, en 1783, cansado y enfermo, escribe una carta a Carlos III, su testamento político según opinan muchos estudiosos. Una carta amarga en la que advierte al monarca de que los diseños de navíos a imagen y semejanza de los pesados buques franceses, que se estaban imponiendo a los que él había traído años atrás de Londres, fracasarán: «Algunos ven que se anticipa en casi 30 años a Trafalgar», subraya Juan y Ferragut.
El viaje que demostró la forma de la Tierra
La Tierra, quedó claro, no era redonda. Al menos, no estrictamente hablando, sino achatada por los polos. La expedición francesa para la medición del arco del meridiano terrestre en el Ecuador (en la imagen, la carta del tramo medido), en la que Jorge Juan tomó parte, fue clave: sus resultados comparados con otra medición en Laponia, demostraron, gracias a triangulaciones, el abombamiento de nuestro planeta, que acarreó no poca polémica: «El primer problema de Jorge Juan, fue con la Inquisición», recuerda Juan y Ferragut. El marino tuvo que ceder y en sus escritos lo propuso como hipótesis.
El detalle
CLAVE HASTA EL FINAL
La caída del marqués de la Ensenada significó el comienzo del fin en la vida pública de Jorge Juan –en la imagen, en uno de los últimos billetes de 10.000 pesetas–, pese a que aún se le encargaron importantes misiones y trabajos científicos. Así, firmó el primer tratado hispano-marroquí, muy ventajoso para los intereses españoles, y en las minas de Almadén mejoró los sistemas de ventilación y los de extracción del mercurio, imprescindible para obtener la plata.