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Juan Carlos Chirinos: «Mi deseo como venezolano es que no lleguemos a una Guerra Civil»

El escritor ha publicado un ensayo en el que explica la situación que vive su país, abocado al suicidio, según él dice, basado en sus experiencias personales y en el consejo de Montaigne
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El escritor ha publicado un ensayo en el que explica la situación que vive su país, abocado al suicidio, según él dice, basado en sus experiencias personales y en el consejo de Montaigne.
Siempre dije que Juan Carlos Chirinos era un cuentista incomparable. Y lo es. En todo encuentra cuento. Y eso solo lo hace con soltura el buen cuentista, ese escritor de relato corto al que algunos pretenden robarle méritos. Se equivocan: los cuentos son puro arte. Ahí está Borges para demostrarlo. Y Chirinos. Aunque, en esta ocasión no «cuentea», sino que, más bien, revisa la realidad en un texto intimista sobre su querida Venezuela, abocada al suicidio, como él dice, que a pocos venezolanos les gustará leer. Chirinos no dispone de otra arma que no sea la escritura para explicar tantas cosas de su país. Y lo hace en un libro que lleva su nombre «Venezuela» (Ed. La huerta grande). Un ensayo de poco más de cien páginas que, como él señala, le ha costado poco tiempo: «Lo escribí puede que en un año, pero es uno más veinte de experiencia fuera de Venezuela y de otros tantos allí. La editora me pidió un ensayo donde explicara a los que no son venezolanos, a los que estuvieran en España y afuera, en el extranjero, qué está pasando en Venezuela y por qué está como está. Y yo escribí un ensayo pensando que iba a hacerlo y luego me di cuenta de que si no me lo explicaba primero yo a mí mismo, no podría explicárselo a nadie. Entonces escribí un ensayo que es de afuera, pero también para adentro».
Emigrante doliente
Da la sensación, al leer a Chirinos, de que los emigrantes que viven mucho tiempo lejos de su país de pronto ya no son ni de un sitio ni del otro. «Puede ser, pero al final este libro más que de lugares habla de mí. Esto de contarme y de contarles, no siendo sociólogo, ni politólogo, ni historiador, ni estadístico, sino simplemente un escritor, al final es hablar de mí. Es decir, para hacer este ensayo sobre Venezuela, en el sentido académico de la palabra, me agarré del consejo de Montaigne, al principio de los ensayos. O sea, este libro va a hablar de mí, pues, en el fondo, cuando hablo de Venezuela también estoy hablando de mí porque gran parte de lo que ha pasado en la contemporaneidad venezolana lo he vivido yo: el golpe de Estado del 92, los años 70 o el caracazo famoso los viví en primera persona. Y lo demás lo he vivido desde afuera, pero también como doliente, digamos».
El dolor de una persona, según parece, que ha vivido, leído y estudiado a su país durante muchísimos años y que habla de la «biografía de un suicidio» en el subtítulo. «Bueno, lo de “biografía de un suicidio” es una metáfora. Es decir, es como si Venezuela en estos últimos 100 años estuviera a punto de lograr ser por fin una república justa e igualitaria, libre para todos, pero pasa algo y se cae. En el fondo quizá sea el exceso de riqueza, la que siempre hemos tenido por un lado o por otro».
Falta de orden
Esa riqueza que parece querer quedarse siempre alguien a quien no le corresponde, porque donde hay dinero, siempre hay pícaros y más cuando hay una falta de orden. «Es muy complejo. No estoy seguro de tener respuesta porque pienso que hay muchísima gente valiosa que ha hecho cosas muy importantes, pero que no han sido suficientes para que el país haga una especie de “clic” y termine de llegar a un momento de desarrollo. Pero debo decir, por ejemplo, que entre 1908 y 1998, en líneas generales, Venezuela experimentó un progreso social muy grande. Pasamos de una Venezuela rural a estar en vías de desarrollo, la clase media creció muchísimo. Yo mismo soy producto de una familia que viene de la clase baja y va hacia la clase media. Eso solo se puede hacer en un país donde hay igualitarismo y oportunidades para todo el mundo, pero el Estado ha intervenido más de lo necesario y nos hemos acostumbrado a esa idea de Papá Estado que lo da todo».
Chirinos me permite visualizar la situación contándome cómo en 1984, cuando él estaba en la Universidad Central de Venezuela, el almuerzo costaba 2 bolívares, pero una bebida isotónica, 10 y la gente hacía cola para poder almorzar una comida completa y de buena calidad pagando dos bolívares, mientras despilfarraba diez en una bebida isotónica.
Resulta curioso escucharlo, es como si Venezuela fuera sincrética en todo, capaz de unir dos doctrinas hasta a la hora de almorzar. «Venezuela es un país profundamente sincrético, como casi todos los de América Latina. En el aspecto religioso está clara la combinación de los españoles, de los africanos traídos a la fuerza y del sustrato indígena. Eso genera por ejemplo a la diosa María Lionza, que vive en la montaña de Sorte y sus cultores, que son muchísimos, van allí a celebrar sus ritos y a llevarle sus promesas. Hasta hay una canción de Rubén Blades dedicada a María Lionza. El que quiere saber de Venezuela tiene que saber de María Lionza».
Una diosa que comparte altares con el mismísimo Simón Bolivar, que no podía faltar en el relato de Chirinos, y desde cuyo capítulo dedicado se puede empezar, como desde cualquier otro, este libro pequeño, pero grande, en el que el escritor analiza también las diferencias culturales y lingüísticas entre Venezuela y España. Pero, sobre todo, se analiza a sí mismo como venezolano en nuestro país, donde tanto notó al principio los choques interculturales que parecen inexistentes entre dos pueblos tan unidos por el idioma. «Si uno va a China es menor porque va preparado a que todo sea distinto, mientras que al llegar a España piensa que va a ser idéntico y no es así. Ni siquiera todo el mundo habla o piensa como yo».
Pregunto a Chirinos, para acabar, por el futuro de su querida Venezuela. «Hace poco Vargas Llosa publicó un artículo sobre Venezuela que terminaba diciendo que no creía que la cosa fuese a acabar bien, que podía terminar en una Guerra Civil. Mi deseo como venezolano es que eso no suceda de ninguna manera. Estoy a favor de manifestarme, de dialogar, de que todos nos entendamos. Si te peleas con tu marido la solución no es quemar la casa, sino llegar a un acuerdo para ver cómo llevar la casa. Y eso nos falta en Venezuela. Hay muchísimo dolor porque hay mucha responsabilidad política, económica e incluso crímenes que deben ser juzgados, pero no podemos olvidar que el país es nuestro y no lo podemos quemar. Ustedes ya vivieron esa experiencia y saben que es muy difícil de cerrar».