José Ovejero: «La historia de cualquier sitio habitado es una acumulación de violencias»
En «Vibración» hilvana recuerdos y pérdidas aparentemente inconexos y que se condensan en la historia de un país
Madrid Creada:
Última actualización:
La vibración es una extensión del cuerpo humano, una quinta extremidad. Nos agitamos por el frío, para ahuyentar el calor. Vibramos en el vagón del tren, cuando escuchamos música. Es una sensación tan humana como el paso del tiempo, y por ello José Ovejero los conecta. En «Vibración» (Galaxia Gutenberg) hilvana pasado y presente, deseos y pérdidas, enfrentamientos y violencias que se transmiten de generación en generación. ¿Qué conecta un campo de prisioneros con el incendio de una casa deshabitada? Recuerdos, desasosiego, olvido, una necrópolis en el fondo de un pantano y urbanizaciones sin acabar se reúnen en un libro que utiliza el misterio como trampa y atractivo. Lo que al comienzo parecen relatos inconexos se condensan en la vibrante y dispar historia de un país.
¿Plantea el libro como una máquina del tiempo?
Me gusta esa definición. La novela va saltando de un momento a otro, en un lugar reconocible, en la Siberia extremeña, y que se usa como una metáfora de algo más amplio. También quise reflejar que la historia de cualquier sitio habitado es una acumulación de violencias.
¿Por qué esa zona concreta?
Si yo no hubiese empezado a ir a esa zona por razones personales desde hace años, la novela no existiría. Es un lugar reconocible: hay una central nuclear que nunca llegó a funcionar, un pantano, una necrópolis sumergida en él, un dolmen del tercer milenio a.C.... Se sitúa en el entorno de Valdecaballeros y Castilblanco, y es una zona donde parece que no pasa nada. Entonces me interesaba ver qué ha pasado que no veamos, qué queda en el aire, los ecos
De alguna manera retrata a una España vacía y explotada para sacar materias primas.
Fue surgiendo. Me iba dando cuenta de que estaba hablando de lo que llamo hoy la España saqueada. Esa que nos da las materias primas, el alimento, los metales, la energía, pero que nunca se beneficia de ello. Son regiones que siempre han sido castigadas, como si no existiesen en la historia de España.
¿Es ese castigo una forma de violencia?
Sí. No es una violencia física, pero hacer a la gente pasar hambre, mantenerla en condiciones de miseria, son formas de violencia social. La literatura se ocupa mucho de esas zonas, los márgenes son interesantes a nivel social. Lo que pasa es que da la impresión de que se están volviendo invisibles.
El debate social se focaliza en lo urbano, ¿se está derivando a otras zonas?
Ya no vemos el progreso como hace 20 o 30 años, cuando se pensaba que solo se daba en las ciudades, y por eso hemos dejado de interesarnos tanto por el supuesto dinamismo de lo urbano. Hay muchos escritores que han vuelto la mirada al campo, y la pandemia puede haberlo intensificado pero es algo que viene de antes.
¿Su libro es un retrato social?
Sí. No hay una tesis, nada que quiera demostrar. Es una búsqueda literaria estética que revela la realidad. Descubro lo que no vemos normalmente, son imágenes que pueden mostrar la complejidad de la realidad, relámpago, y quien me lee debe encargarse de unir esos fogonazos.
Los tractores han dejado el campo para protestar en las ciudades. ¿Qué opina?
Nos dirigimos donde se encuentra el poder, y no suele estar en los pueblos. Esta novela llama la atención sobre esos otros lugares que nos importan, que olvidamos y dejamos de lado. Es en el campo donde suceden cosas que nos interesan. Imagina que no pudiésemos continuar, y lo digo de forma brutal, «saqueándolos». Que no pudiésemos seguir convirtiéndolos en vertederos de industria y de extracción. Nuestra sociedad se descompondría, no podría vivir sin ellos.
¿Vivimos distraídos?
La conexión entre el producto y la producción existe, pero no somos conscientes de ella. Si lo fuésemos, estaríamos aterrados. No queremos ser conscientes de qué significa nuestra forma de vida, y no está mal de vez en cuando saber qué nos permite vivir.
¿Es el campo antídoto del adoctrinamiento o del engaño?
Sí, pero dime una época en la que no hayamos vivido engañados. Siempre hay discursos para ocultar la realidad, para justificar el privilegio. Hace un siglo, el discurso religioso empañaba lo que sucedía, el discurso de la salvación era un antídoto para la perdición cotidiana. Las formas cambian, pero hay un fondo que se mantiene.
¿Y cuál es la forma de evitarlo?
Solo soy un escritor, no puedo resolver los males de la sociedad. La novela no tiene esa función. La literatura sí que nos vuelve más conscientes de quiénes somos. Sin conocimiento no hay transformación, y sin hacernos sentir incómodos tampoco. En la comodidad no avanzamos.
¿Dónde hay mayor misterio, en lo fantasmagórico del pasado o en lo que está por venir?
Me interesa el presente, pero para entenderlo necesito saber más del pasado. El futuro es una proyección, la manifestación de un deseo, por eso las grandes ideologías de futuro me interesan muy poco.